En uno de los temas del disco 'Menos mal que nos queda Portugal', Siniestro Total entonaban tres preguntas que, al igual que el protagonista de 'Un océano entre nosotros' —'The Mercy'—, la nueva película de James Marsh, todos terminamos preguntándonos en algún momento de nuestras vidas durante esa crisis existencial que acaba llegando tarde o temprano: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?
Curiosamente, estos interrogantes, planteados como base del a priori interesante conflicto interno que llevó al inventor y ex combatiente en la RAF británica Donald Crowhurst a hacerse a la mar en solitario en uno de los episodios más intrigantes de la historia negra de la náutica, si bien se muestran como lógicos e incluso necesarios en la construcción de ciertos personajes, resultan fatídicos cuando es el propio largometraje el que los enuncia.
Y es que lo nuevo de Marsh tras la solvente pero injustamente laureada 'La teoría del todo', al igual que el enigmático Crowhurst durante los intachables primeros compases del filme, parece no saber muy bien cuál es su naturaleza, su objetivo ni su sino. Algo que, acompañado de una irritante falta de foco y concisión termina arrastrándola a la deriva por las aguas del biopic, el drama más recargado, la pomposidad formal y narrativa y, lo que es aún peor, el aburrimiento.
Como ya he puntualizado, el primer acto de 'Un océano entre nosotros', y parte del inicio del segundo, invitan al optimismo sirviéndose de la fragmentación del montaje como principal recurso. Así, la cinta avanza a toda velocidad a través del largo proceso en el que su protagónico responde a la llamada de la aventura y se prepara para ella mientras dibuja a pinceladas más o menos gruesas, pero efectivas en términos descriptivos, a sus personajes principales.
No obstante una vez la vorágine introductoria cesa y el marinero inexperto —interpretado por un Colin Firth que, junto a Rachel Weisz, se eleva como lo único destacable del largometraje— se hace a la mar, el relato se estanca en un soporífero y arrítmico pastiche de ínfulas poéticas y filosofía de saldo que transforma lo que parecía ser una apuesta con un mínimo de originalidad —dentro de los lugares comunes— en el enésimo melodrama con exceso de azúcar.
Para mayor escarnio, Marsh tira por tierra el loable —y efectivo— ejercicio de empatía que realiza en torno al personaje de Firth durante el arranque del largo, limitándose a capturar su conducta errática y sus delirios sin aportar un discurso firme en torno a ellos y, por supuesto, sin aportar un punto de vista como director que de algún sentido a lo que trasciende en pantalla, invitando a la desconexión y a las miradas furtivas al reloj ante tamaño sinsentido petulante.
Finalmente, y pese a los destellos de calidad ocultos entre sus somníferos 101 minutos de duración, es la rutina la que termina haciendo naufragar a 'Un océano entre nosotros'. La misma rutina que invitó a Donald Crowhurst a dejar a su familia en puerto para dar la vuelta al mundo a bordo de su trimarán y que sepulta una apasionante historia real bajo** el academicismo "cazapremios" más rancio**.
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