La mejor película de cine negro que he visto nunca
Esas palabras del gran François Truffaut habría que complementarlas con el hecho de que el director francés consideraba la novela en la que se inspiraba ‘Rififi’ (‘Du rififi chez les hommes’, Jules Dassin, 1955) un material muy malo como obra literaria. Evidentemente decir que tal o cual película es la mejor en su género es algo prácticamente imposible, y sin embargo nadie podría discutir la afirmación de Truffaut. ‘Rififi’ es una película que lo tiene absolutamente todo, una obra maestra que no sólo aguanta estoicamente el paso del tiempo, sino que a cada nuevo visionado se muestra aún más dura y rabiosa.
Durante la famosa caza de brujas llevada a cabo por el senador McCarthy, uno de los directores que tuvo que huir a Europa fue el no siempre considerado como se merece Jules Dassin. Tras realizar películas como ‘Fuerza bruta’ (‘Brote Furce’, 1947) o ‘Mercado de ladrones’ (‘Thieves' Highway’, 1949), el director estadounidense siguió dejando su impronta en el continente europeo, donde hizo sus mayores logros. Así lo atestiguan películas como ‘Noche en la ciudad’ (‘Night and The City’, 1950), filmada en Londres, o la presente, en París. Ambas son obras cumbre del Film Noir, y ‘Rififi’ puede ser considerada sin problema alguno como la mejor película sobre robos jamás hecha.
Jean Servais, que fue contratado por Dassin desoyendo el consejo de todos —el actor tenía serios problemas con el alcohol y era muy mal visto por todos—, da vida a Tony le Stephanóis, un ladrón que ha pasado cinco años en la cárcel y ahora debe enfrentarse a vivir mal, o aceptar un trabajo, el robo de una joyería, para poder seguir adelante. En la tradición del cine negro, el fatalismo hará acto de presencia, al que acompañarán también la avaricia y la traición, y el lado más débil del sexo y el amor.
Un robo impresionante
Dassin comienza la película con una partida de cartas en la que Tony pierde todo su dinero, marcando desde entonces el devenir de los acontecimientos. Un devenir que no será nada fácil y en el que Dassin no realizaría ninguna concesión al respecto. La película podría dividirse tranquilamente en dos partes separadas por la secuencia más famosa del film: un impresionante robo cuya acción, 32 minutos, es mostrada sin uso de diálogos ni música —ésta decidieron quitarla después de ver la película con banda sonora añadida—, de una brillantez fuera de lo común en lo que respecta a montaje y planificación.
Una secuencia tan intensa y espectacular —realizada a base de primeros planos de los personajes, cada vez más sudorosos, y una muy detallada muestra de lo que hacen, una sencilla combinación de primeros planos y planos generales, que deja literalmente con la boca abierta— es el epicentro de un película que es un puro terremoto emocional. Viejos perdedores que unirán sus vidas para un golpe que afectará a todos ellos y los que le rodean, sin compasión. En la línea de su film anterior ‘Noche en la ciudad’, pero superando ese tono pesimista, claro reflejo de su huida de los Estados Unidos.
‘Rififi’ es un film que va más allá de lo que hoy día serían capaces de hacer, al menos en lo que se trata al definir las relaciones entre hombre y mujeres. El reencuentro de Tony con su antigua novia, y esos azotes con el cinto fuera de plano, lo demuestra con creces. Un amor posesivo que será el inicio del fin al tener que aceptar el trabajo para poder competir con el nuevo amante de la mujer, un mafioso con mucho dinero. Es realmente curioso cómo Dassin emplea un tiempo concreto para definir las relaciones de los cuatro protagonistas con sus respectivas parejas, despidiéndose de ellas antes de ir a dar el golpe.
Inevitable fatalismo
Con uno de los mejores directores de fotografía franceses de la época, Philippe Agostini, Dassin y sus increíbles dotes para dotar de realismo muchas secuencias, eleva al máximo todos los elementos clásicos del Noir. La figura de la femme fatale da aquí la vuelta, traducida en obsesión de uno de los cuatro ladrones, el experto en cajas fuertes, cuyo papel se lo reserva el propio director —el actor contratado no había firmado contrato y al empezar a filmar no había nadie disponible—, realizando la que probablemente sea la mejor de sus apariciones frente a cámara.
Con dicho personaje además, el director se permite el lujo de evocar la caza de brujas. Cesar (Dassin) cometerá un error por el que deberá pagar con su vida. La seca y contundente secuencia de Tony ajustando cuentas con el soplón así lo muestra. Completamente inmóvil —sutileza en estado puro—, César recibe lo acordado en un caso de esos. Dassin reconoció haberse inspirado en los delatores a los que McCarthy puso contra las cuerdas. Una muerte tan dura como el resto, sobre todo la de Jo (Carl Möhner), que será la gota que colma el vaso para Tony.
Jean Servais está espléndido, sobre todo en ese tramo final, en el que toda la rabia y dolor hacen acto de presencia para desgracia de los villanos de la función —y recordemos que ésta no es una historia de buenos y malos—, y sobre todo esa terrible secuencia final de Tony, malherido, conduciendo el coche con el niño a salvo de sus captores, inconsciente del peligro en el que se encuentra. Con alusiones a ‘M, el vampiro de Düsseldorff’ (‘M’, Fritz Lang, 1931), Dassin marca el poderoso lirismo que baña la película a veces, una de las señas de identidad del director.
Dejo para el final el mencionar el maravilloso número musical que Dassin introduce al tercio del inicio, aproximadamente, y que intenta verter algo de claridad sobre la expresión “Rififi” —expresión francesa perteneciente al argot de mafiosos de París—. Pocas veces un número musical tuvo tanto sentido en una película no musical, y su banda sonora aún continua sonando cuando los personajes siguen hablando del plan, mientras la melodía recuerda que se meterán en algo muy violento de salir mal.
Esa sutileza es uno de los platos fuertes de un film que tuvo mucho éxito, y que años más tarde sería reinventado, con un tono muy diferente, en la también exitosa ‘Topkapi’ (id, 1964), con la que forma un díptico muy interesante. Las dos caras de una misma moneda.
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