‘Esta tierra es mía’ (‘This Land is Mine’, Jean Renoir, 1943) es la segunda de las cinco películas que el director francés Jean Renoir filmó en suelo norteamericano, donde se encontraba exiliado durante la Segunda Guerra Mundial y también donde adquirió nacionalidad estadounidense.
No sólo se trata del mejor trabajo del director en suelo yanqui, sino también una de las mejores obras salidas de una cinematografía, que si bien ha dividido, y divide, a la crítica, personalmente encuentro imprescindible. Y eso que hablamos de un film de encargo —conviene señalar que a Renoir le fue muy difícil adaptarse al sistema de Hollywood—, uno de los tantos que Hollywood fabricó para levantar la moral del pueblo durante la contienda. Cine propagandístico de la que salieron joyas como la presente.
Ha sido especialmente fácil para mí elegir ‘Esta tierra es mía’ para este especial de obras maestras según los editores de Blogdecine —y eso no significa que las elegidas sean un consenso, sino que cada uno ha elegido las suyas—, porque en mi caso particular este film tiene un lugar especial en mi formación como cinéfilo. Con el paso del tiempo, me ha maravillado comprobar que el film no ha perdido ni un ápice de su fuerza en su mensaje, si cabe más actual que nunca. Un canto a los derechos humanos demonizando toda opresión tiránica, haciendo especial hincapié en la importancia de la educación como imprescindible herramienta para la transmisión de los auténticos valores. Una obra maestra en la que brillan con luz propia la serena dirección de Jean Renoir, la portentosa interpretación de Charles Laughton y un magnífico guión de Dudley Nichols y en que el que también participó el propio Renoir.
Curiosamente puede establecerse un paralelismo con John Ford y cierto tipo de películas, digamos humanistas. La coincidencia en el guión de Nichols se extiende a la presencia en el reparto de una actriz como Maureen O´Hara, más tarde con todo derecho una actriz fordiana habiendo participado con el maestro en ‘¡Qué verde era mi valle!’ (‘WhatHow Green Was my Valley’, 1941), y la serenidad de una película como esta puede verse en la mano de un Renoir tranquilo, que con no poca carga lírica narra unos hechos que de forma muy inteligente van haciendo mella en el espectador. ‘Esta tierra es mía’ es además de un film de denuncia con mensaje, un vibrante drama en el que también hay cabida para la acción, algo de suspense, una finísima ironía —muy típica de Renoir— y una emocionante historia de amor. Una mezcla muy común en aquellos años, y que Renoir equilibra de forma inusitada sin que nada chirríe.
‘Esta tierra es mía’ es un film que denuncia el poder tiránico, pero atención a la visión que ofrece de los nazis. No los presenta como seres infernales que destruyen todo a su paso, sino que los hace completamente humanos. Fijémonos en los inteligente diálogos del soldado que ofrece un cigarrillo al personaje de George Sanders —“nosotros nunca hacemos preguntas“—, o el hecho de que el Mayor Erich von Keller —excepcional Walter Slezak— sea un hombre enormemente culto, citando continuamente a Shakespeare o apreciando el gran arte. Este detalle no sólo hace más odioso al personaje —si hay algo que hunde el ánimo además de un nazi que se sale con la suya, es un nazi culto y educado—, sino que establece una ironía sobre el poder de la educación, y es que no llega con ser culto, además han de poseerse una serie de valores morales, como aquellos que le entran en la cabeza al protagonista del film cuando entiende por fin qué está pasando en el mundo. Aunque para ello tenga que pagar el más caro de los precios.
En su tramo final, de un lirimo profundo que se mete dentro del espectador de forma irrevocable, el film se apoya sobre todo en la impresionante performance de Charles Laughton. Su desarrollo y evolución a lo largo del film está totalmente controlado por el actor, que se sabe con un gran personaje entre manos. En el inicio nos muestra a un hombre cuidadoso y temoroso, un completo cobarde como él mismo se retrata, que le tiene miedo a los aviones que bombardean el lugar —excelente la secuencia del sótano en la que Albert Lory (Laughton) llora abrazado a su madre (enorme Una O´Connor), mientras sus alumnos se ríen de él—, alguien a quien casi llegamos a aborrecer por sus miedos, y que poco a poco, va madurando como persona hasta extremos impensables —asombrosa la metáfora del pitilllo, señalando que crecer o madurar significa aceptar cosas que no gustan—, que culmina en una confesión por parte de Lory que deja con la boca abierta. Este se desviste completamente como ser humano y la interpretación de Laughton alcanza lo nunca visto.
La serenidad de Renoir se alia con la del actor en el instante mismo de la declaración de amor que Lory hace a Louise Martin (Maureeen O´Hara), un instante de una calma inusitada, que convierte la declaración de amor en una de las más patéticas y bellas jamas vistas en una película. Ello va seguido de un final realmente emotivo en el que la Declaración de los Derechos Humanos es la protagonista absoluta. Lory señala a sus alumnos como el futuro de la nación, de la humanidad, e insiste en unas palabras que alcanzarán todo su significado cuando esos chiquillos hayan crecido y no hayan olvidado. Su destino tiene lugar fuera de campo mientras Louise sigue con la lectura de los Derechos entre lágrimas. No olvidamos la entereza con la que Lory se dirige hacia el paredón y es ahí cuando ‘Esta tierra es mía’ deja una huella imborrable y se convierte en algo más que una gran película.
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