El tipo de cine de acción al que representa 'Objetivo: la Casa Blanca' ('Olympus has fallen', Antoine Fuqua, 2013) siempre ha sido sintomático del momento histórico en el que se ha estrenado, sacando a relucir a los "enemigos" que en una u otra época hayan acosado el "bienestar" del pueblo norteamericano. Durante los ochenta fueron los rusos y el bloque comunista de Europa del este, hasta que el muro cayó y la amenaza roja se diluyó con el aperturismo del glasnost. En los noventa la amenaza se trasladaría a oriente próximo de la mano de la primera Guerra del Golfo iniciando una tónica que alcanzaría su paroxismo tras el 11-S.
Con Bin Laden ya muerto y sin nada nuevo que venderle ya al norteamericano medio acerca del terrorismo islámico, las miras de la administración yanqui se han dirigido ahora al lejano oriente, coincidiendo —si es que uno cree en las coincidencias— con lo delicado de las tensiones que en estas últimas semanas hemos visto de cara al régimen de Pyongyang. Y ahí está, como siempre ha estado, el séptimo arte para continuar siendo "preciso" reflejo de la realidad.
Exagerada y sobredimensionada ésta de cara a su traslado a la gran pantalla —no podía ser de otra manera—, el gran problema que aqueja 'Objetivo: la Casa Blanca' es la poca entidad que guarda su suspensión de credulidad cuando, trascendidos el necesario prólogo de definición de personajes, comienza la acción propiamente dicha con (spoilers ahead) el brutal asalto a la morada del Presidente de los Estados Unidos: ejecutada con precisión y nervio, Fuqua no se amedrenta lo más mínimo a la hora de mostrar con toda su rotundidad los impactos de bala que terroristas y servicio secreto van intercambiando en una escena visceral que da poco descanso al espectador, signo inconfundible de estos tiempos en los que los videjouegos hace mucho que superaron cualquier escala de violencia que el cine pueda llegar a mostrar.
Como decía, ya en dicha escena la suspensión de credulidad se ve sometida a una severa merma, ya que en el clima post 11-S no hay quien se crea que, por mucho que cuenten con ayuda interna —y mucho habría aquí que hablar ante la alarmante falta de actualización de los mecanismos de seguridad que se van mostrando a lo largo de la cinta—, los terroristas norcoreanos, o cualquier grupo terrorista por extensión, serían capaces de asaltar de la manera que lo hacen el edificio "más seguro del mundo", saboteando de forma sistemática, e increíble, todo lo que se encuentran en su camino.
Depende pues del tamaño de las tragaderas del espectador el que, a partir del momento en el que el personaje de Gerard Butler pasa a convertirse en la enésima y descafeinada versión de John MacClane, y sabemos —porque lo sabemos de sobra— que pase lo que pase, saldrá victorioso de la situación, la película sea percibida como un entretenimiento ejecutado con bastante tino o se atragante a cada nueva ocurrencia del guión, incapaz como es éste de esconder las innumerables fuentes de las que bebe hasta emborracharse.
Triturando arquetipos allá donde va, y haciendo gala de un patriotismo de opereta a la que tiene ocasión —todavía me duele al recordar la escena en que una desaprovechadísima Melissa Leo es arrastrada por los pasillos del búnker de la Casa Blanca—, no son pocos los momentos en los que la acción recuerda, por algo más que la similitud temática, a la horrenda 'Air force one (el avión del presidente)' (id, Wolfgang Petersen, 1997), y las reacciones del gabinete de crisis, quitando por supuesto a un sólido Morgan Freeman, son de un ridículo que arruina la efectividad de toda la visceral acción que vemos en la mansión presidencial.
Con la falsa épica del tema de Trevor Morris acrecentando dicha ridiculez a la mínima ocasión, no puedo dejar de lamentar que 'Objetivo: la Casa Blanca' no haya aprovechado el potencial que encierran sus secuencias de acción y diluya su efectividad en un conjunto francamente irregular que, a mi parecer, se queda a las puertas de ser el entretenimiento de primer orden que podía haber sido.
Ver 15 comentarios