Todos “completamos”. Quizá ninguno de nosotros entienda realmente qué ha vivido, o sienta que tuvimos suficiente tiempo.(Kathy H. / Carey Mulligan)
Sabe a poco la adaptación de la prestigiosa novela de Kazuo Ishiguro ‘Nunca me abandones’ (‘Never Let Me Go’, 2010), estrenada en nuestras salas el pasado viernes (por cierto, en pocas salas y con bastante retraso, un triunfo de Hispano Foxfilm). El realizador Mark Romanek se queda con los elementos más superficiales de la obra original y firma un trabajo desprovisto de precisamente algo que es fundamental en esa historia: alma. Su película es un cuidado videoclip romántico con interesantes ideas y bonitas imágenes que sin embargo no llegan a traspasar la pantalla, porque Romanek no parece interesado en explorar el material que tiene entre manos, en zambullirse en él, perderse y rescatar las emociones y los sentimientos que allí se esconden, muy al fondo. En lugar de eso se queda con lo que se capta a simple vista, y lo adorna, lo envuelve con mimo, subrayando el mensaje más evidente: hay que aprovechar el tiempo que tenemos, porque se acaba sin darnos cuenta y no hay vuelta atrás.
No voy a redactar una defensa de la novela, ni voy a ponerme a compararla con esta adaptación, porque aquí lo que nos importa es la película, pero sí diré que cualquiera que haya leído la obra de Ishiguro, que haya compartido todas las experiencias que narra su protagonista, se sentirá defraudado con la visión de Romanek. Quizá fuera inevitable, a fin de cuentas no abundan las obras cinematográficas que alcanzan (menos aún las que superan) a los libros en los que se basan, que capten y transmitan su espíritu, sus características esenciales, las mismas sensaciones que despierta el texto escrito. Y está pasando también con los cómics. Dejando a un lado la posible incompetencia, mucha culpa de que esto ocurra es que quienes están detrás de estas películas no se sienten verdaderamente cautivados por los relatos originales, sino que los ven como oportunidades de negocio o lucimiento personal. Por tanto, sí, los actores encajan, el vestuario es impecable, la fotografía es preciosa, pero falta lo esencial; falta la emoción, la humanidad, el dolor, el sufrimiento, la pasión. Lo que nos hace ver una película y quedarnos atrapados en ella, transportados a otro mundo, a una fantasía que se siente totalmente real.
‘Nunca me abandones’ abre con unos rótulos que nos aclaran el contexto en el que se sitúa esta historia. Estamos en una especie de realidad alternativa en la que los avances médicos han progresado de tal manera que ya no hay enfermedades incurables. La clave de este adelanto científico debería ser un misterio tanto para los espectadores como para los protagonistas, al menos durante un tiempo; pero pocos secretos resisten la promoción de un film, y si ya has leído de qué se trata, no te preocupes, no te han arruinado nada, de hecho se aclara en las primeras escenas. Mark Romanek y el guionista Alex Garland optan por presentarnos a Kathy (Carey Mulligan) asistiendo a una donación de un deteriorado Tommy (Andrew Garfield), que sonríe poco antes de recibir la anestesia. La voz en off de la chica nos habla de cuidadores y donantes, de logros, orgullo, desgaste, sentimientos, de buenos tiempos pasados. No hay que ser el más perspicaz del mundo para saber qué ocurre antes de que te lo expliquen. Porque lo explican, más de una vez, recalcando la injusticia y la crueldad, con caras apenadas, lágrimas, y violines sonando de fondo, que así da más lástima.
La narración de Kathy nos traslada primero a su infancia en el internado de Hailsham, una etapa que recuerda con gran nostalgia, pues los alumnos vivían en una especie de burbuja, protegidos y organizados con enigmáticas reglas. Allí conocemos a sus dos mejores amigos, la extrovertida (y aficionada a la mentira) Ruth y el impulsivo (y algo torpe) Tommy. Su inocencia respecto al mundo exterior se fractura con la llegada de una nueva profesora (Sally Hawkins), que no comparte las ideas de la directora (Charlotte Rampling), revelando un día a los chicos la cruda verdad sobre lo que les espera una vez abandonen el recinto de Hailsham. Desde entonces, ya revelado el misterio, la película se centra en explotar las posibilidades melodramáticas de una historia de amor a tres bandas, con Kathy enamorada de Tommy, que sin embargo se empareja con Ruth. Es realmente torpe la manera en la que se nos narra este romance, haciendo evidentes las reacciones y los sentimientos, algo que además anula el impacto de la importante confesión que hace Ruth en el tramo final; por otro lado, este enfoque tan superficial desdibuja el personaje de Tommy, que se muestra contradictorio y falto de voluntad, un simple pelele.
Falla también ‘Nunca me abandones’ al acercarnos el modo en el que los tres amigos se enfrentan al mundo exterior, ya fuera del internado. Apenas se nos muestran detalles de su nueva vida, y nunca se aprecia la dura transición entre las dos etapas, no experimentamos cómo ha cambiado la existencia de los protagonistas, más allá de las evidentes secuelas físicas y lo que nos cuentan, cosas que han sufrido o que han oído por ahí. Precisamente, si adaptas un libro al cine es para mostrar, para narrar visualmente, y Romanek es incapaz de hacerlo. Con todo, el mayor error es haber querido trasladar lo máximo posible del libro, resumiendo los acontecimientos en pequeñas piezas que se van encadenando, lo que perjudica el ritmo y la vivencia de un relato que debería conmovernos y hacernos reflexionar sobre temas importantes (el paso del tiempo, el amor, la amistad, la ingenuidad, el arte, la humanidad, las clases sociales, el progreso, el bien común…), pero se queda en hermosas (y algunas contundentes) imágenes y apenadas conversaciones.
Además del impecable diseño de producción, la fotografía (Adam Kimmel) o la música (Rachel Portman), cabe destacar la estupenda interpretación de Carey Mulligan, muy natural, y algunas escenas inspiradas de Andrew Garfield, de mucha fuerza, ya por el final. Por el contrario, a Keira Knightley se le nota la actuación, la pose, los gestos forzados, no está en la misma sintonía que sus compañeros. En cuanto al respeto del reparto, nada que objetar al trabajo de Hawkins o Rampling, que cumplen, pero no veo muy acertada la dirección de los niños que interpretan a los protagonistas, se les nota muy conscientes de la cámara y lo que tienen que hacer (como la escena en la que Katty escucha la cinta de música), les falta espontaneidad. En definitiva, ‘Nunca me abandones’ me parece una oportunidad perdida, un tibio drama romántico que no alcanza sus pretensiones, aunque se deja ver y está lo suficientemente cuidada como para tener entretenido al espectador durante los cien minutos, pendiente de averiguar el final.