‘Nuca es tarde para enamorarse’ (‘Last Chance Harvey’, 2008) estuvo nominada a dos Globos de Oro, concretamente las interpretaciones de Dustin Hoffman y Emma Thompson. Lo que escapa a mi comprensión es el olvido por parte de la Academia de Hollywood a la hora de establecer las nominaciones a los Oscars, porque si algo queda claro después del visionado de esta película, es que sus dos intérpretes centrales se merecían sendas nominaciones, por dos trabajos llenos de matices y sensibilidad que van más allá de lo que la película en sí es capaz.
Hoffman y Thompson ya habían coincidido en la excelente ‘Más allá de la ficción’, dando vida a dos escritores que terminaban encontrándose por medio de un peculiar personaje. Resulta curioso que en ‘Nunca es tarde para enamorarse’ (Dios mío, qué título más vergonzoso y equívoco) uno de ellos dé vida a alguien que quiere ser escritor, encontrando una razón de ser en el otro. La película de Joel Hopkins es una de esas películas que se sostienen sobre todo gracias a la excelente labor de su pareja protagonista, que elevan al film más allá de la media de productos similares.
No leer si no se ha visto la película.
‘Nunca es tarde para enamorarse’ narra la historia de un hombre ya maduro, músico de jazz frustrado, con cierto problemas laborales, que viaja a Londres a la boda de su hija, con la que su relación no es todo lo buena que desea. Allí tendrá que presenciar cómo le va a la parte de la familia de la que se separó, su ex-mujer con nueva pareja, su hija llevando como padrino a su padrastro, y su incapacidad para comunicarse como es debido con la gente. En la ciudad británica conocerá a una mujer solitaria, cuya existencia se resume en soñar con una relación, y aguantar las llamadas a todas horas de su madre paranoica, quien le recuerda una y otra vez que los hombres no son necesarios.
Joel Hopkins, que también es autor del guión, sabe muy bien que sus actores son el plato fuerte de la historia, una historia que en su primera mitad es manejada con estilo y sensibilidad, echando mano de arquetipos del cine romántico, pero que en su tercio final, dichos arquetipos se vuelven tópicos, cayendo en las más que previsibles cesiones al espectador. ‘Nunca es tarde para enamorarse’ no cuenta anda nuevo. La historia de amor la hemos visto miles y miles de veces en multitud de películas o telefilms, aunque afortunadamente para nosotros ésta contiene el suficiente interés, gracias al perfil de sus dos personajes centrales. Son ellos por separado los que nos interesan, y su encuentro, marcado por el desencanto de sus propias vidas, no molesta ni cae en la sensiblería barata.
El acierto en el guión de ‘Nunca es tarde para enamorarse’, lo que le hace ser más destacable que films parecidos, es el dibujo de los dos personajes centrales. Harvey (Hoffman) es reservado, su vida es casi un desastre, y prefiere escapar a sus problemas personales antes que enfrentarse a ellos. En su decepción sobre el hecho de que las cosas no le han salido como le hubiera gustado, no escatima en hablar de todo con una desconocida con la que enseguida comparte muchas cosas. El trabajo del actor es prodigioso, pasando de transmitir todo su dolor interno (atención a la escena en la que su hija le dice que él no será su padrino de boda), a reflejar un total optimismo, cuando está a solas con Kate (Thompson). Emma Thompson no se queda atrás como esa mujer entrada en años resignada a convertirse en su madre (interpretada por una poco aprovechada Eileen Atkins), y asistiendo a clases de literatura como única evasión a su anodina existencia. Al igual que Harvey recibe su encuentro con entusiasmo, pero también con recelo, fracasando por anticipado debido al pesimismo con el que ve la vida en la que se le acaban las oportunidades de ser feliz al lado de alguien.
En el plantel de secundarios encontramos a Kathy Baker y James Brolin, que realizan unas eficaces interpretaciones de sus respectivos roles (la ex-mujer de Harvey y su pareja), pero aquí la película ya cae en lugares comunes, mal insertados y tratados en la trama. Incluso, el personaje de la hija de Harvey, al que da vida una sosa Liane Balaban, tiene menos importancia de lo que parece a primera vista, sirviendo únicamente para que Harvey tome conciencia de sí mismo, acepte su situación, y deje bien claro delante de los demás (la escena del brindis) quién es. Personajes todos ellos que no aportan nada, incluido el del jefe de Harvey, quien da lugar a la que probablemente sea la situación más previsible de todo el relato, aquella en la que le llama por teléfono para decirle que las cosas no son lo mismo sin él en el trabajo. Un relato cuyo interés se encuentra única y exclusivamente en las vivencias de dos seres perdidos que se encuentran, y deciden echarse a la aventura del amor a una edad en la que ya lo daban por perdido.