'Nunca en domingo' puede verse como una de las películas más convencionales de Jules Dassin, una de las más reposadas, y que puede ser disfrutada por espectadores de todas partes, pues su historia es una de esas historias universales que versan sobre lo que casi todas las historias versan en el fondo: sobre amor. Resulta curioso que Dassin, que se vio obligado a huir de los Estados Unidos por la famosa caza de brujas de los años 50, se reserve uno de los papeles principales de esta película llena de griegos, el de un turista americano en busca del sentido de la vida y el porqué de la caída de la civilización. Un personaje que alcanza instantes patéticos, y que con el rostro de Dassin parece una burla hacia un pueblo que prácticamente lo expulsó, y hacia una forma de vida que siempre ha sido observada por el resto del mundo. Un pueblo para muchos convencional, criticado de forma convencional.
'Nunca en domingo' gira en torno a un personaje femenino, una prostituta que es el centro de atención de todos los hombres en un pequeño pueblo costero griego. Ilya es su nombre, y es probablemente la persona más libre de todo el pueblo, su filosofía de la vida produce fascinación a todo macho que la mira, y cuando alguien requiere sus servicios da igual cuánto dinero esté dispuesto a pagar; Ilya sólo se acostará con un hombre si éste le gusta. Pronto aparecerá un turista americano, maravillado por la cultura griega, y evidentemente se fijará en Ilya, en la que creerá ver todas las respuestas que ha estado buscando.
Resulta curioso comprobar la enorme química entre la pareja protagonista, Jules Dassin, que hay que decir que se prodigó poco como actor, y Melina Mercouri, pues ambos contraerían matrimonio seis años después de la realización de esta película y permanecerían juntos hasta el día el día en el que ella murió de cáncer a mediados de los 90, trabajando juntos en nueve películas, siendo 'Nunca en domingo' una de las que más fama alcanzó, al lado de 'Topkapi', celebrado film de robos. Fama que se debe en parte al tema central de la banda sonora, una preciosa y animada canción, Ta paidia tou Peiraia, que se alzó con la estatuilla dorada de aquel año, y que es interpretada por Mercouri en un momento del film. Ambos, que se amaron en la vida real, demuestran lo que es tener feeling entre dos actores. Dassin, en una composición que en cierto modo lo acerca a Chaplin, cae simpático al público, y al mismo tiempo no se puede evitar sentir cierta antipatía hacia un personaje que se cree haciendo lo correcto en todo momento. Mercouri es un animal salvaje que no se puede domar, su composición, llena de matices, nos descubre a un personaje fascinante, plenamente consciente de su triste vida y que prefiere mirarla no de frente, sino inventándose su propia realidad. Para ella todos los grandes dramas de la historia tienen un final feliz, el que siempre ella ha soñado, al que nunca se ha cansado de esperar.
'Nunca en domingo' es un film sencillo y amable. Su mensaje quizá sea demasiado obvio, pero no por ello hay que invalidarlo. Además, gracias a esa sencillez, Dassin consigue transmitir una sensación de bienestar y buen rollo que pocas veces se ha dado en el cine. Y lo hace ensalzando la alegría por encima de todas las cosas. La alegría de vivir, la alegría por el trabajo, la alegría por los amigos, la alegría por la música, por la juerga, la alegría de compartir (y en este aspecto el film puede producir algún que otro escándalo entre mentes puritanas) y como no, la alegría en sí misma, sin conservantes ni colorantes, una alegría casi primitiva y sin razón, sólo puro sentimiento y que en boca de una prostituta, casi alcanza dimensiones de tragedia griega, con unas pizcas de comedia. Una especie de representación teatral que tiene lugar delante de los ojos de un americano que nada comprende por su exceso de conocimiento. Y es que si algo queda claro en esta película es que para ser feliz en este mundo, cuanto menos se sepa mejor, con saber mirar (y saber mirar es saber amar) llega.
Por eso 'Nunca en domingo' es una buena película, a pesar de que por momentos parece estar dando vueltas a lo mismo sin parar, e incluso contenga algún bajón de ritmo, pero es para disfrutarla sin contemplaciones, ya que proporciona un sano entretenimiento y deja a uno con la sonrisa en la cara. Es como si Dassin se hubiese cansado de estamparnos la cruda realidad en los ojos, y decidiera tomarse unas vacaciones tan divertidas como extrañas e incomprensibles.
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