Al inicio del largometraje, antes de ver una sola imagen, un cartel nos indica que “el guión de esta película ha sido ganador del concurso: Nuevos Talentos Cinematográficos 1998”, certamen que confieso desconocer por completo, como desconozco ninguna otra película, argentina o de cualquier otra nacionalidad, que haya ganado (y luego haya puesto en los títulos) un título semejante. Tampoco creo que sea importante saberlo. ‘Nueve reinas’, pese a todo, es filme famoso, y es justo que lo sea, aunque no creo que sea la gran película que todos quieren ver en ella.
El cine argentino, de cuando en cuando, nos trae algunas joyas incontestables que quedan ahí, en la memoria, para disfrutarlas una y otra vez. De ese país, personalmente, prefiero las películas que no son de género, porque las que lo son, como la que nos ocupa hoy, a veces se pasan de listas. ‘Nueve reinas’ es brillante, sí, pero al segundo visionado ya se le ven las costuras, y están hechas con esparto del malo. Una lástima.
En un primer visionado uno se queda embelesado por el talento de Bielinsky, que arma una trama muy compleja sin aparente esfuerzo, que dirige bien a los actores (sobre todo Darín, que es muy bueno), y que posee una puesta en escena fluida y enérgica. En el segundo, que a eso voy, y más aún en posteriores, es fácil calar las cartas marcadas de un relato tan ambicioso. Se supone que todo es una venganza contra el estafador sin escrúpulos interpretado por Darín, orquestada por su hermana, pero todo queda poco creíble.
Vamos por partes. Creerse que un plan tan increíblemente enrevesado puede funcionar requiere de toda la credulidad del espectador, que muchas veces está dispuesto a entregarla. Pero hay un problema. Se supone que en este tipo de relatos el director tiene que demostrar ser más listo que el espectador. Es una especie de pulso neuronal, de tal modo que el director no puede emplear sus privilegios (la información, el montaje, haber concebido la historia) para ganarnos, sino que tiene que ser honesto. Bielinsky, guionista superdotado, no lo es siempre, y es muy fácil descubrir sus oquedades.
Al verla por segunda vez, sabiendo que Juan (el personaje de Gastón Pauls) es uno de los implicados para engañar a Marcos (Darín), vamos viendo, paso por paso, cómo las posibilidades de que el plan salga bien no es que sean pocas, es que son muy remotas. Dependen de tantos azares que es casi imposible. Por ejemplo: dependen de que en la gasolinera donde Juan finge ser un temerario estafador (condición indispensable para que Marcos “le adopte”), haya un cambio de turno de cajeras.
Seguimos: depende de que Marcos le pida a Juan (y no al revés) trabajar juntos, y que luego no cambie de opinión, y que no me venga el lector conque su hermana le conoce porque eso es mucho conocer. Más: la estrategia de Juan para convencer a Marcos de seguir juntos, la secuencia del ascensor, depende de que justo en ese momento, en ese y no cinco minutos más tarde (en los que Marcos ya habría desaparecido) apareciera una señora confiada con un bolso a punto de entrar en un ascensor con sistema de parada. Por supuesto, Juan es un estafador profesional y se inventaría otra cosa, pero Marcos también lo es, en teoría lo suficiente como para ver cuándo un estafador mediocre pasa a ser genial, algo bastante sospechoso, ¿no?
¿Más?: depende de que Marcos, un timador tan impredecible, reciba la llamada del hotel, y que, ya en el hotel, un tipo como Marcos, que conoce a todo el mundo, no encuentre allí a alguien que, o bien le abra los ojos o bien trate de romperle la cabeza por el dinero que parece deber a medio mundo (de hecho, casi llega a ocurrir). Es el carácter aleatorio de Marcos lo que hace tan improbable el éxito de este plan. Depende también de que un tipo tan ambicioso como Marcos quiera compartir el posible botín con un recién conocido como Juan, y que Juan demuestre merecerlo con algunas genialidades como timador no hace más que reforzar la sospecha que debería abrigar un tipo tan curtido como Marcos. ¿Me explico, a que sí?
Depende de que a Marcos no le de por averiguar si el sello realmente existió (el original, claro), de que a Marcos consigan quitarle el maletín los tipos de la moto en el momento exacto en que lo hacen (el maletín lo agarra Juan, pero…¿en el caso en que lo sujetara Marcos?). Otra gran trampa es la del falso especialista en sellos que luego es un falso estafador también, y que le pide una parte a Marcos, algo completamente innecesario para el plan y que revela otro naipe del castillo. ¿Y si Marcos decide engañar a Juan y quedarse con los sellos, de alguna manera? De hecho, qué casualidad que decide hacerlo una vez el plan está prácticamente consumado.
El final que yo creo tenía que haber sido el verdadero, es cuando acuden al banco a cobrar y resulta que el banco ha sido estafado por los propios directivos y no pueden conseguir el dinero, una realidad tristemente común en Argentina, en lugar del final feliz que nos proponen. Qué casualidad que para comprar los sellos verdaderos han de reunir justo el dinero que ambos tienen, y qué casualidad que Juan manda al carajo a Marcos (fingidamente), y que cuando Juan vuelve, horas después, Marcos todavía no ha encontrado a nadie que le ayude a juntar todo el dinero.
Ya veo a los defensores saltando a la yugular de este redactor, como me suele suceder. No estoy diciendo, bajo ningún concepto, que ‘Nueve reinas’ sea (expresión tan vulgar) una “mala película”. Es vibrante, divertida, ingeniosa, ágil. ¿La obra maestra que tantos proclaman? Ni por asomo. Y es que ‘El golpe’ sólo hay una.