El último fenómeno de Indonesia parece una antología pero tiene un plan maestro al final de sus siete episodios
El director y guionista Joko Anwar se ha convertido en los últimos años en uno de los cineastas más importantes e influyentes del cine de género indonesio, reforzado por el éxito comercial y de crítica de películas como ‘Los hijos de Satán’, su impresionante secuela, ‘Communion’, o la cruda ‘La mujer del infierno’. Ahora sigue perpetuando su marca de potenciador del cine de su país con ‘Pesadillas y ensoñaciones’, una serie fantástica para Netflix que pretende mostrar las posibilidades de su industria.
Sus colaboraciones con otros cineastas, como Mouly Surya y los hermanos Mo son un ejemplo de su dedicación a impulsar el cine indonesio y, ahora parece haber buscado dar un empujón a una nueva generación de narradores emergentes a través del altavoz que supone un trabajo con Netflix, para lo que ha planteado una odisea tremendamente ambiciosa que abarca 40 años de la historia de su país, entrelazando elementos de terror y ciencia ficción con historias enfocadas en la disparidad económica de su sociedad.
El resultado es cuanto menos imperfecto, pero en conjunto es algo más que la suma de sus partes, ya que a primera vista, parece una serie antológica relativamente sencilla en la línea de ‘Black Mirror’ o ‘El Gabinete de las curiosidades de Guillermo del Toro'. Pero lejos de aquella, el enfoque tiene más que ver con el reboot de ‘La dimensión desconocida’ de Jordan Peele, no solo porque la temática es más cercana a lo inexplicable y no tanto al horror, sino por las mismas carencias en su producto final.
Por una parte hay una colección de historias inquietantes, y por otra, parece haber un objetivo de construir un mundo mucho más grande, a veces con ecos al Universo Cinematográfico Marvel. Cada episodio de ‘Pesadillas y ensoñaciones’ parece existir en su propio eco narrativo, compartiendo Yakarta como localización dentro de distintos periodos de tiempo, cada uno con sus personajes y una resolución con cierta ambigüedad. El primero es el más largo y también el mejor.
El piloto, superior al resto
Se titula ‘Old House’ y lo protagoniza un taxista (Ario Bayu) que decide ingresar a regañadientes a su anciana madre (Yati Surachman) en una exclusiva residencia de ancianos en el campo, sólo para sospechar de las verdaderas intenciones del centro. Un decente relato de suspense y horror lovecraftiano que mejora en su segunda mita a pesar de unos nefastos efectos especiales digitales que, además, se muestran durante demasiado tiempo. Si fuera menos sería fácil no tenerlo demasiado en cuenta, pero abusa y no ayuda que el outfit de los villanos parezca el de una secta adoradora de las señales de tráfico.
En general, el episodio está muy lejos del mejor Joko, pero comparado con el resto, al menos tiene un buen manejo del suspense. En lo demás nos encontramos historias como la de un niño huérfano que tiene el poder de hacer rico a quien lo adopte, una célebre escritora que descubre que tiene el poder de transportarse literalmente al cuerpo de sus personajes, alienígenas y demonios chocando con luchadores por la libertad y entidades superpoderosas que cruzan a través del espacio y el tiempo, alternando planos de la realidad.
Mientras, hay historias de familias que luchan por permanecer juntas, con padres que protegen a sus hijos y su pequeño rincón de estos incidentes aparentemente inconexos que, a medida que se desarrolla la serie, comienzan a alinearse lentamente. Se van desvelando detalles sutiles que van tejiendo conexiones que unen a los personajes de las diferentes historias, no sólo las comunes al vivir en un país que sigue lidiando con una volátil agitación política y económica, sino por sus experiencias trascendentes individuales.
Un final que cierra todo lo anterior
Joko y sus directores Tommy Dewo, Randolph Zaini y Ray Pakpahan tejen una red a lo largo de la serie que dejan detalles de conciencia social que a veces pierden demasiado de vista sus raíces de género, lo que se traduce en una falta de tensión y emociones fuertes casi insólita en las habituales verbenas de sustos y posesiones del cine indonesio. La influencia de Joko está presente, pero la muestra queda muy carente de la personalidad de sus mejores películas y producciones, incluso de su habitual puesta en escena impecable.
Vista en su totalidad, el verdadero alcance del vasto tapiz de ideas tiene un matiz místico bastante sólido, convergiendo en un clímax convenientemente gore, que además promete nuevas entregas en el futuro. Sin embargo, en la mezcla parece haberse pasado con el tarro de dramón, no ya por el exceso en sí, sino la falta de otra cosa. Es muy rácana en sustos o cualquier otra aparición de ese miedo cósmico que referencia constantemente, además los episodios son morosos en movimiento, y pasa todo al final, mientras que el resto no está ni siquiera muy bien escrito.
A veces hay historias que se hacen interminables hasta que llegan a la chicha, y en general, dado el nombre que hay detrás resulta un evento decepcionante. ‘Pesadillas y ensoñaciones’ es excéntrica, con ideas que no se encuentran en otros productos de occidente, pero es una pena que se haya dejado pasar esta oportunidad en Netflix para dar a conocer la personalidad impredecible y eléctrica del terror indonesio. Salvo detalles culturales, le falta el gancho y energía que hacía de propuestas como ‘Que el diablo te lleve 2’ un oasis en el género que ya va dejando su huella en remakes como ‘Posesión Infernal, el despertar’.
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