‘La nube’ (la nueé, 2020) es el primer largometraje de Just Philippot, ganadora del premio especial del jurado y la mejor interpretación femenina en Sitges 2020, llega a las pantallas españolas ofreciendo una alternativa al tradicional terror de sustos que suelen poblar las carteleras. Bajo un prisma de drama, esta propuesta de Francia nos recuerda que el género aún tiene otras maneras de crear escalofríos.
Dentro de un nuevo movimiento del género con más calado social y ecológico, ‘La nube’ sigue a Virginie (Suliane Brahim), una madre que cría sola a sus hijos y decide empezar a criar saltamontes comestibles para salvar su granja al borde de la quiebra. Un movimiento tan idealista como desesperado que no es tan sencillo de llevar a la práctica, puesto que las primeras crías son frágiles y sus enjambres mueren temprano, lo que le impide garantizar una producción constante y de calidad.
En medio de la desesperación económica, descubrirá un ingrediente inesperado para hacer a los saltamontes más grandes y resistentes, la sangre. Esto hace que en su espiral de obsesión vaya forjando un vínculo extraño con sus insectos mientras sus planes son cada vez vistos con mayor incomprensión por parte de sus hijos, clientes y conocidos. La estructura de ‘La nube’ tiene un poco de ‘La costa de los mosquitos’ (Mosquito Coast, 1986) de Peter Weir, que seguía a un hombre con una obsesión idealista que arrastraba a toda su familia.
De hecho, durante toda la película hay una atmósfera fatalista, una idea de mal por venir que Virginie parece estar catalizando en su propia convicción, una idea de calma antes de la tormenta que también recuerda a las premoniciones ambientales de ‘La última ola’ (The Last Wave, 1977), solo que en esta ocasión, la idea de la salvación (una granja de producción más ecológica) se convertirá en el propio castigo, como una plaga bíblica, un castigo por la explotación indiscriminada con la que el hombre está acabando con el planeta.
Drama apocalíptico con langostas caníbales
Pero la película de Philippot no machaca en estas ideas en su guion, sino que va dejando que se infiltre en un film con códigos de drama social sobre una madre coraje cuya mente empieza a fracturarse, algo para lo que juega a favor las limitaciones del sistema de producción francés, con un presupuesto reducido reparto al mínimo, por lo que los elementos de ciencia ficción se dibujan sobre el telón de fondo este mundo agrícola francés devastado y abandonado por sucesivos gobiernos.
Hay ciertamente un significado metafórico en el elemento fantástico que ayuda a dar una capa de prestigio que consolida la idea de la desconfianza del público francés hacia el cine de género, pero a su vez es funcional para llevar una contención visual a implementar la atmósfera de una amenaza más intangible, pero sí que da la impresión de que la parte final del film podría haber tenido lugar en algún momento del segundo acto, un poco al estilo de ‘Los pájaros’ (The Birds, 1963), pero esta estructura se empuja hasta los momentos finales.
De esta manera, esta irrupción de algo esperado cocina a fuego lento la tensión, pero llega a enfangarse en algún momento de forma poco orgánica, como si bajo el manto de un estudio de la decadencia del personaje femenino a lo Roman Polanski se estuviera realmente de evitar que los eventos se vuelvan demasiado espectaculares para un presupuesto limitado, esto genera ciertas situaciones de reiteración que no puede solucionar un drama familiar muy limitado a un conflicto.
El ADN de la ciencia ficción de los 70
Con todo, sí se logra que la historia tenga ese poso de tragedia inevitable que conduce a una catástrofe ineludible rebote, por lo que el desarrollo deja un interesante ideario social y ecológico que es más interesante de recordar y debatir después de ver el film que en el propio visionado, y esto en parte es por el creíble personaje que compone Suliane Brahim, cuya actuación es clave del éxito de una propuesta tan arriesgada.
Y aunque los efectos especiales no son los protagonistas, la reducción de escenas que presentan al enjambre en secuencias esporádicas están bien llevadas y son doblemente realistas gracias al enfoque naturalista del film, desde el buen uso del fuera de campo a la representación grotesca del resultado de la alimentación carnívora, con un desarrollo que toma los tropos de filmes como ‘La tienda de los horrores’ (Little Shop of Horrors, 1986) o la francesa ‘Baby Blood’ (1990).
Un final apocalíptico relativamente minimalista, convierte a ‘La nube’ en una propuesta valiente que quiere ir más allá de los marcos de película de festival y conectar con grandes clásicos del fantástico –no deja de ser una versión moderna de ‘Color Out of Space’– con toques de cine entomológico ecologista y ciencia ficción de los 70, desde ‘The Helstrom Chronicle’ (1971) o ‘Phase IV’ (1974) hasta incluso ‘Cuando el destino nos alcance’ (Soylent Green, 1973), pero su postura de drama europeo serio busca una importancia que limita sus propias posibilidades de ser un film realmente compacto.
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