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'No me llame Ternera': Jordi Évole pretende crear nuestro 'The Act of Killing', pero un entrevistado que niega la mayor destruye toda polémica | Festival de San Sebastián 2023

Sobriedad y oscuridad para retratar a un asesino que pide perdón sin convicción y no deja que la película de Évole se salga con la suya

No es un año normal en el Festival de San Sebastián si no hay al menos una película de la que un grupúsculo de alterados quieren prohibir su proyección antes siquiera de verla. No es algo nuevo, claro: lo que en su día pasó con ‘La vida de Brian’ y ‘La última tentación de Cristo’ ahora se repite con ‘Sparta’ o la inocentísima ‘Fe de etarras’. Bien es cierto que el tema de ‘No me llame Ternera’ era éticamente polémico, y todos los implicados eran conscientes desde el primer momento que iban a enfrentarse al odio de unos pocos que (creen que) no necesitan ver para juzgar. Una vez vista, queda claro -por si no lo estaba ya- que Jordi Évole no tiene ninguna intención de blanquear ni justificar y el intento de boicot era, una vez más, un simple show. Eso, todo sea dicho, no quiere decir que la película en sí sea buena, mala, ni todo lo contrario.

No son vascos, son terroristas

La intención de Évole a la hora de hacer ‘No me llame Ternera’ es loable: enfrentar a un asesino con sus actos, ver la crudeza del ser humano, comprobar la frialdad de quien no es capaz de ver más allá de unos ideales torticeros, incluso cuando estos se disiparon tiempo ha. Sin embargo, el intento de hacer un ‘The act of killing’ a la española queda aguado por un entrevistado que no da más de sí y al que no siempre se le hacen las preguntas oportunas.

Josu Ternera (o como él se empeña en que le llamen, José Antonio Urrutikoetxea) dedica esta entrevista casi al completo a dos cosas: primero, exculparse de actos terroristas donde estuvo implicado (“Yo no maté a nadie”, llega a decir, provocando la risa nerviosa del público), y segundo, insistiendo, casi como un mantra bien aprendido, en pedir perdón a las víctimas. Sin arrepentirse, eso sí. Al final, la entrevista, tosca y dura como pocas se han visto, no consigue llegar a ninguna conclusión: ni el etarra se quiebra, ni Évole consigue ponerle en un brete. De hecho, cuando está a punto de hacerlo es aseverado por su entrevistado, en los momentos más cercanos al punto de ebullición de todo el documental y que se sienten como la única verdad de esta hora y media larga.

La entrevista se ve enmarcada entre dos escenas que contextualizan la cinta y eliminan cualquier posible acusación de blanqueamiento: dando la palabra a una víctima, Francisco Ruiz, el guardia jurado que protegía al alcalde de Galdákano Víctor Legorburu cuando fue acribillado a tiros y que recibió varias ráfagas, sobreviviendo de pura casualidad. No es un testimonio novedoso, pero sí escalofriante, que sirve para poner en contexto lo que estamos a punto de ver. Como público adulto, sabemos que ninguna de las palabras de Josu Ternera le exculparán de sus crímenes, y que vale más por lo que calla que por lo que habla. Y al final, ese es el gran problema.

Yo no hice nada

El documental da la palabra a un terrorista, sí, pero sin intención alguna de olvido, perdón o justificación, sino de confrontación pura. Eso no quiere decir que él no intente librarse del juicio público con frases más que preparadas en las que dice sentir horror por los asesinatos de civiles (especialmente de niños) y afirma que matar nunca es el camino. El contexto de ‘No me llame Ternera’, su iluminación tenue y su tono sombrío, casi de cine de terror, enfocando al terrorista como un Nosferatu chupasangres del siglo XXI, no deja lugar a dudas: si quiere hablar, puede hablar, pero nosotros no tenemos por qué tragar con lo que diga.

El papel de Jordi Évole no es fácil, y no quiero sugerir que entrevistar a alguien como Josu Ternera sea sencillo en absoluto, pero lo cierto es que a veces se echa en falta un poco más de mordiente. El presentador de ‘Lo de Évole’ se limita, en ocasiones, a listar atrocidades y preguntarle cómo se sintió al respecto y qué le diría a las víctimas ahora. El resultado, impactante la primera vez, acaba cayendo en la repetición por culpa de un interlocutor que no da el juego necesario para hacer de este un documental imprescindible. Sí, es una pieza interesantísima para comprender la España moderna, pero no llega a ser la pieza definitiva en el puzzle que la sociedad necesitaba escuchar.

Ternera se limita a negar la mayor, incluso afirmando que él no fue el cabecilla de ETA y que jamás mató a nadie a sangre fría, y a dar rodeos para evitar consecuencias dentro de su círculo. Llega a afirmar que el atentado de Hipercor fue un error, pero enseguida recula y matiza: un error, sí, pero de la Guardia Civil española por no desalojar a tiempo. De la misma manera arremete contra aquellos que no tomaron medidas tras ser amenazados: las críticas reales a la banda salen a cuentagotas. Es un testimonio que merece la pena ser visto, claro, pero al mismo tiempo es más frustrante que interesante.

La frialdad del etarra

Para ilustrar la entrevista, y darle más aspecto de documental que de episodio perdido de ‘Lo de Évole’, el montaje pone en contexto visual los diferentes bloques, desde el inicio de ETA hasta su disolución, poniendo en tela de duda muchas de las afirmaciones de Ternera (como, por ejemplo, que ya no formara parte de la banda cuando leyó el comunicado de su disolución). Son imágenes de archivo escogidas metódicamente que ilustran a la perfección el terror de aquellos años sin dejarse llevar a un lado más sensacionalista que no le haría ningún bien.

Boicotear o censurar una película, venga de donde venga, nunca es una buena idea y dice más del censurador que del censurado, pero tratar de hacerlo sin haberla visto y centrándose en unos prejuicios absolutamente inventados y torticeros en una España fragmentada lleva a actos tan ridículos como los previos al Festival de San Sebastián, donde cualquiera podría haber deducido que Jordi Évole, tras 15 años dedicados al periodismo, no iba a rebajarse a apoyar un terrorismo ya vencido pero no muerto en la memoria colectiva. Que sirva de lección para el futuro.

Dar voz a alguien que propagó el terror tiene problemas éticos indudables, pero no es la primera vez que lo vemos: hay documentales que antaño se han considerado obras maestras que se basaban, al fin y al cabo, en documentar el dolor que causaron. Pero aunque ‘No me llame Ternera’ tiene vocación de ‘The act of killing’, lo cierto es que no logra sobrecoger ni aportar las suficientes declaraciones impactantes como para justificar su alboroto. Lo único que tenemos es un terrorista negando la mayor, pidiendo perdón sin ganas y mintiendo a un público consciente de la verdad. Y apena cuando podría haber sido un vehículo de sanación para una sociedad que aún sangra.

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