'No es país para viejos', decepcionante cine negro

“Si no vuelvo, dile a mi madre que la quiero”

- Levellyn Moss

Como hace pocos días dejé por escrito mi admiración sin límites hacia Paul Thomas Anderson en general, y hacia su genial ‘There Will be Blood’ (2007) en particular, y de paso afirmé que la película que la “venció” en los Oscar, ‘No es país para viejos’ (‘No Country for Old Men’, Joel y Ethan Coen, 2007), era muy floja y hasta insulsa, algunos lectores me pidieron que explicara mis razones, y luego me di cuenta de que jamás he escrito una crítica sobre ella. Así que me he puesto manos a la obra, con la esperanza de poder dar argumentos sólidos a la legión de partidarios de la película número doce de los ínclitos hermanos, verdaderos niños mimados del Festival de Cannes, a los que yo veneraba hace bastantes años como los más personales y brillantes cineastas norteamericanos de su generación. Tal veneración, por supuesto, ha ido dejando paso a una simple curiosidad por sus nuevos proyectos, ya que sus mejores películas (las primeras) empiezan a quedar muy atrás, y desde hace años ninguno de sus trabajos me ha enamorado.

Cuento todo esto porque no es uno de esos casos (realmente hay muy pocos) en los que yo le tenga antipatía al director de turno. Más bien al contrario. Fui al cine muy ilusionado, esperando volver a encontrarme a los magníficos artistas que tantas alegrías cinematográficas me dieron en los años ochenta y noventa. Y salí decepcionado, una vez más, convencido de que los Coen pueden, porque lo han demostrado, hacerlo mucho mejor. A lo mejor mis enormes expectativas habían influido, pero luego repasé mentalmente toda la película, y la irritante y vacía sensación que en su día me provocó ‘El hombre que nunca estuvo allí’ (‘The Man Who Wasn’t There’, 2001) regresaba con fuerza. La sensación de un relato sin el menor interés, con un comienzo muy prometedor pero un desarrollo incomprensiblemente insustancial, anémico, casi absurdo. Por supuesto que esa era la intención de los inteligentes y extraños hermanos Coen, pero una cosa es una intención, por muy noble o ambiciosa que esta sea, y otra cosa muy distinta los resultados. Y con ‘No es país para viejos’ el único resultado es una exasperante pérdida de tiempo.

Y si en ‘El hombre que nunca estuvo allí’, los primeros veinte o treinta minutos nos atrapaban de manera irremediable, y creaban la ilusión de que la película iba a ser una digna heredera de un Wilder o un Lang, aquí pasa algo muy parecido: los primeros treinta o cuarenta y cinco minutos cautivan de forma incontestable, y aunque no representan en sí mismos una cumbre del cine Coen, sí que daban margen para soñar con una aventura negrísima, impredecible, salvaje. Pues bien, absolutamente nada de eso existe en más de la segunda mitad de la película. Adaptación bastante ajustada, aunque en algunos aspectos muy diferente, de la novela homónima de uno de los escritores más respetados ahora mismo en Estados Unidos, el misterioso Cormac McCarthy, lo cierto es que los Coen extrajeron de la novela lo más superficial tan solo, y no le dieron la importancia necesaria a la presencia del sheriff Bell (Tommy Lee Jones), que en la novela es esencial para dar cohesión al relato. Fue, bajo mi punto de vista, el primer incomprensible error de dos cineastas tan curtidos, pero no sería el último.

La presentación de Llewelyn Moss (un muy sólido Josh Brolin) es inmejorable, aunque luego su personaje se quede en tan poca cosa. Es una de las mejores secuencias de todo el filme, en la que mientras se dedica a cazar berrendos, descubre un maletín lleno de dinero y a un montón de cadáveres, presumiblemente narcos, en mitad de ninguna parte. Por supuesto, se queda con el dinero, y hubiera sido imposible que le encontraran si no hubiera decidido volver al lugar de la matanza, para llegar agua a uno de los heridos. Hasta ese momento la película es modélica, saturada de tensión y suspense. También hemos conocido a un espectral sujeto (Javier Bardem), que es una máquina de matar de insólita personalidad, y que en pocos minutos liquida a un policía y a un conductor como el que se enciende un cigarrillo. Este sujeto, de nombre Anton Chigurh, será el principal perseguidor de Moss y del dinero, iniciando una caza bastante intensa y violenta que será lo más destacable de la película. Una vez que Moss llega a México, se pregunta uno si la película está contando algo, si no quiere contar nada, o si simplemente no tiene nada que contar, porque el bajón de ritmo e intensidad es tan espectacular que hay que verlo para creerlo.

Cuenta que Tommy Lee Jones acabó bastante mosqueado con el resultado final de su personaje, que más que un secundario, parece un figurante con algunas frases, sin el menor peso en la trama ni en la narración. Si es cierto, tiene toda la razón, porque este excelente actor parece estar en otra película, en otro mundo, en un error de dirección asombroso en unos directores capaces de filmar maravillas como ‘Muerte entre las flores’ (‘Miller’s Crossing’, 1990) o ‘Fargo’ (id, 1996). En comparación, el peso de Javier Bardem resulta excesivo para un personaje tan extremo. Y tampoco encuentro yo nada de genial en su interpretación. Bardem, a menudo un buen actor, no mueve una ceja en toda la película, y basta su rocoso rostro y su pelo cortado a tazón para dar miedo o inquietud, pero es un personaje demasiado fácil, y de fascinación muy limitada. Una especie de diablo invencible con diálogos intrascendentes y una escena final que pretende ser…no sé qué pretende ser ni expresar, como el resto de la película.

Los Coen, muy interesados en captar un cierto espíritu a lo Peckinpah, echan mano de su habitual Roger Deakins para dar forma visual a este post-western o cine negro de frontera. Pero todo queda demasiado aséptico, demasiado superficial. En pocas palabras: poco creíble. En su abstracción de las polvorientas carreteras, de oscuros pueblos de la América profunda, los Coen quedan muy lejos no ya de Peckinpah, también de un Walter Hill, una Bigelow, o cualquier director potente que haya puesto de trasfondo de su historias a las arenosas arquitecturas y los espacios abiertos en los que murió el western. Es lástima, porque la luz de Deakins alcanza momentos de gran inspiración, y los Coen se las saben todas en la planificación, tanto sonora como visual, de su relato. Pero sin riesgo, no hay victoria, y da la impresión de que se limitan a filmar lo mejor que pueden el tétrico cuento de ogros de McCarthy, en lugar de plantear un punto de vista propio, una emoción, un estado de ánimo. Un sello personal, vaya. Y esto, viniendo de los Coen, es más que sorprendente.

Conclusión a una decepción

Lo más incomprensible de una película tan prometedora y finalmente tan endeble, es su resolución, completamente en off (y no lo contaré para los que aún no hayan visto la película). En la novela no es exactamente así, pues el descubrimiento del sheriff Bell del destino de Moss, aunque llega tarde, tiene un sentido muy diferente. Pero me da la impresión de que los Coen no han sabido captar el existencialismo de la novela, ni han sabido sustituirlo por otra cosa. Para McCarthy, el destino es terrible y la vida no da respuestas. Pero para dos artistas tan cerebrales como los Coen, todo queda en un juego narrativo vacuo, casi lúdico. Mientras que lo que cuentan es casi apocalíptico, su forma de contarlo es llana, sin fuerza, como un pasatiempo oscuro. Ellos sabrán por qué.

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