Cuando Guillermo del Toro recogió una hondonada de premios el año pasado y se mató a repetir que la animación no era un género sino un medio, parece como si la industria del cine se hubiera lanzado a contestarle dándole la razón en un año absolutamente estelar para el cine animado, que ha demostrado estar en una forma excelente con películas como ‘Spider-man: cruzando el multiverso’ o ‘Elemental’. Pero, como todas las veces que Hayao Miyazaki estrena una nueva película, esta eclipsa al resto: en un mundo que parece haber dado la espalda a la animación en dos dimensiones más allá de series infantiles o proyectos muy minoritarios, ‘El chico y la garza’ demuestra el potencial que tiene un medio cuando se le exprime al máximo.Y la experiencia, os lo aseguro, no la váis a olvidar fácilmente.
Entre periquitos y garzas
‘El chico y la garza’ recupera la vertiente más fantasiosa de Hayao Miyazaki para indagar en algunas de sus obsesiones: la II Guerra Mundial, la aceptación de la muerte, los cambios fortuitos, la fantasía y la rebeldía de una infancia que al director cada vez se le antoja más lejana. Y para ello da rienda suelta a algunos de los diseños más fabulosos que han salido de sus manos, tan icónicos, encantadores y peligrosos como cualquiera de los que estáis pensando: periquitos guerreros, garzas semi-humanas, bolitas blancas que flotan hacia una nueva vida… Cada plano es fascinante en sí mismo, y demuestra que a pesar de sus 82 años, el director japonés sigue en plena forma.
Es imposible no quedarse embobado viendo los distintos detalles que llenan de color cada escena, las gotas de agua cayendo con imposible plasticidad, la eterna comida del Studio Ghibli, cuyo sabor y textura traspasa la pantalla o los momentos de drama donde las caras se deforman, se queman y vuelven a recomponerse. Tras la decepción absoluta de ‘Earwig y la bruja’, que demostró que Goro Miyazaki no está (aún, quizá nunca) preparado para continuar la labor de su padre, esta película vuelve a devolver la confianza en que el legado de Ghibli permanecerá impoluto.
Todos hemos visto anime técnicamente encantador que en realidad no estaba contando nada, más centrado en la demostración técnica que en la historia. Pero Hayao Miyazaki sabe perfectamente lo que quiere contar, poniendo la animación al servicio de una de las historias más emocionantes y personales que ha creado hasta la fecha. Un guion sobre la culpa, la melancolía, la aceptación de la muerte y las ganas de vivir que culmina con la belleza de la realización personal. En su vejez, el jefe del Studio Ghibli ha decidido anteponer la esperanza a la tristeza con una madurez arrebatadora.
Un grito a la vida desesperado
‘El chico y la garza’ está al nivel de cualquier otra obra maestra del Studio Ghibli. Tiene los diseños entre lo feísta y lo cuqui de Miyazaki que ya vimos en ‘La princesa Mononoke’ o ‘El castillo ambulante de Howl’, el guion adulto, abstracto y abierto a la maravilla de ‘El viaje de Chihiro’ o ‘Porco Rosso’, y, sobre todo, las intenciones claras de dejar como legado una obra inmortal, un último regalo a sus seguidores con un grito vital desesperado. Una película que, en sí misma, contiene todas las anteriores del director, como un resumen de dos horas de todo lo que se puede hacer con un lápiz, muchísimas horas y una imaginación infinita.
La cinta de Miyazaki no parece contemporánea, y eso es un halago absoluto: lejos de dejarse llevar por modas y manerismos, ‘El chico y la garza’ no se deja influenciar por nada ni nadie, perfectamente consciente de que, incluso dentro del mundo del anime actual, es rara avis. No quiere dirigirse específicamente a adolescentes, a jóvenes o a adultos: es una obra para todo el mundo tan profundamente humanista y bella que todo el mundo puede descubrirse, de pronto, con los ojos encharcados, la emoción a flor de piel, la mirada pendiente de cada movimiento en la pantalla. Y todo ello sin necesidad de tirar de estrés fílmico.
No hay una sola escena en esta -llamémosla por su nombre- obra maestra que no resulte fascinante. Es imposible no emocionarse al contemplar la plasticidad, la devoción por el movimiento continuo, la belleza pensada plano a plano, la épica nacida de lo cotidiano, la fantasía que explota en tu cara sin pedir permiso ni perdón, como una celebración de todo lo bueno, lo bonito y lo trágico de la vida. ‘El chico y la garza’ podría haber sido una obra anquilosada en el recuerdo de un pasado que no volverá y la nostalgia más absurda, pero vuelve a los años de la Gran Guerra para contarlo todo sobre unas sensaciones que embadurnan inevitablemente nuestro presente.
Cierto es, no me oculto, que escribiendo estas líneas me declaro un fan a ultranza tanto de Miyazaki como del Studio Ghibli. Por tanto, no tomes mis palabras como grabadas en piedra: el continuismo fílmico de la película con sus obras anteriores hace que sea fácil dilucidar si esta película está hecha para ti o no. Si crees que la fama del estudio japonés está exagerada, o sus películas nunca te han robado el sueño, ‘El chico y la garza’ pasará sin pena ni gloria por tu visionado. Si, por el contrario, encajas en la cosmogonía fantástica que propone el director, siempre dispuesto a utilizar la fantasía como manera para explicar sus obsesiones en el mundo cotidiano, capaz de crear un mundo propio en cada película y perfeccionar la narración de sentimientos complejos que otros tardarían trilogías enteras en empezar a arañar en la simple composición de un solo plano, ni lo dudes: Hayao Miyazaki, para ti, también lo habrá logrado una vez más.
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