Un viaje al pasado frío, incontestable, duro, imposible de ver con comodidad: Andrea Jaurrieta acierta con una película española que rompe con el resto del cine patrio
Cuando, de adolescente, vives en un pueblo de provincias en el que no terminas de encajar, Madrid te suena a paraíso lejano, edén inalcanzable, lugar de mil oportunidades en el que, por fin, tener la oportunidad de ser tú mismo, como un canto de sirenas que promete encontrar la pieza del puzzle perdida en tu alma. Para la Nina joven, Madrid significa todo eso, pero también algo más: la ruptura con su rutina terrenal, un Valhalla repleto de promesas donde crecer y ser feliz. Pero la realidad, como suele pasar, nunca es tan certera como en la ficción de tu imaginación candente.
Tengo una pistola que dispara sola
'Nina' empieza con un punto de partida inmejorable para los amantes del thriller: una mujer, bajo la lluvia, llega a un pueblo sin poder hablar de la impresión y la rabia, con una escopeta en la mano y dispuesta a encarar a su pasado. Andrea Jaurrieta plantea, como tantas directoras españolas, un retorno al pueblo y a los orígenes, pero, en lugar de disfrutar de los detalles y de los amigos del pasado, nos propone una historia de venganza cocinada a lo largo de las décadas que se nos va deshilvanando poco a poco.
Para Nina, su pueblo representa una cárcel asfixiante, un vergonzoso infierno personal ante el que no puede ocultar la tristeza y la rabia ante la mera idea de dejarse ver. No le interesan los viejos amigos, los primeros amores ni las tradiciones imperturbables a lo largo de los años: son tan solo pasos necesarios para poder, al fin, alcanzar la catarsis que tantos años lleva anhelando, desde antes de marcharse a la capital. El pueblo como asfixia. Madrid como dolor. La revancha como único motor para seguir adelante.
En los últimos tiempos del cine español hemos visto lo rural como un abrazo que no se debe perder ('Alcarràs'), una manera de desvelar nuestro verdadero yo ('Suro'), una cárcel sin barrotes ('El agua') e incluso un lugar donde volver a valorar a quienes te rodean ('20.000 especies de abejas'). Pero 'Nina' da un golpe en la mesa y, casi como respuesta ante una visión casi mística de los pueblos, se revuelve mostrándolo frío, poco acogedor, un amasijo de rumores donde siempre se encuentra silencio ante la injusticia, el dolor y aquello de lo que nunca se habla. Eso sí, sin histrionismos, monólogos imposibles ni lágrimas constantes. Es refrescante y funciona como thriller cocido a fuego lento, pero, al mismo tiempo, y tristemente, no consigue rematar la faena.
No sabe Nina ni ná
Jaurrieta se lo juega todo a una escena final de catarsis, un clímax que debe ser satisfactorio para el espectador. Todos, a ambos lados de la pantalla, lo sabemos: durante todo el metraje la directora caldea el ambiente y arranca los motores para lo que debería ser un estallido final en la que el personaje alcance su cénit. Y sin embargo, esa escena de clímax sabe a muy poco: la película no puede jugar con el escenario (una terraza), el ritmo se pierde entre promesas vagas, el diálogo vengativo se queda a media res y la fuerza se pierde cual globo recién pinchado entre diálogos inesperadamente tópicos para una película que trata de huir de ellos desesperadamente.
Incluso en los flashbacks, donde podría haber caído en una historia clásica de violación, 'Nina' intenta ir más allá y plantear dudas al espectador añadiendo capas a un personaje ya de por sí complejo. La inocencia enfrentada a un depredador perfectamente consciente de cada paso que da pese a protegerse por su aparente retrato naíf del amor y la seducción. El grooming explicado paso a paso, el poder ejercido desde la experiencia ante quien apenas puede comprender su propio cuerpo, las promesas de amor que serán, por supuesto, "su secreto". El asco insalvable.
Podría eludir los matices, pero 'Nina' no duda en mostrar todo, sin importar lo incómodo que pueda ser para el espectador, tratando de acabar con todos los "Si es consentido no es abuso sexual". Nada puede ser consentido en esta seducción horrible, psicópata, que desnivela la balanza del poder y tergiversa por completo, incluso décadas después, la mera definición del amor. Jaurrieta no se anda con sutilezas, pero eso no significa que utilice la brocha gorda, en un punto medio exquisito al que solo se le puede achacar una dirección en ocasiones demasiado estática.
Eso no significa que la película no tenga escenas meticulosas y casi inéditas en el cine patrio, claro: ese paso religioso, ese disparo en diferido, ese faro dando luz a la vergüenza que debía permanecer en la oscuridad, esos niños jugando a ser adultos con torpeza. 'Nina' habla de violencia, deseo, dolor, muerte en vida, injusticia, asfixia vital y ajustes de cuentas necesarios para poder continuar adelante. Y, por supuesto, de Madrid como ente del que se habla pero no se ve, que ejemplifica la victoria y el éxito, pero, sin saberlo, esconde dolor, frustración y un éxito truncado por las lágrimas de un autobús marchándose del pueblo para no volver jamás.
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