'Nightcrawler', caiga quien caiga

'Nightcrawler', caiga quien caiga
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Avalada por el apellido Gilroy, por la que muy probablemente podría ser la mejor interpretación que Jake Gyllenhaal haya hecho en toda su trayectoria como actor y por el reconocimiento que ha supuesto el que la Academia la haya distinguido con la nominación al Oscar al Mejor Guión Original; me cuesta creer que sin este trío de afortunadas coincidencias 'Nightcrawler' (id, Dan Gilroy, 2014) hubiera estado en boca de los cinéfilos en los últimos tiempos. A fin de cuentas, y eliminando de la ecuación los dos primeros factores y considerando que la validez del tercero es de una parcialidad cada año más patente, la cinta que supone el debut en la dirección de Don Gilroy no termina de sacudirse el polvo de "telefilme venido a más".

Y es que esta historia de cazadores de noticias sin escrúpulos en el Los Ángeles de hoy es incapaz de ocultar lo arquetípico de un argumento que se ve venir a leguas de distancia, lo trillado de unos personajes secundarios que se adhieren con especial intensidad al epíteto previsibles —dejaremos fuera de tal calificación al Lou que interpreta Gyllenhaal— y, en esencia, unos esquemas que, de manidos, terminaron tiempo ha yendo a parar a ese cajón de sastre al que las productoras televisivas no se cansan en recurrir cada vez que hay que ponerse manos a la obra para dar luz verde al rodaje de una nueva producción de esas abocadas a llenar las sobremesas de los fines de semana.

La metamorfosis de Gyllenhaal

Nightcrawler 1
Lou es un coyote. Al contrario que otras metrópolis, Los Ángeles está rodeada de desierto y hay animales salvajes, sobre todo coyotes que acechan en las sombras y cuando te cruzas con uno te miran como si fueran a comerte, su técnica consiste en cazar al desesperado. Intenté convertirme en uno. Y por eso empecé a ir corriendo al set. Aunque estuviera a 20 kilómetros de distancia. Hubo días que llegaba al set corriendo, me ponía el vestuario, ni me duchaba y entraba a rodar. Y no comía.

Palabras de aquel que se diera un batacazo artístico en Dolby Surround 7.1 con la olvidada y olvidable 'Prince of Persia: las arenas del tiempo' ('Prince of Persia: the sands of time', Mike Newell, 2010), resulta una obviedad incuestionable afirmar que en los cinco años que han pasado desde el estreno de la producción de la Disney, Gyllenhaal ha sabido reinventarse, dando un giro asombroso a su carrera hacia gracias a la inestimable ayuda de Dennis Villeneuve y David Ayer, responsables de que el hermano pequeño de Maggie Gyllenhaal interviniera en la espléndida y muy variada terna formada por 'Sin tregua' ('End of Watch', David Ayer, 2012), 'Prisioneros' ('Prisoners', Dennis Villeneuve, 2013) y 'Enemy' (id, Dennis Villeneuve, 2014).

El resultado del viraje profesional del protagonista de 'Donnie Darko' (id, Richard Kelly, 2001) se deja ver con toda su intensidad en la fuerte transformación física y lo agradecido de ese sociópata con ínfulas de artista que es el Lou de 'Nightcrawler', un personaje de partida desagradable y con el que resulta imposible llegar a empatizar pero que, gracias al trabajo del intérprete, se convierte en una fuerza de la naturaleza que atesora un carisma asombroso.

Ésta cualidad, encarnada en una sonrisa espeluznante y una verborrea incontenible que no da tregua a sus contertulios en ningún momento —impresionantes sus careos con Rene Russo—, es la que en última instancia logra que el respetable sea capaz de asumir —a regañadientes, vale, pero se asume a fin de cuentas— las muy cuestionables decisiones que el personaje va tomando en esa meta que se ha marcado para llegar a la cima de las noticias de la noche y por la que estará dispuesto a lo que sea...literalmente.

Sin escrúpulos

Nightcrawler 2

De que dicha asunción sea posible y de que la cinta sea una constante huida hacia adelante, regalando al público muy pocos momentos de asueto —por no decir ninguno— es directo responsable un Dan Gilroy que demuestra que detrás de la cámara se siente mucho más cómodo que delante del teclado de un ordenador. Este hecho, constatable en cualquiera de las producciones para las que el hermano de Tony Gilroy ha servido de guionista, resulta quizás más evidente que nunca aquí por las razones que ya comentaba más arriba y por otras que tienen directa relación con lo que el cineasta pone en juego en las escasas dos horas de metraje.

Si bien aquí cabría citar más de un ejemplo —presten especial atención a la incursión de Lou en una vivienda en la que acaba de producirse un tiroteo y el brillante manejo de la tensión del que hace gala la secuencia— me quedo sin duda alguna con el clímax final, esos quince minutos que nos llevan a toda velocidad por las calles de la metrópoli estadounidense y que, gracias también al trabajo del tercer Gilroy en discordia en las labores de edición, resulta todo un prodigio de ritmo narrativo que coge desprevenido al espectador para dejarlo pegado a la butaca de la sala de cine.

Todo lo demás que rodea a la producción se queda del lado de lo modestamente correcto —sigo preguntándome dónde diantres habrá ido a para el James Newton Howard de finales de los noventa y principios del presente siglo— y rubrica una cinta notable de la que también cabría destacar, para finalizar, esa moraleja acerca del poder seductor y corruptor de la fama, de aquello que estaríamos dispuestos a hacer por el reconocimiento y por nuestros quince minutos de gloria y de la absoluta falta de escrúpulos que esta sociedad en la que vivimos requiere de nosotros si lo que se busca requiere pisar al prójimo.

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