‘Niebla’ (‘Haemoo’, 2014) es la ópera prima de Shim Sung-bo, quien había participado en el guion de uno de los films coreanos más laureados de los últimos quince años, ‘Memories of Murder’ (‘Salinui chueok’, Bong Joon-ho, 2003). Al igual que aquella, la presente está basada en hechos reales, concretamente en el 2001, cuando cerca de Corea del sur, 25 inmigrantes murieron asfixiados en la bodega de un barco, y sus cuerpos fueron tirados al océano. Un trágico hecho recogido, a modo de ficción, en una película loca y muy entretenida.
Precisamente la locura es una de los elementos del relato, que da comienzo con un retrato de la vida cotidiana de un capitán de barco, ahogado por la crisis económica, y decide aceptar un encargo poco habitual, esconder en su vieja y deslucida embarcación a un grupo de inmigrantes chinos para introducirlos, ilegalmente, en el país. Una buena cantidad de dinero a cambio, y la conciencia tranquila. Pero el trabajito lleva consigo serias consecuencias, algunas de índole humano, otras inesperadas, que tendrán devastadores efectos en la tripulación del barco, saliendo a relucir, en la mayor parte de los casos, el peor lado del ser humano.
(From here to the end, Spoilers) Antes de que el capitán —excelente Kim Yun-seok, visto en films como ‘Chaser’ (‘Chugyeogja’, Na Hong-ji, 2008) o ‘The Yellow Sea’ (‘Hwanghae’, Na Hong-ji, 2010)— decida traspasar los límites de la mil veces tergiversada ley, la película resulta un fresco interesante, con algún que otro apunte cómico, sobre la vida de pescador en tiempos difíciles. Con una mujer infiel que le reprocha el no traer dinero al hogar, con deudas que le ahogan, su visión ante el mundo parece la de alguien que se ha dado por vencido en muchas cosas, a excepción del barco que capitanea, y en el que da órdenes a una pequeña tripulación de obedientes trabajadores. Todo muy normal.
Una normalidad que tendrá su primera rotura al aceptar la misión a cambio de una gran cantidad de dinero; dinero que necesita desesperadamente. La película mostrará cómo esa desesperación puede llevarle a hacer cosas impensables —como George Bailey a punto de suicidarse en ‘¡Qué bello es vivir!’ (‘It´s a Wonderful Life’, Frank Capra, 1946), film que nada tiene que ver con el presente, salvo por la coincidencia de mostrar a un hombre que actúa bajo el manto de la citada desesperación—; un viaje hacia el mismísimo centro del horror humano, de lo miserables que somos por naturaleza, y del poco lugar que hay a veces para la comprensión, o simple y llanamente la humanidad.
A merced de la locura
El segundo golpe de impacto, tanto en los personajes como en el espectador, se produce en la bodega del barco debido al mal estado del mismo. Una desgracia de proporciones enormes, y totalmente irreversible. La muerte de todos los inmigrantes, a excepción de una chica, escondida en la sala de motores por un joven que se ha enamorado de ella, es el primer paso hacia el terror, hacia esa locura que hace acto de aparición cuando la “normalidad” en una comunidad —aquí representada en el pesquero— se rompe de forma violenta. Sung-bo cede un poco ante el espectáculo, ese que tan bien nos han sabido vender los coreanos en sus más que estimables blockbusters.
Un espectáculo bien entendido, y servido con buena mano para filmar en espacios reducidos, sobre todo cuando el barco está inmerso por completo en la niebla marítima del título, una niebla que bien podría resultar una alegoría, la de la ceguera de casi todos los tripulantes del pesquero —el capitán preocupado únicamente por su barco, el que tiene remordimientos sobre lo que han hecho, el que sólo piensa en tener sexo con una mujer, el materialista—, a excepción del joven Dong-sik —debut cinematográfico de Kim Yun-seok—, la única voz de cordura que parece haber en ese infierno flotante.
Si bien la historia romántica parece metida a calzador y responde a las demandas del mainstream, el film de Sung-bo está milimétricamente pensado, en algunos pasajes recuerda a ‘Snowpiercer’ (id, Bong Joon-ho, 2013), reuniendo el universo humano dentro de un espacio reducido —John Ford ya lo había hecho hace décadas—, y demostrando que el camino de la esperanza es arduo, y casi una utopía. Nuestro mayor obstáculo es el propio hombre. Casi un thriller con luces, sombras y mucha niebla, machetes y sangre, vida y muerte, mar y tierra. Y una prodigiosa ironía final: si al principio Dong-sik es salvado de morir triturado al engancharse en la red —el trabajo en equipo de un grupo de hombres perfectamente hermanados—, el capitán perece con su embarcación de un modo similar —el precio de la soledad de la locura—. Mientras tanto, en un prescindible epílogo, la puta vida continúa.
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