Lo apunté a las claras en el artículo previo que le dediqué hace unos días, y su visionado no ha hecho sino confirmar que mis sospechas estaban más que fundadas: 'Need for Speed' (id, Scott Waugh, 2014) no es más que un refrito de algunas de las ideas que la franquicia de 'A todo gas' (‘The Fast and the Furious’, Rob L. Cohen, 2001) ha ido apuntando a lo largo de los últimos trece años en las seis entregas que hasta ahora nos han llegado de las aventuras de Dominic Toretto y compañía. Un refrito al que, abundando en el símil culinario, la falta un buen fondo y le sobra mucha farfolla.
No hay que rascar mucho en la superficie de la cinta protagonizada por un Aaron Paul que se dedica a poner cara de duro y que nos hace añorar aún más, si es que eso era posible, al ya mítico Jesse Pinkman de 'Breaking Bad' (id, 2008-2013), para darse cuenta de que, al margen de las secuencias de persecuciones de coche, poco o nada hay en el filme que justifique su visionado y, por ende, que merezca el gasto de la entrada, sobre todo cuando un análisis de la estructura de esta producción revela de forma inmediata el estar alargada hasta lo indecible.
Sólo en un intento de los productores de complacer a los muchos seguidores del videojuego del que este simplón filme se deriva puede encontrarse posible apoyo a las dos horas y diez de duración de una cinta que, para lo que cuenta, habría tenido más que suficiente con cuarenta minutos menos de metraje. Un hecho éste que provoca, como era de esperar, que tanto la muy previsible vertiente dramática del relato —decir que se ve venir a la legua es un eufemismo— como todo el núcleo central de la proyección termine lastrando un vehículo que podría haber sido la mar de entretenido si se hubiera dedicado a los menesteres correctos.
'Need for Speed', ni rápida ni furiosa
Y es que si hay algo que admitir toda vez se ha consumido el filme, eso es lo bien que funcionan las secuencias que se centran en aquello alrededor de lo que orbita toda la insustancialidad del metraje: rodadas con buen pulso y mucho tino narrativo por un Scott Waugh que en su doble faceta como realizador y editor antepone la claridad expositiva a cualquier otra disquisición, las carreras/persecuciones automovilísticas son lo mejor de la cinta, por más que en casi todas ellas el espectador más atento pueda detectar planos que se repiten de forma constante.
A fin de cuentas, las formas de rodar secuencias con coches no son inagotables, máxime cuando ahí están ya no los ejemplos de la saga de 'A todo gas', sino notables producciones como 'Bullit' (id, Peter Yates, 1968) —a la que la cinta rinde homenaje mostrando imágenes suyas en un cine drive in al comienzo de la proyección—, 'Ronin' (id, John Frankenheimer, 1998) o la espléndida 'Drive' (id, Nicolas Winding Refn, 2011), muestras todas que se cuentan como lo más granado a la hora de planificar y ejecutar a la perfección persecuciones volante en mano.
Si eliminamos pues las citadas escenas, lo que nos queda es un relleno plúmbeo y en ocasiones soporífero cuya razón de ser, la de intentar aportar trasfondo a unos personajes que no podrían ni ser más planos ni estar interpretados con menos convicción —con decir que lo mejor de la función es lo inane de Paul, está todo dicho—, es puesta en entredicho cada vez que la atención del guión vuelve a centrarse en el motor de la acción. Una acción que, insisto, habría mejorado ostensiblemente con los muchos y muy necesarios "tijeretazos" que tendría que haber sufrido el filme en la mesa de montaje.
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