Tras el éxito de ‘Bienvenidos al norte‘ (‘Bienvenue chez les Ch’tis’, 2008) y después de producir el remake italiano, ‘Bienvenidos al sur’ (‘Benvenuti al sud’, 2010), el actor Dany Boon ha vuelto a dirigir una comedia en la que las idiosincrasias regionales cobran protagonismo: ‘Nada que declarar’ (‘Rien a déclarer’, 2010). Por esta cuestión, que se suma al hecho de que el público francés reirá las gracias a actores que conoce y reconoce, estos productos podrían considerarse inexportables, al menos como film terminado, pues como formato del que hacer una versión en cada país resultarían perfectos. Sin embargo, hasta aquí nos han llegado todos ellos. El efecto que se produce es que, desde aquí, los encontramos ramplones y, lo que es peor, escasos en humor. Habría que imaginar lo divertida que encontraríamos la misma historia, protagonizada por Carlos Areces y Joaquín Reyes, peleando por la frontera entre Cuenca y Albacete… bueno, a mí me haría gracia.
No quiero decir que ‘Nada que declarar’ sea buena y que no podamos apreciarla porque nos falten conocimientos sobre el acento belga o las expresiones coloquiales de cada lugar, pues en cualquier caso estaríamos ante una comedia demasiado canónica, facilona, infantil y formularia. A lo que me refiero es a que estos defectos se verían compensados por las risas que nos aportaría la complicidad con esos detalles que nos estamos perdiendo. No es cuestión de saber el idioma o de poder entender la v. o., sino de ser capaz de pillar todos los matices. Tampoco basta con conocer a Dany Boon y a Benoît Poelvoorde, sobre los que he escrito en varias ocasiones en el último par de años. Supongo que es necesaria una cercanía cotidiana para apreciarlos tanto como lo hará el público francobelga. Por otra parte, de todas las interpretaciones que he visto de cada uno de ellos, esta es la más floja. La baza que ambos juegan es la de despertar la ternura y el instinto maternal, a pesar de sus avanzadas edades. Si bien en otras películas la sacan adelante, aquí fracasan quizá por pelear ambos por un espacio demasiado similar.
Karin Viard puede tener el papel más digno –al igual que le ocurría en la película que comenté ayer–, dentro de un elenco en el que predomina la interpretación bufa, especialmente en lo que se refiere a Bouli Lanners, no por su actuación, sino por el retrato de su personaje. La encarnación de François Damiens del marido de Viard, es buena, pero su papel cae en otro tópico más: el del calzonazos. Julie Bernard supone un absoluto cero a la izquierda, tanto como objetivo romántico como en lo que la actriz aporta al film. El resto de los policías, familiares y otros paisanos funcionan como relleno o partes de grupos, pero no destacan individualmente.
No le falta nada a ‘Nada que declarar’. Además del humor que proviene del uso del idioma y de las peculiaridades de cada país, cuenta con el elemento buddy movie, con un toque de comedia romántica, una trama mafiosa sobre tráfico de drogas, humor sobre tuning de automóviles, persecuciones, fingimiento de acentos… Por si fuera poco, introduce en un momento dado la cuestión tan manida de huida en pelota picada por la ventana del baño. Hace pensar que el director y guionista no hubiese querido desaprovechar ninguna posibilidad de hacer reír. O de lucirse, pues no escatima efectismos en la realización, que no sirven para dotar de dignidad a su trabajo. Tal vez esas ganas de que haya de todo sean el motivo de que la cinta se haga demasiado larga. Con una duración más ajustada, que quizá no eliminase por completo ninguna secuencia y sí dotase de ritmo a la progresión de cada una de las escenas, el conjunto mejoraría sobremanera. La denuncia ante lo que ellos llaman racismo, pero es más bien intolerancia, está presente, aunque sin fuerza crítica, solo para acabar hablando de buenos sentimientos, lo que aún la vuelve la cinta más convencional.
Esa falta de ritmo, por lo menos, no se debe a una tendencia que se da en el cine estadounidense. Decía que la comicidad estribaba casi por completo en la gracia que los espectadores pueden encontrarles a estos actores. Lo mismo sucede muchas veces en comedias norteamericanas protagonizadas por rostros que todos conocemos al haberlos visto en numerosas películas, pero que allí son famosos antes que nada por la televisión –el ‘Saturday Night Live’, casi siempre–. Los autores de esas comedias, tan confiados en la vis cómica de sus humoristas, dejan las escenas más largas de lo necesario y no cortan cuando ya ha acabado lo que estaba en guion, permitiéndoles improvisar. En mi opinión, muy gracioso tiene que parecerte alguien para que no te importe que la narración se detenga para dedicarle unos minutos. E incluso así, considero que no merece la pena romper el ritmo de avance de una historia, por mucho que nos vaya a permitir reírnos. Aclaro que me refiero ahora a cine narrativo clásico, pues otra cosa sería que estuviésemos hablando de humor absurdo y casi sin progresión, donde todo cabe y cuanto mayor sea el despropósito, más nos troncharemos.
Conclusión
Nos encontramos, en definitiva, ante un producto muy fácil en todos los sentidos. Es fácil extraer humor de las diferencias y rivalidades entre pueblos o comunidades y es fácil lanzarse a producir un éxito garantizado, asegurado por las ventas del título anterior y por la certeza de que el punto de partida dará mucho juego. Cada uno de los chistes es fácil. Es fácil, asimismo, la manera en la que se ha planteado: dos protagonistas, uno de cada uno de los dos lugares, que se verán forzados a estar juntos y eso será “el principio de una gran amistad”. Los personajes están retratados como niños pequeños y su pelea personal se torna tan pueril y básica, es decir, fácil, como el agregado de la historia. Es fácil incluso de producción, dado su reducido número de ubicaciones. ‘Nada que declarar’ va un poco en consonancia con su título, ya que no hay nada que destacar en ella, nada que desprender como conclusión, más allá de lo obvio. Para los franceses –y los belgas que no se hayan ofendido– es probable que resultase una mala película. Para nosotros, es una mala película con poca gracia. Concluyo tomando prestada una palabra para la que no tenemos equivalente, de una crítica francesa sobre este film: no es que sea “irregardable“, es decir, que verse, se deja ver. Pero poco más.