He de reconocer que no soy especialmente fan de ‘Moon’ (2009) o ‘Código fuente’ (2011). Pero hay algo en la carrera de Duncan Jones que hacía esperar a una especie de salvador de la ciencia ficción, un autor destinado a dar vitalidad a un género que intenta regresar, pero que se sigue perdiendo en intentos lastrados por tonos solemnes y asépticos ,requeridos para cualquier nueva producción que imite el pasado con neotecnología.
Lamentablemente, esa idea de Jones vive más en la cabeza de los aficionados que en los resultados reales de su cine. Aunque sea medianamente comprensible que su discreto debut cayera bien entre la crítica y público aficionado al género, lo cierto es que el crédito ya se le ha ido gastando después de la aparatosa ‘Warcraft: el origen’ (Warcraft, 2016), a la que todavía se le podía achacar el disgusto de unos fans del juego poco satisfechos por la adaptación. Pero ‘Mute’ es, al parecer, su proyecto soñado por lo que ahora no caben excusas. Es una película terrible.
Esta distopía futurista, extrañamente atractiva en sus primeros compases, pronto muestra que, lo que sea que tenga que pasar en el mismo universo que presenta, tarda demasiado tiempo en llegar a un lugar concreto. Es esa clase de película en la que pasa toda una hora antes de que te des cuenta de que realmente no te importa nada de lo que está sucediendo. Sí, hay lucecitas de neón, tecnología guay y algunos diseños desperdigados que molan, pero la retahíla se asemeja más a dar una vuelta por un museo que a una película.
El mudo, el pelucas y el malo
La cosa empieza a emitir un tufo extraño cuando vemos que hay dos tramas divididas que parecen no juntarse nunca. Tenemos a una pareja de personajes con un casting imposible: un tío llamado Cactus Bill, interpretado por un Paul Rudd con mostacho, y otro Hawkeye, con Justin Theroux, con un pelucón rubio del chino de oferta postcarnaval y gafas de Harry Potter. Se supone que ambos sirvieron en el ejército de EE. UU. Y ahora realizan cirugías clandestinas en Berlín, donde Cactus espera por unos documentos para regresar a Estados Unidos con su hija.
Se da alguna indicación de cómo ha acabado el dúo en Berlín, pero todo es tan arbitrario y premeditadamente artificial que jamás te los llegas a creer. Y no piensen que la cosa queda en una trama secundaria, no, su presencia martillea de principio a fin con discusiones dispersas sobre las aficiones pedófilas de uno de ellos y otros momentos que no sabes si están diseñados para hacer reír, si imitan una obra de colegio imitando a Tarantino o son dos caricaturas pueriles del americanismo militar.
El elemento que se supone que va a ser nuestra guía en la película es Leo, un sorprendente Alexander Skarsgard que interpreta a un Amish mudo ajeno a toda los avances que le rodean en el mundo en el que se mueve. Podría dar para hacer un conflicto espiritual inherente entre el futuro dependiente de la tecnología y un paria. Pero no, Leo simplemente no tiene smartphone y su madre no le permite a los doctores arreglar su laringe después de un accidente infantil. Todo el diseño de personajes es, a lo sumo, caprichoso y enrevesado.
Lo único que funciona en el desaguisado es la voluntad de Leo de encontrar a su novia desaparecida. Por un momento pensamos que su camino será un recorrido claustrofóbico por un universo sorprendente, una especie de odisea nocturna al estilo Scorsese en clave futurista, pero a cada poco vuelve la “subtrama” de los americanos convirtiendo la experiencia, a lo sumo, en un ‘Venganza’ (Taken, 2008) en un universo al que no le sale ser ni un ‘Blade Runner 2049’ (2017) del mercadona. Coño, que hasta Skarsgard va con cara de perrillo tristón todo el rato.
'Mute': de lo irritante a lo gloriosamente estúpido
A ‘Mute’ se le nota su origen de película neo-noir británica pero en vez de un viaje de cine criminal de ciencia ficción, sobre el papel fascinante, se pierde en una estructura repetitiva que se va arrastrando según va moviendo a Leo, pista por pista, a lo largo de un universo de sexo decadente, fetichismo y juguetes sexuales raros. Su jugueteo con los chistes de homosexuales están terriblemente fuera de lugar, como casi todo lo que pretende ser irónico o subversivo. Y de pronto, las dos tramas parecen juntarse y la película explota en un festival del ridículo.
Desde Leo protagonizando las escenas de acción más paupérrimas vistas en mucho tiempo, con un pilar tallado que utiliza cual bate de béisbol, a un montaje sin sentido en el que Paul Rudd empieza a repetir frases a cámara, el desastre empieza a ir en espiral, con una escena más y más delirante siguiendo a la anterior. Ya no es que su telón de fondo tecnológico no se use para contar algo nuevo. Durante un rato pensamos que hay un gran propósito temático o existencial, pero nada acaba siendo significativo o revelador, solo quedan, al desnudo, las miserias de su guion.
Un libreto repleto de frases que se mueven entre lo pretencioso, lo erráticamente provocador, lo histriónico y lo involuntariamente desternillante. Ver a Theroux repitiéndole a Leo una frase una y otra vez en la situación en la que se presenta la escena recuerda el “¿Dónde está mi dinero Denny?” de la obra maestra del despropósito ‘The Room’ (2003). No exagero. Por no mencionar ese Rudd en un primer plano, intentando hablar en un momento que debería ser cualquier cosa menos hilarante.
Si este es el futuro del streaming, estamos jodidos
Si a ello sumamos el poco sentido del estilo, la dirección fláccida, y su narrativa carente de movimiento, tenemos un candidato firme a bodrio del año. Incluso sus pocos recursos para la acción, un par de secuencias de coche resultan estar montados de tal manera que se pierden en el conjunto sin que lleguen a constituir una set-piece. Ah, se supone que hay un guiño a ‘Moon’ que las hace compartir universo, pero la conexión es tan tramposa, patillera y gratuita, que hace pensar que es una excusa comercial para minimizar la masacre de su lanzamiento.
Lo más amargo de ‘Mute’, es que supone la primera vez que Jones ha utilizado la música de David Bowie en su cine. Todo lo que suena es de ‘Heroes’, y su final está dedicado con cariño a su padre, pero uno no puede más que sentir verdadera lástima porque el momento, por muy esperable que fuera, no deja de ser agridulce, colocado detrás de un visionado tan deficiente. No estaría de más que antes de poner etiquetas de autor a cineastas sin verdadero fondo se recuperara la vieja tradición de la revisión de guiones antes de lanzar una producción de millones de dólares.
No es por señalar a Netflix, pero sí, en Netflix está convirtiéndose en algo habitual que proyectos originales de ciencia ficción resulten una especie de episodios largos y pésimos de ‘Black Mirror’, o en este caso ‘Philip K. Dick Electric Dreams’, y da la impresión que se empiezan los proyectos atrayendo nombres, efectos especiales y reparto y no se hacen, yo que sé, pases de prueba, estudios de guion, algún control de calidad que solucione los entuertos antes de convertirse en caros desafíos a la paciencia del espectador como ‘Mute’
Otra crítica en Espinof | 'Mute', una estimulante compañera para 'Moon' que brilla cuando apuesta por lo emocional
Ver 54 comentarios