'El musical de los 80s y 90s, la película' acaba con la nostalgia al querer glorificarla

Si suena 'A quién le importa' y te pones a bailar como si estuviera hecha para ti, es posible que la disfrutes. Si no, huye como si no hubiera un mañana

Oficialmente ya podemos dar por amortizada la nostalgia. Hemos tenido décadas de secuelas tardías, reboots imposibles, referencias tardías y música de hace cuarenta años sonando en la radio como si fuera nueva para que gente talludita pudiera decir “Antes sí que se hacían las cosas bien, no como ahora” mientras se dejaba los cuartos en el equivalente fílmico al pollo recalentado de la noche anterior. Esta adoración insana por los tiempos de juventud pasados es el devenir de los tiempos, y no viene de nuevas: en la década de los 60 había nostalgia por los 40, en los 80 por los 60 y ahora, con una sociedad que pretende ser eternamente joven, por una amalgama de los 80, los 90 y los 00. Y en este ambiente ha aparecido, de estrangis, una película que pretende ensalzar estos tiempos y acaba, sin pretenderlo, matándolos para siempre.

¿A quién le importa?

‘El musical de los 80s y 90s: La película’ es la versión cinematográfica del musical que lleva sonando unos años en la Gran Vía de Madrid y que es, básicamente, una jukebox con éxitos de toda la vida. ‘Chiquilla’, ‘Sabor de amor’, ‘A quién le importa’... En fin, ya sabéis. Por supuesto, en esta nostalgia exacerbada por las dos décadas, que a lo largo de la cinta remarcan repetidamente que fueron “la mejor época de nuestra vida”, no hay cabida para música que se salga de las canciones más manidas. Es, por así decirlo, el equivalente musical a una lista de Spotify llamada “Fiesta antiguos alumnos” o “Boda Paco y MaritaAa”. Nada sorprende. Tampoco es su pretensión.

Y el problema no está, de hecho, en su selección de canciones, que al final no dejan de ser la misma vuelta de tuerca a las que ya sonaban, por ejemplo, en ‘El otro lado de la cama’, sino en lo mal que están unidas entre sí, con una coreografía tan vistosa en teatro como lamentable e insufrible aquí, dando la primera gran lección de cine al debutante Antonio Martín Regueira: lo que funciona sobre un escenario no tiene por qué hacerlo proyectado en una pantalla. Por nuestros ojos, como excusa para ponernos la jukebox de turno, pasarán con más pena que gloria un sinfin de chistes con olor a cerrado, comentarios políticos de barra de bar y referencias metidas a martillazos a otro puñado de canciones que, por suerte, no han pasado el corte.

Puede que tú tengas la pretensión de ver una comedia romántica musical, pero la película (como la obra de teatro, aparentemente) decide tomar posición en algunos de los grandes temas políticos de nuestros tiempos. Y así, acabamos viendo opiniones de troll de Internet al estilo “ni machismo ni feminismo”, “los hombres no podemos decir nada en esta sociedad” y gags tan añejos como el del hombre que se encuentra con que la chica con la que se lía -oh, ja ja- tiene pene. Y en este caso tiene aún más delito porque, en este blandiblú de ideas que quieren ir de modernas pero nacieron muertas, él ya sabe que su pareja es trans antes de tener sexo con ella. Ya en ‘Ace Ventura’ el chascarrillo estaba caducado, así que imaginad cómo se ve treinta años después.

Sabor de error

A nivel directorial, y para sorpresa de nadie, ‘El musical de los 80s y 90s’ es un absoluto desastre. Los actores se han dejado imbuir por las ganas del equipo, pero solo con ganas no puedes hacer algo tan complejo como una película. Por más que quiera ser una amalgama entre ‘La Llamada’ y ‘Voy a pasármelo bien’, aquellas cintas tenían más presupuesto, talento y, desde luego, buenas ideas: mientras estaba en el cine viendo esta adaptación musical me llegué a plantear si estaba en medio de un sueño febril cuando, en mitad de la canción ‘Sabor de amor’ la pantalla se convierte, al completo, en un gigantesco karaoke. No pasa antes, no vuelve a ocurrir después. Nadie entiende el motivo ni por qué ocurre solo con esta canción. Es puro delirio pop, en el peor sentido de la palabra.

Por muy buenas intenciones que tenga, al aburrimiento visual se une un aura de película desplazada de su tiempo, casi tanto como su hilo musical: tenemos chistes gordófobos (¡El niño gordo come Nocilla y no reparte! ¡Menudo es!), tramas que truncan su camino a golpe de guion (ahora no nos queremos porque tenemos mil problemas, ahora sí porque me has cantado una canción) y vergonzante publicidad del propio musical en Madrid, que pasa del guiño más o menos sutil al martilleo constante. No me gusta decir algo así de una película española que no intenta hacer ningún mal a nadie, pero ‘El musical de los 80s y 90s’ es un absoluto despropósito terriblemente amateur y sin pulir, una de estas experiencias cinematográficas en las que es imposible que no te plantees qué estás haciendo con tu vida.

Esta reunión de antiguos alumnos cae en Torrentadas continuas y francamente vergonzantes donde podemos ver desde el canalla de turno afirmando que tiene un contrato siempre en el bolsillo por si liga (porque menudas son las chavalas hoy en día, eh) hasta la normalización continua de llamar a Lola por el nombre que ha dicho que dejó atrás, Manolo. Todo ello con un Naím Thomas, conocido por 'Operación Triunfo', siendo la supuesta voz de la razón y llevando la voz cantante (literalmente), al que alguien cometió el error de decirle que además de cantar tenía un nivel interpretativo con el que ya podía protagonizar una película. Ese alguien mintió descaradamente.

‘El musical de los 80s y 90s’ sería pasable como proyecto de fin de primer año en la universidad o como película amateur para YouTube, pero el resultado final no es presentable como un estreno en cines, por mayor ilusión que le haga a su equipo. Tiene sus aciertos de guion ocasionales, especialmente en los gags donde las camareras de la Generación Z confunden los términos de la época, pero son pequeños destellos de luz en un mar de personajes insípidos (cuando no directamente molestos), canciones añejas y tramas con sabor a papilla recalentada. Se puede hacer nostalgia, capitalizarla y disfrutarla, pero este poco desparpajo en el guion y esta poca imaginación visual reman a la contra. Lo que nos queda es uno de los mayores desastres fílmicos de los últimos tiempos. Y, francamente, ya es decir.

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