'Mud', un mundo imperfecto

'Mud', un mundo imperfecto
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-Tú también eres un hombre bueno
-No, no lo soy

Ese sólo diálogo entre los dos personajes centrales de 'Mud' (id, Jeff Nichols, 2012) sirve para enlazar la tercera película como director de Nichols con una de las obras maestras de Clint Eastwood, 'Un mundo perfecto' ('A Perfect World, 1993), film con el que tiene no pocas coincidencias. En aquella, Kevin Costner, en la mejor interpretación de su carrera, daba vida a un delincuente que trababa una relación paterno filial con un niño al que secuestraba provocando un periplo de iniciación hacia la madurez. Dicho film, como otros muchos de su autor, juguetea con el fantastique quizá de una forma más sutil, también menos importante, que en otras obras. 'Mud' vuelve a enlazarse con el mismo pues Nichols coquetea claramente con dicho género también sutilmente y con emoción.

Pero 'Mud', un proyecto que Nichols tenía desde hace bastantes años esperando que madurara lo suficiente para filmarlo, va por otros derroteros aunque algunas de sus conclusiones puedan ser las mismas. En ella se ve la mano de alguien que conoce a fondo la tradición cinematográfica y literaria sureña. En sus imágenes se entreven las personalidades de Marl Twain, William Faulkner o Flannery O´Connor. Críticos atinados como Diego Salgado apuntan que 'Mud' es una película a la que se le nota que primero ha sido escrita y luego filmada, y puede que razón no le falte. Sin embargo creo que Nichols ha estado lo suficientemente inspirado como para poner en práctica una de las máximas de Douglas Sirk cuando afirmaba que en cine se escribe con la cámara. Así es en 'Mud', una película por supuesto muy pensada, y también muy sentida.

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(From here to the end, Spoilers) 'Mud' gira en torno al personaje que da vida al título del film pero desde la perspectiva de una chaval de 14 años, un chiquillo que aprenderá a marchas forzadas y posee una mirada ingenua sobre el amor, que verá cómo todo su mundo se desmorona a su alrededor. Nichols no sólo muestra la mirada de un niño que por creer a ciegas en el amor ayuda a Mud —un fugitivo que ha matado a un hombre que lo merecía, pero que era el hijo de un hombre muy peligroso que ahora le busca—, eso sería quedarse en la superficie y no ver, o no querer/poder ver, que en esta película hay mucho más de lo que se ve a simple vista. En su esquema casi parece un western, cambiando praderas, ranchos y bandidos por ríos, cabañas flotantes, islas y mafiosos; y su visión sobre el sentimiento amoroso pasa por representar cuatro estados del mismo a través de las experiencias de cuatro diferentes puntos de vista, enmarcado cada uno en una etapa diferente de la vida de todo ser humano. La lucha, la resignación, la cobardía y el olvido son posibles recompensas u objetivos que empiezan dentro de uno mismo, así queda reflejado en cada personaje, cada uno a su manera.

Resulta fascinante cómo Nichols entremezcla varias historias y las fusiona con la central, por así llamarla —la relación de Mud y el chaval protagonista, interpretado de forma muy convincente por Tye Sheridan en su segundo papel en el cine— mientras establece un lógico vínculo de unión más allá de parentescos a través de ese lugar casi paradisíaco bañado por el río Mississippi, señal de identidad y que parece otro personaje más en la historia. Un río que, tal y como reza el personaje de un sorprendente Michael Shannon, a veces trae cosas aprovechables y buenas, y otras todo lo contrario. Un río que para algunos marca la línea que separa la infancia de la madurez, el futuro del pasado. Y que a todos lleva.

Nichols, que no abusa ni un sólo instante de un plano de más, ni de la excepcional banda sonora de David Wingo, de raíces totalmente sureñas al igual que todas las referencias literarias —el nombre del personaje de Sam Shephard es toda una declaración de intenciones—, ni la maravillosa fotografía de Adam Stone, encuentra en sus entregados actores el elenco perfecto, donde todos están sobresalientes, aunque si tuviéramos que destacar a alguien, ese indudablemente sería un sensacional Matthew McConaughey, que por fin vuelve a ser objeto de las buenas críticas que obtenía en los inicios de su carrera cuando le llamaban "el nuevo Paul Newman". La manera de moverse del actor, su acento sureño tan bien marcado, su mirada, todo, alcanza el cenit en uno de los instantes más perfectos del cine reciente, aquel en el que se despide de Juniper (Reese Whiterspoon), su amor de siempre. El rostro de Mud, feliz y sonriente —clave para entender parte de su ingenuo comportamiento, acorde con sus ideales— muestran a un actor camaleónico hasta la médula capaz de ser, más que de interpretar, un personaje.

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'Mud' es violenta, íntima, emotiva, sutil a ratos, y a otros endiabladamente retorcida y simbólica. Su tonteo con el fantastique me hace interpretar el desenlace como un deseo del chaval protagonista —"espero que sí", responde a su mejor amigo cuando éste le pregunta si cree que Mud sigue vivo—. Tras un desenfoque de Nichols en el que Ellis se aleja en una escuela nueva, su nuevo mundo, un final de tintes elegíacos se abre ante nuestros ojos, un final en el que por fin Mud está libre y parece ir/huir hacia un cielo que no es otra cosa que mar abierto. Sin embargo, no tiene sentido si tenemos en cuenta una escena que parece pasar desapercibida pero que es clave por la importancia del personaje de Shannon, el cual realizando su trabajo diario ve el cuerpo de Mud a la deriva bien claro. Si caemos en la cuenta de que dicho personaje es el que da a Ellis el mejor consejo de todos —"cuando una chica te dice que no, tienes que seguir adelante y conseguir a otra"—, es de una coherencia casi terrible que sea él el que vea el cuerpo sin vida de Mud.

Y voy más allá. En un segundo visionado, acompañado de una mujer —que según los superficiales el mensaje del film sería "todas son unas zorras", cuando de lo que habla la película en ese punto es de la incomunicación que existe entre un sexo y otro—, apuntó muy inteligentemente otra interpretación, aludiendo a la expulsión de Adán y Eva del paraíso. Una película en la que continuamente se habla del pecado, de mujeres que hacen sufrir a hombres y de serpientes venenosas, no es descabellado pensar que dicho paraíso es en realidad la infancia. Mud habla continuamente del lugar en el que se crió al que parece continuamente aferrado, y en el que siendo niño Juniper le salvó la vida. La infancia, siempre ligada a la inocencia o ingenuidad, y de la que somos expulsados cuando esta vida, que no es justa, y este mundo, totalmente imperfecto, nos asesta duros golpes y nos empuja hacia la madurez.

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