La continuación de 'La mosca' lo tenía todo para ser digna pero prefirió alimentarse de los restos del clásico de David Cronenberg
En una de las imágenes más sugestivas y potentes de la película, pese a su falta de repugnancia, un helicóptero atraviesa volando el cielo con el ruido de una mosca superpuesto. El vehículo trae una valiosa carga: el hijo de Seth Brundle, la mosca original, quien ha heredado las mutaciones que llevaron a su padre a convertirse en monstruo.
Este chico es un moscón
Solo cinco años después de su nacimiento, Martin Brundle (Eric Stoltz) ya tiene la apariencia de un veinteañero y, tras crecer en un laboratorio monitorizado por los empleados de Anton Bartok (Lee Richardson), tiene la labor de averiguar qué le sucedió a su padre, qué podría ocurrirle a él y cómo se puede transportar un ser vivo de A hasta B sin convertirle en una monstruosidad de carne.
'La mosca' fue un éxito de taquilla y crítica, que aplaudieron una experiencia catártica, viscosa y desagradable muy propia de su director, David Cronenberg. Por supuesto, los productores, con Mel Brooks a la cabeza, quisieron una secuela, pero las originales ideas de Cronenberg se desecharon porque querían, literalmente, más de lo mismo.
Como moscas a la miel
Para dirigir, se trajeron a Chris Walas, que venía de ganar un Oscar por el maquillaje de la primera película. Y pese a tener en el guión a Mick Garris (director de la versión televisiva de 'El resplandor') y a Frank Darabont ('Cadena perpetua' o la adaptación de 'The Walking Dead'), la película tiene pies de barro por un problema conceptual: las cabinas de teletransporte creadas por Seth Brundle no eran defectuosas, sino que fue un error técnico (la mosca) lo que provocó el desastre.
Parafraseando a los programadores: se trataba de un bug, no de una característica. También parten de que los conocimientos específicos se heredan por ADN (ejem, no exactamente y no como 'Assassin’s Creed') y por eso parece que Martin es el único que puede descifrar el problema con esas máquinas de teletransporte que a la gente de Bartok le trae de cabeza.
En realidad, todo esto es una símil perfecto de la naturaleza y funcionamiento de la propia película: Seth Brundle desarrolló la máquina en base a sus estudios y sus propias experiencias personales, y Bartok cree que puede saltarse la experiencia de Seth y llegar directo a una versión comercial del teletransportador.
David Cronenberg concibió la película como una forma de exorcizar la experiencia de ver a su padre deteriorándose por una enfermedad misteriosa que convirtió sus huesos en cristal, pero Wallas, Garris y Darabont solo vieron a un hombre mosca purulento y creyeron poder sacar un producto a base de repetir ciertos pasos.
De modo que la historia, aunque intenta estar bien hilada, termina por desechar su apariencia de honestidad para desembocar en la ristra de efectos especiales y sustitos sin sentido que uno esperaría de cualquier secuela de derribo. Casi puedo imaginar sus esperanzas de llevar a la mosca a Nueva York en una hipotética tercera entrega.
'La mosca 2', juventud desperdiciada
Lo más frustrante de este tipo de películas no es solo lo que consiguen ponerte delante de la cara, sino la cantidad de oportunidades que les ves tirar a la basura en aras de pasar por ciertos puntos de control.
Por ejemplo, los responsables imaginan que Martin crece aceleradamente y que tarde o temprano se convertirá en una aberración. Tienen una metáfora perfecta, compatible en cuanto a su propia historia y con el legado de la primera película, de las barbaridades físicas a las que nos somete el crecimiento: como a Seth Brundle (Jeff Goldblum), se nos caen los dientes, y recuerdo de mi propia infancia que algunos días tenía molestias porque, tal cual, los huesos estaban elongándose bajo los músculos.
Crecer da miedo, y puede ser asqueroso si te fijas bien, pero son temas que sobrevuelan sin fuste la película. ¿El propio Martin no se asustaría de verse crecer tan rápido? ¿Qué ocurre con su desarrollo emocional? Aunque esto es un blog de audiovisual, puedo recomendarte una historia que trata esto muchísimo mejor de lo que lo trata 'La mosca 2': un cómic llamado 'Black Hole' que lleva desde 2005 buscando su paso a la gran pantalla.
Pero además, hay una trama secundaria romántica que también tira a la basura su potencial. Daphne Zuñiga interpreta a Beth, una asistente de laboratorio que se topa por casualidad con Martin (¿os he mencionado que tiene cinco años en la película, a pesar del cuerpo de Eric Stoltz?), con el que acaba intercambiando fluidos y que se ve envuelta en la conspiración que rodea a los Brundle.
Una vez se entera de la naturaleza de su pareja, y de incluso verle convirtiéndose en una crisálida, toda su participación o enjundia emocional desaparece de la película. ¿Se preguntará si un preservativo roto le hará parir otro monstruo? ¿Podrá siquiera mirar a los ojos a Martin después de verle transformado en una mosca asesina?
Como un adolescente que quiere acabar rápido sus deberes, el guión pasa de puntillas por las partes más difíciles. Y por eso falla donde Cronenberg acertó de pleno, porque por detrás de los efectos especiales y situaciones chungas, el cine del canadiense no tiene miedo a plantear preguntas difíciles o de hacer vivir a sus personajes con las consecuencias.
Di algo bueno del chico
Entiendo que crees que he sido muy duro con la película. Que, de algún modo, todos estos comentarios no justifican que la nota baje más de lo que he marcado. Pero hay varios elementos que se salvan de la pota ácida.
El principal, cómo no, son los efectos especiales prácticos, justo cuando el mundo estaba a punto de cambiar cuatro años más tarde, con el estreno de 'Parque Jurásico'. Es encantador y funciona muy bien el tema de las prótesis, monstruosidades y atrocidades.
Ayuda la fotografía de Robin Vidgeon, que convierte el laboratorio en un mausoleo, en especial en la última media hora, y es capaz de sacar varios tonos de cochambre a las celdas de los experimentos genéticos fallidos. Tenía práctica en resaltar la maleabilidad de la carne: venía de las dos películas buenas de 'Hellraiser' y más tarde colaboraría en otra de Clive Barker, 'Razas de noche'.
Es igual de encantador que participe en la fiebre por los laboratorios de ética dudosa y la vigilancia de niños experimentales que tres décadas después inspiraría 'Stranger Things'.
De todos modos, poco importa. La película es entretenida, sorprendentemente ágil y concisa, pero intrascendente a todas luces, en su época y ahora, tan olvidada que solo se puede encontrar en formatos físicos editados hace una década (¡y decían que el streaming cambiaría las cosas!). Solo es una mosca doméstica en esa jauría que fue el cine de terror ochentero.
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