El cartel de 'Morir' habla por sí solo por su contradicción. Junto a la palabra 'morir' vemos a una pareja sonriente, enamorada, llena de vida. Porque la que supone la segunda película como director de Fernando Franco, vista hace unos días en el 65º Festival de San Sebastián fuera de concurso, más que una película sobre la muerte, es una historia de amor. Muy angustiosa, eso sí, pero una historia de amor al fin y al cabo.
'Morir', sigue la estela de 'La Herida', la ópera prima de Fernando Franco, que le llevó a competir en el Festival de Cine de San Sebastián y que se alzó con los Goyas a la Mejor Actriz y Mejor Dirección Novel en 2014. Ésta también se vio en el certamen donostiarra, aunque fuera de concurso, lo que hizo dudar de ella. Sin embargo, tras su proyección la crítica especializada se preguntaba por qué no había entrado en la Sección Oficial.
Este segundo trabajo, además de estilo, protagonista y contención, comparte con su predecesora su empeño en poner el foco en figuras ocultas. Y si en aquella primera película conocíamos a una mujer con Trastorno Límite de la Personalidad y como vivía su día a día con ello, en 'Morir' nos acerca a la figura del cuidador, ese ser querido que se deja la piel en cuidar a su familiar moribundo, con todo lo que ello conlleva.
El amor es exigente
Por fin, Marta y Luis se han ido de vacaciones. Unos amigos les han dejado su casa en la costa cantábrica, un lugar ideal para un septiembre lluvioso como este y poder disfrutar de los baños en el mar helado. Es, justo en estos días tranquilos y apacibles cuando Luis confiesa a Marta que le ha mentido y que las pruebas médicas que se hizo antes de las vacaciones no han salido bien, nada bien.
Los planes para las vacaciones del año que viene se disuelven de un plumazo. Luis es consciente de que no tiene futuro, mientras que Marta trata de convencerle de que se trate, que siempre hay esperanza. Pero no la hay. Sus vidas se paralizan y las mentiras, el sentimiento de culpa, el miedo y el dolor -más emocional que físico-, ponen a prueba el amor de la pareja.
Luis da la alarmante noticia a su pareja como quien dice que se ha terminado el pan. Y antes de llegar a esta confesión que cambiará todo en el rumbo de esta pareja, Franco se toma su tiempo para introducirnos en la rutina apacible de estos personajes, poco habladores, que demuestran poco su afecto, aunque eso no significa que no lo haya.
Pero Fernando Franco no se sitúa en el lado de Luis, del que no terminamos de ver como asume su derrota hasta casi al final pero cuya posición hemos visto en innumerables películas-, sino del lado de Marta. Ella, inmediatamente, tiene sentimientos contradictorios: el de hacer todo lo posible por salvarle y la necesidad de huir ante los tiempos díficiles que van a vivir irremediablemente.
Una enfermedad que a Franco le importa bien poco, ya que prefiere analizar en profundidad y colocando su cámara como si estuviéramos viviendo con sus personajes, la degradación de la pareja, la angustia de saber que esa historia de amor tiene un final. Y porque a pesar de todo, de las ganas de huir, Marta sabe que el amor es exigente y el amor, la culpa, la pena y el miedo sacan a relucir lo peor de ambos.
Además, Luis toma la decisión de no contar nada a sus familiares y amigos por lo que todo el peso y la responsabilidad del cuidado sobre Marta. Vivimos la degradación del enfermo a través de su mirada y la incomprensión frente a la actitud taciturna y gruñona en la que se respalda su pareja al saber que le queda poco tiempo de vida.
La fría contención
Una de las cosas que más impresiona de 'Morir', co-escrita entre Fernando Franco y Coral Cruz, es su frialdad. Y no sólo en su estética, predominante de azules, sino también en su contenido. Una frialdad que puede (y debe) chocar al espectador y hasta ponerle nervioso. Y es que Fernando Franco, como ya hizo en 'La Herida' opta por la falta casi absoluta de emoción y hasta de empatía, porque lo que nos cuenta ya es suficiente.
Su decisión de hacernos partícipe, tan de cerca, de la experiencia que viven sus personajes, termina creando una atmósfera angustiosa, de aislamiento y claustrofóbica. Una sensación que, pensamos, debe ser muy parecida a la que siente Marta: que termine ya la pesadilla que se ha convertido en un círculo vicioso de falta de comunicación, incomprensión y rabia.
'Morir' es contención pura, el detonante de la ya citada frialdad. No hay ni una lágrima, aunque su trama sí va in crescendo para angustiarnos todavía más. Un final sin apenas música y asfixiante. 'Morir' crea sensaciones y aquí de nuevo, la contradicción, porque juega a no tener casi ninguna. Sensaciones dadas a través del excelente montaje -se nota la amplia carrera de Franco como montador- que sugiere y corta cuando parece que la cosa se va a poner fea, cuando parece que llegan las lágrimas.
Marta y Luis
Marta y Luis tienen el rostro y la voz de Marian Álvarez y Andrés Gertrudix, pareja en la vida real desde hace más de una década. Una complicidad e intimidad que, sin duda, dota de cierta dimension, también contradictoria, a sus personajes. Porque no debe ser fácil dar vida a esta pareja que muere de forma tan cruda, cercana y veraz junto a alguien a quien quieres tanto.
Hieráticos y fríos, acorde con el tono de la película, Marta y Luis no se comunican, no hablan. "Falta de amor" o "la crónica de una muerte anunciada" dicen unos y otros, pero lo cierto es que estos personajes ya son así desde el principio. Pausados, poco habladores y que se dejan dominar por el espíritu de la monótona música electrónica que toca él.
Marta y Luis se maltratan, se reprochan algo el uno al otro de lo que ninguno de los dos tiene la culpa. La enfermedad de uno degrada a ambos, y los sacrificios de uno hacen sentir mal al otro. Se sienten mal, asfixiados y deseosos que de que todo termine. Y todo ello, nos es transmitido a través de las sobrias interpretaciones de Álvarez -sobre todo ella- y Gertrudix y las miradas -y no miradas- compartidas.
Como pasaba con 'La Herida', puede que 'Morir' no sea la película que más te apetezca ir a ver el cine para pasar el rato. Y quizás este sea su gran problema de cara a un público que "no va al cine para sufrir". Pero aquellos que, por casualidad si se asomen al abismo que propone se encontrarán con una interesantísima reflexión sobre la muerte y sobre el amor, su exigencia y su declive.
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