'Monstruoso', el cine de género del futuro

'Monstruoso', el cine de género del futuro
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“Si esto es lo último que veis…significará que he muerto”

- Hud (T.J. Miller)

En cierto momento de este ‘Monstruoso’ (‘Cloverfield’, Matt Reeves, 2008), el pequeño grupo de amigos que busca una salida por un túnel interminable, es emboscado por una horda de insectos espeluznantes, y logra escapar de milagro. A una de ellos un insecto la ataca y, en ese momento, la cámara de vídeo que otro sostiene y que, a todos los efectos, proporciona al espectador las imágenes de las que se nutre por entero la película, gira en su dirección y obtiene un primer plano del ataque de la criatura. Por un segundo, quizá algo más, la suspensión de incredulidad, es decir, el grado de verosimilitud de la ficción, está a punto de volverse inexistente. Nadie en su sano juicio, con cámara en mano o sin ella, se volvería a presenciar de cerca semejante horror, y menos aún se preocuparía de encuadrarlo con su cámara para dejar constancia. Son momentos como este los únicos en los que el segundo largometraje de Reeves está a punto de venirse abajo, pero como por suerte son los menos, la película se sostiene muy bien en sus ochenta y cinco minutos de intensidad.

‘Monstruoso’ es hija, le pese a quien le pese, pues a mucha gente no la convenció (y sigue sin convencerles), de su tiempo, del devenir de la industria audiovisual como compendio de muchos soportes de entretenimiento. Una hija impura y posiblemente superable, pero apasionante en todo lo que tiene de indagación en territorios formales (algunos bastante antiguos, otros razonablemente nuevos), en su forma más que en su fondo. Puede parecer exagerado, pero en mi opinión ‘Monstruoso’ es una obra de suspense que se merecería una valoración más unánime, al menos por lo que de fascinante poseen muchas de sus imágenes, por la construcción de una aventura tan poderosa, y con recursos en verdad tan mínimos de trama, pero máximos de narrativa. Algunos se han dado cuenta, aunque no gocen precisamente de consenso crítico, ni de unanimidad por parte de los cinéfilos, de que no se pueden contar del mismo modo, otra vez, las mismas historias de siempre.

Tan solo este esfuerzo por proponer una estrategia visual innovadora, más cercana al vídeo doméstico (con todo lo que esto conlleva, como planos “en apariencia” descuidados, grandes saltos y defectos en la imagen, reenfoques, una iluminación a menudo deficiente) que a una realización cinematográfica “al uso”, tan solo ese esfuerzo, digo, ya es digno de mención. Porque toda esa imperfección técnica en realidad está estudiada al milímetro y salvo en casos como el mencionado en el primer párrafo, en los que la ficcionalidad se reduce a una mera excusa que amenaza con derrumbarlo todo, funciona a la perfección, siempre que el espectador se entregue a esta orgía apocalíptica (y sospecho que somos muchos los que estamos más que dispuestos a entregarnos sin reservas), en la que se dan la mano una narrativa digna de un videojuego hiperestilizado (precisamente mi compañero Villalobos está indagando a ese respecto), la “estética youtube” (si tal expresión es posible), los reportajes televisivos, el Cinéma Vérité, el cine espectáculo, y el más siniestro cine gótico, en una fusión particularmente afortunada.

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Una panda de neoyorquinos masacrados

La historia, o trama, que se nos cuenta en ‘Monstruoso’ es mínima, pero la peripecia de fondo es enorme: nada menos que un apocalipsis neoyorquino servido por una criatura gigantesca, una suerte de nuevo Godzilla o King Kong, que nadie sabe de dónde viene (y no viene solo, le acompañan criaturas más pequeñas y horripilantes, como ya he comentado), que parece indestructible, y que ha llegado a La Gran Manzana con mucha mala hostia y pocos motivos para dejar una viga en pie. Todo comienza para nosotros espectadores, y para los personajes, de una forma trivial: una fiesta entre varios amigos para despedir a otro que se va a Japón (no por casualidad…), cuando de pronto todo comienza, y la ciudad se enfrenta a una pesadilla indescriptible. Lo cierto es que poco nos importa el trasfondo o la psicología de los personajes. Por una vez (no es frecuente) un cineasta se olvida de pretextos o justificaciones, y va directamente al grano, sin miedo. ¿Qué más queremos saber además de que son jóvenes, privilegiados e irreflexivos? El ligue frustrado o los objetivos de cada cual son lo de menos, sólo importa sobrevivir.

En ese sentido, el hecho de que uno de ellos porte una cámara de vídeo en todo momento, y se preocupe mucho de dejar constancia de un evento que dejaría el del 11 de septiembre de 2001 como una anécdota trivial, es hasta lógico: en una sociedad en la que cualquier pobre diablo dispone de una cámara personal, con la que graba cada mínima cosa, es verosímil que el ejército encontrase esas imágenes capturadas en una cámara entre los escombros. Algunos han señalado, no sin razón, que además de lo poco plausible de algunos planos de pánico, hay muchas coincidencias o detalles forzados que ocurren delante de la cámara de este personaje. Pero ahí es donde entra, me temo, la decisión de cada cual de dejarse llevar por una aventura superlativa en la que el espectáculo en su máxima expresión se da la mano con una puesta en escena tan radical. Los cuatro chavales (todos ellos rostros casi anónimos, lo que refuerza la sensación de inmediatez y de realismo en una historia tan extrema) sufrirán todo tipo de visicitudes hasta el demoledor y catártico clímax final, y nosotros (los que nos dejemos arrastrar) sufriremos con ellos lo indecible

No puedo dejar de admirar el diseño de producción de una película que convierte a Nueva York en el escenario de una pesadilla tan creíble. No solamente los interiores, repletos de detalles inquietantes, de realismo y de crudeza, también los exteriores, en los que sabiamente se combinan planos reales con otros que son montajes visuales en los que accedemos a puntos tan imponentes como el puente de Brooklyn. En ese sentido el trabajo de Martin Whist y del director artístico Doug J. Meerdink (quien no en vano ya había realizado labores similares en ‘La guerra de los mundos’ (‘War of the Worlds’, Steven Spielberg, 2005) con similar acierto), es digno de todo elogio. Sentimos en nuestras carnes la destrucción, la fragilidad del ser humano en un entorno de hormigón y de hierro tan inestable y peligroso. En definitiva, nos hacemos más conscientes (que es de lo que se trata, creo yo, en una película de aventuras) de nuestra endeblez, tanto de ánimo como física, cuando una ciudad deja de ser un entorno confortable y se convierte en una trampa mortal.

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En cuanto al aspecto de la película, se trata de uno de los más criticados y, en cierto modo, menos comprendidos, por sorprendente que parezca. En mi opinión, la cámara de Reeves y del operador Michael Bonvillain (operador jefe de veinticinco episodios de ‘Perdidos’ (‘Lost’, 2004-10) es de una estilizacion magnífica, que reproduce, con gran inteligencia, un material supuestamente casero, con sus imperfecciones, y aún así sabe extraer de él una fuerza visual más que notable. Es como si viéramos una grabación de Youtube, pero para la gran pantalla. Apropiándose quizá de los logros de la divertidísima ‘[Rec]’ (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007), y de otras películas anteriores que ya indagaron en las posibilidades de simular una imagen amateur (no olvidemos que esta película está filmada con cámaras digitales Panasonic, con un virado sepia en muchos planos, y copias de 35 mm.), con lo que podemos hacernos una idea del coraje con el que esta película está realizada. Sin olvidarnos ni por un segundo de su soberbio diseño de sonido, con impresionantes bajas frecuencias, tratamiento de los planos del sonido que debería estudiarse, y que de hecho creo que se estudia, en escuelas, y con cuidadísimos efectos sonoros.

Conclusiones e imagen favorita

Algún día harán (espero…) una película que solucione, dramáticamente, la necesidad de grabar con una cámara, supuestamente de vídeo, aventuras superlativas como esta, y en todo momento. Hasta entonces una película más que estimable, cuyo plano de la cabeza cercenada de la Estatua de la Libertad es un homenaje explícito al cartel de la apasionante ‘1997: Rescate en Nueva York’ (‘Escape from New York’, 1981). Mi imagen favorita, sin embargo, es el falso final. ‘Monstruoso’, estrenada sólo un año después que ‘La niebla’ (‘The Mist’, Frank Darabont, 2007), forma con esta un apasionante díptico, que además comparte temáticamente a insectos enormes que nos invaden, pero que representan la cara y la cruz. En la segunda, estupenda, obtenemos una historia filmada con pulso clásico y recio. En la primera, una aventura con una puesta en escena radical e innovadora, quizá una de las llaves del cine futuro de género. Lo que está claro, es que en el cine, como en cualquier otro arte, no puede repetirse lo que ya está hecho.

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