'Monstruo' es una increíble película repleta de empatía: Koreeda batalla contra la sociedad moderna en su búsqueda incansable de la auténtica maldad | Festival de San Sebastián 2023

Hirokazu Koreeda deslumbra en el Zinemaldia con una película japonesa que le debe mucho a 'Rashomon'

Hirokazu Koreeda no lo tenía fácil para recuperarme en su bando después de ‘Broker’, una película que recuperaba el espíritu de 'Un asunto de familia' y 'De tal padre, tal hijo' pero rebozándose en un ambiente mucho más meloso que no le hacía ningún bien: en aquella cinta continuaba incidiendo en la amable sordidez y la extrañeza de la familia encontrada que hacía especiales sus películas anteriores pero las pasaba por un filtro (aún más) cuqui.

El director japonés tenía dos caminos por los que hacer transcurrir su siguiente cinta: perfeccionar su estilo como cineasta de masas o tratar de volver a buscar su propia voz. Por suerte, ha hecho lo segundo en 'Monstruo', que podría ser un recopilatorio de todos sus manierismos y en su lugar se revela como una de las propuestas más inéditas de su filmografía sin dejar en ningún momento de ser él mismo.

Una película monstruosa

Quizá lo conozcas como "efecto Rashomon", y es normal. Al fin y al cabo, Akira Kurosawa perfeccionó este tipo de narrativa fragmentada en su obra maestra de 1950: varios personajes, cada uno contando su punto de vista sobre un mismo hecho hasta, como decía aquella teoría filosófica, ver todos los lados de la montaña y poder empezar a vislumbrar la verdad. El efecto narrativo ha sobrevivido hasta nuestros días en forma: de hecho, tenemos un gran ejemplo en la fabulosa e incomprendida 'El último duelo', una película que si de algo se aquejaba era de poder ver los giros de su punto de vista final desde la distancia.

Y es que, siendo sinceros, es difícil, a estas alturas y con unos ojos entrenados, que un montaje que revela las sorpresas ocultas de la trama de forma escalonada pueda sorprendernos. El "efecto Rashomon" no da para tanto, podríamos llegar a pensar. Y, sin embargo, ‘Monstruo’ lo consigue gracias no tanto a confiar en el estupor de los espectadores tras cada revolución de la trama, sino a centrarse en una personalidad que varía según el lado del prisma que la contemple. En este caso, Koreeda repasa con pincel fino el retrato de un niño apesadumbrado y deprimido, que en cada punto de vista tiene una motivación distinta para justificar sus acciones.

Pero, ante todo, ‘Monstruo’ es una película que exalta, a su manera, temas sentimentalmente universales, como la amistad, el amor materno, los malos tratos paternofiliales o el autodescubrimiento adolescente. Pero, en lugar de quedarse ahí, que ya de por sí sería loable si se consigue llevar a buen término, el director los utiliza como excusa para hacer una feroz crítica del mundo moderno. Durante sus dos horas le da tiempo a hablar sobre el bullying, hacer una crítica del sistema escolar nipón e incluso señalar la sangre fácil que la prensa necesita, cada vez más, para seguir manteniendo el interés del público. Culpables sin pruebas, delitos sin juicio, verdades a medias que nadie se ocupa de investigar.

¿Enemigos o amigos?

Koreeda podría habernos masacrado a datos durante su primer acto y después tratar de darles la vuelta en sucesivos minutos, pero, en su lugar, dedica su tiempo a ir presentando con sabiduría los diferentes elementos de la historia y colocando las piezas de este ajedrez en tres dimensiones. Al principio solo tenemos un niño atosigado por su profesor, que, según afirma, le pega y le dice que tiene el cerebro de un cerdo. Pero, como en el buen juego de misterio que es, cada carta que se desvela cambia por completo el mazo de lo que creíamos hasta ese momento. Esa es su mayor baza, su mayor acierto… y, tristemente, también su gran hándicap.

En toda película en la que tratamos de averiguar un misterio, por lo general, la resolución del mismo también supone el final del interés del espectador, salvo que después haya un increíble epílogo. Pensad en la revelación de los asesinos en ‘Scream’ o las indagaciones de Hércules Poirot: cuando el telón se abre para nosotros del todo tras un par de horas tratando de buscar la realidad entre bastidores, todo lo que queremos es aplaudir y volver a casa satisfechos.

Sin embargo, Koreeda continúa mucho más allá con una trama que llega al final renqueante y echando en falta gran parte del carisma y encanto que destila durante el resto del metraje. El director se ha enamorado tanto de sus personajes que se niega a dejarlos ir: por bello, icónico y metafórico que sea su plano final, hay veinte minutos previos en los que la película se resigna a completar su mutación en otro género distinto y atascándose irremediablemente por el camino.

Donde habitan los monstruos

Es este, sin embargo, un embarramiento sin importancia: el camino hasta llegar ahí merece tanto la pena como en las mejores películas del director, que en esta ocasión se aleja de su ya típica familia encontrada para hablar de la complejidad de los sentimientos que se confunden en el corazón de su protagonista hasta que, finalmente, es capaz de sincerarse y salir renovado de una experiencia transformadora tras la que podrá vivir sin ese rasgo que injustamente se ha endilgado a sí mismo sin merecerlo: el de monstruo.

Los monstruos de esta película no están en el interior de sus niños protagonistas, donde ambos creen que habitan, sino en todo lo que les rodea: una infancia abusiva hacia aquellos que no terminan de encajar, una presión social por no salirse de la zona marcada, un lío mediático absurdo y descarado, una imposibilidad retrógrada de empatizar y hacer complejo lo que debería ser sencillo. Hay un mundo monstruoso sobre la película de Koreeda, pero permanece en un segundo plano ante madres protectoras, profesores que se inclinan pidiendo disculpas y directoras que callan porque hablar sería aún peor. Todos ellos creen que son auténticos monstruos… pero la maldad no habita en ellos de manera consciente.

‘Monstruo’, en última instancia, no solo es una película combativa y deseosa de enfrentarse al statu quo: sobre todo es una cinta repleta de belleza y empatía, pero también de dolor y frialdad, que supone un paso más en la inventiva de Koreeda a la hora de crear personajes indelebles, complejos, bellos e imperfectos que buscan siempre el camino correcto, pero no consiguen encontrarlo. Una pequeña gran maravilla que no deberíais perderos este año.

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