A menudo suele aparecer una película entre las nominadas al Oscar que despierta dudas en un amplio sector del público sobre el motivo de su inclusión en tan selecto grupo. Puede ser una moda pasajera (hay películas que han llegado a ganar el premio por ello), una cinta en cuya existencia muy poca gente había reparado o simplemente surgir la sensación de que se ha cometido una injusticia. En el caso de ‘Moneyball: Rompiendo las reglas’ (¿Quién es el inútil que añade subtítulos innecesarios a los títulos en español?) estaríamos hablando de algo más cercano al tercer grupo, ya que fuera de USA existe un interés muy limitado por el béisbol, un deporte que es casi una religión en ese país, pero que fuera de allí tiene un alcance muy minoritario. La cuestión es si debería ser tan decisivo el tema que aborde una película a la hora de entrar a valorarla a priori, que es algo que quizá esté mal visto, pero que todos hemos hecho en algún momento. Puede que sea simplemente para descalificar a la nueva entrega de alguna saga de moda como ‘Crepúsculo’, pero eso no hace que sea lícito en ese caso y no en otros.
La cuestión sobre las cintas de este estilo es que suelen tener un mayor interés cuando el deporte se utiliza como telón de fondo o elemento vigorizante de otros temas. Valga por ejemplo el caso de ‘Invictus’ y la utilización del mismo como elemento de unión de un país claramente dividido. Y es que hay gente que sencillamente desprecia cualquier valor que pueda tener una competición deportiva por encontrarlas aburridas y redundantes, pero no conviene desdeñar su importancia en otros ámbitos. Pueden ser económicos, sociales o humanos, y es ahí donde una cinta como ‘Moneyball’ (prescindiré a partir de ahora de su absurdo subtítulo) hace su primera elección, la cual es utilizar la sobada premisa del underdog que contra todo pronóstico hizo algo memorable, validando así que su historia sea contada en la gran pantalla. La clave ahora es si ‘Moneyball: Rompiendo las reglas’ es lo mismo de siempre mejor o peor contado o es una obra que ofrezca algo que compense dejarnos dos horas de nuestro tiempo en su visionado.
Aunque cueste creerlo a primera vista, la gestación de ‘Moneyball’ fue más problemática de lo esperado, ya que en determinado momento iba a ser otro paso en la ecléctica carrera de Steven Soderbergh, el cual llegó a grabar varias entrevista con jugadores del equipo cuya historia se cuenta para introducirlas a lo largo del relato, pero eso fue algo que no agradó a la productora y acabó llevando a su salida del proyecto para intentar darle un aire más comercial. Es obvio que la primera reacción ante una decisión así es echarse a temblar sobre lo que iban a acabar ofreciéndonos, algo que no terminó de disipar la elección de Bennett Miller como sustituto de Soderbergh, ya que su ‘Truman Capote’ era solvente, pero carecía de la suficiente garra para hacer una gran película, confiando además quizá demasiado en la, por otro lado, sensacional actuación de Philip Seymour Hoffman, el cual vuelve a demostrar su talento en su breve (aunque importante) presencia en la cinta que nos ocupa.
No obstante, si había algo que debía captar la atención de los cinéfilos más atentos es el hecho de encontrar los nombres de Steven Zaillian y Aaron Sorkin asociados al proyecto, ya que ambos han dado pruebas consistentes a lo largo de su carrera de su calidad como guionistas. Y eso es algo que vuelven a demostrar en ‘Moneyball’, donde la cansina premisa del underdog funciona a modo de excusa de lo que nos cuentan, y no como motor de la historia. Sí, hay un equipo en horas bajas que consigue mejorar y hacer algo histórico en el mundo del deporte (y todo ello basado en hechos reales), algo que Zaillian y Sorkin adornan con datos históricos de interés. Sin embargo, ellos están más interesados en el personaje de Brad Pitt, al cual presentan como un hombre herido por una decisión errónea de su pasado, lo cual ha dado pie a tener un nuevo sueño en la vida, algo que justifique su presencia en la tierra. Eso sí, esperaros unos cuantos tópicos a lo largo del relato y algunos momentos que dejan la sensación de estar algo alargados, pero algún peaje había que pagar, que, como ya he dicho, la productora quería algo más comercial o ‘Moneyball’ nunca hubiese acabado siendo una realidad.
< Es en el retrato del protagonista donde la película no se corta en mostrar claroscuros en su forma de llevar el equipo, ya que se evita caer en una descripción laudatoria que deje con buen cuerpo al espectador, sino que se muestra su desapego, sus decisiones poco humanas y la creciente obsesión por conseguir su objetivo. Es aquí donde el guión, apoyado en la actuación de Pitt, consigue brillar. El resto, aunque importante, deja la sensación de ser, salvo en momentos muy puntuales (muy conseguida la última aparición del único jugador del equipo que goza de un poquito de entidad en el guión), algo accesorio a la descripción del protagonista. Hay hasta personajes que incluso prácticamente desaparecen una vez dejan de tener utilidad para incidir en su obsesiva personalidad. Y sí, deben seguir por ahí al formar parte del equipo, pero ya no sirven para nada, así que pasan a formar parte del decorado.
Los problemas llegan cuando toca hablar de la forma que tiene Bennett Miller de poner en imágenes el material que tiene en sus manos, ya que no consigue decantarse por una tipología de puesta en escena que eleve lo que el resto le ha confiado. A lo largo de la película, Miller oscila entre querer hacer una película entretenida que satisfaga a cuanto más público mejor (y hay que reconocer que consigue evitar el siempre peligroso aburrimiento, aunque imagino que habrá a quien le interese tan rematadamente poco el béisbol que sí le parecerá que hace un constante acto de presencia), una realización sobria que le acerque a una nominación al Oscar que merecidamente no ha conseguido, crear cierto dinamismo en algunas escenas o refrenarse tanto que parezca un director de alguna serie de televisión anodina. Y la combinación no cuaja, ya que algo falla, y ese algo es el poco arrojo y la falta de decisión de Miller para intentar convertir a ‘Moneyball’ en una gran película.
Otro de los aspectos que había despertado ciertas dudas era el hecho de ver que Brad Pitt y Jonah Hill habían sido premiados con una nominación al Oscar cuando otros trabajos superlativos habían sido ignorados. En el caso de Pitt tenemos que hablar de una muy buena interpretación, el cual sabe reflejar los estados de ánimo de un personaje que nunca permanece estático para hacerle más fácil el trabajo. No, Pitt tiene que ir mostrando varias caras a lo largo del metraje hasta llegar al acertado desenlace que la vida deparó a su particular sueño. Además, no lo hace amparándose en un mero uso del carisma, sino que estamos hablando de una actuación como dios manda, sabiendo usar ese apartado en los momentos que es necesario, pero centrándose en ello. Alguna objeción más se puede poner al trabajo de Hill, ya que es un trabajo basado en la contención y que seguramente haya sido recompensado por la última escena que comparten su personaje y el de Pitt. Ahí sí que su personaje transmite algo más allá de ser otra variante del estereotipo de genio apocado, pero queda la sensación de que el acierto se debe más a un acierto de guión que a algo interpretativo. No es que lo haga mal, simplemente no es algo que merezca la pena destacar demasiado.
En definitiva, ‘Moneyball’ no es una cinta que use la historia del underdog para glorificar a una o varias personas, sino que lo hace como un medio para explicar el obsesivo sueño de su protagonista, al cual no le importa el reconocimiento, sino alcanzar la meta que se ha marcado. El problema es que eso es algo que sí secunda la estupenda actuación de Brad Pitt y el guión, pero que no se ve respaldado por una puesta en escena un tanto indecisa a la hora de determinar el tono del relato. ‘Moneyball’ pudo hacer sido una película cuando menos notable, pero la corrección académica a la que alude mi compañero Alberto en su crítica resta empaque al conjunto, el cual se tiene que conformar con formar una buena película. No es poco, pero Bennett Miller lo tenía fácil para que fuese algo bastante mejor.