Hércules Poirot coquetea con el terror en un nuevo caso que, como de costumbre, se sirve de un reparto espectacular para encandilar al respetable
Es muy probable que pensar en la nueva juventud que está experimentado el subgénero del whodunnit nos lleve irremediablemente a la extraordinaria 'Puñales por la espalda', con la que Rian Johnson dio un lavado de cara a los relatos detectivescos con asesinatos imposibles, listas de sospechosos interminables e investigaciones plagadas de pistas falsas y sorpresas inesperadas.
No obstante, dos años antes de que conociésemos al Benoit Blanc de Daniel Craig, Kenneth Branagh sorprendió a propios y extraños revitalizando el murder mystery con 'Asesinato en el Orient Express'; una producción que abrazó la esencia más clasicista disfrazándola de blockbuster contemporáneo y que mostró su evolución lógica con su improbable e igualmente estimable secuela 'Muerte en el Nilo'.
Ahora, en la era de las franquicias, la expresión "no hay dos sin tres" tiene más vigor que nunca, y el británico, como perfecto revulsivo a un posible —y probable— estancamiento, ha abordado el nuevo caso de su Poirot apostando por la innovación dentro de la fórmula. El ingrediente secreto no ha sido otro que adaptar a Agatha Christie bajo el prisma del terror gótico; una ligera vuelta de tuerca que convierte instantáneamente a la fantástica 'Misterio en Venecia' en la entrega más estimulante y disfrutable de la ya de por sí notable trilogía.
Entre Poe y Christie
En el cine, por norma general, no existen las casualidades. Por ello, no es de extrañar que el joven Leopold Ferrier, uno de los personajes más interesantes 'Misterio en Venecia', se pasee por el, a priori, encantado edificio en el que se ambienta la película con un libro de Edgar Allan Poe bajo el brazo. Y es que, en última instancia, el largometraje parece beber a partes iguales de la creadora del detective belga protagonista y del legendario escritor de 'El cuervo' o 'La caída de la Casa Usher'.
En esta ocasión, el director ha abandonado la zona de confort, negándose a replicar sus anteriores trabajos e inyectando en la fórmula whodunnit un cóctel de maldiciones, fantasmas vengativos, mediums y traumas consanguíneos; saliendo airoso del intento en líneas generales pero viéndose incapaz de sucumbir ante algún que otro cliché y lugar común visto una y mil veces en filmes homólogos.
Uno de los principales motivos que permiten a 'Misterio en Venecia' emerger entre su pequeña familiaridad es una forma sencillamente impecable. A la puesta en escena de un Branagh en estado de gracia en su gestión y dominio de los códigos del género, debemos sumar la brillante dirección de fotografía de Haris Zambarloukos, quien no duda en jugar con escalas y angulaciones mientras evoca clásicos de los años 60 como 'Suspense', 'El más allá' o 'Plan diabólico'.
La fuerza de sus imágenes y el magnetismo de su atmósfera ayudan sobremanera a perdonar uno de los grandes pecados de la cinta, heredado de su predecesora directa: la previsibilidad de su giro principal. Tal y como ocurrió en 'Muerte en el Nilo', no es difícil averiguar quién se esconde tras el misterio al que hace referencia el título; pero esto queda sobradamente compensado con un tercer acto espectacular en el que se atan todos los cabos y se explica, arquetípica —y lúcida— secuencia de montaje mediante, el cómo y el porqué.
Siguiendo con la tónica de la saga, 'Misterio en Venecia' termina de perfilar su propuesta a través de un reparto de auténtico lujo que destaca sobre los previos por el tratamiento y dinámicas entre sus personajes; mención especial para el dúo compuesto por Michelle Yeoh y Tina Fey, ambas magníficas, y para el Hércules Poirot de Kenneth Branagh que posee un interesante arco pese a lo casi procedimental de la narración.
Mi primera sensación frente a 'Asesinato en el Orient Express' fue la de desear seguir explorando el universo de Agatha Christie de la mano de un maestro de ceremonias como Branagh. Seis años después, el anhelo no sólo continúa siendo el mismo, sino que se ha acrecentado gracias a la elegancia, al casi anacronismo y al valor cinematográfico del que, sin duda, es el mejor largo del tríptico. La magia del terror, supongo.
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