Como la seducción o los sueños, la vida está llena de huecos: elipsis. Esos huecos vitales funcionan como un tiro en las ficciones; las elipsis no son lo que no vemos, sino la música entre dos huecos, por parafrasear a Debussy. Y el prólogo de esta película asombrosa contiene al menos dos huecos fantásticos, pero los dos se llenarán de maneras diferentes. Al principio vemos a un superespía y no puede ser otro que Josh Holloway, saltando de un tejado, habiendo dejado la playa y el pecho descubierto, pero con su ceño igualmente fruncido.
Luego y solamente luego aprendremos quién era, qué significaba ese maletín y cuales eran sus sentimientos. Estos dispositivos narrativos son maravillosos: construyen un personaje y a la vez introducen una trama. El nombre de los guionistas es familiar: Josh Applebaum y André Nemec han escrito muchos capítulos de la extraordinaria ‘Alias’ (2001-2006), serie creada por J.J. Abrams, aquí productor, en el debut con actores de Brad Bird. Una cosa hay que reconocer a Tom Cruise, productor además de Ethan Hunt: su gusto para los directores es exquisito.
Y es que esta película es, lo diré sin rodeos, maravillosa. Seguramente la mejor película de aventuras que ha salido en la realidad blockbuster: curiosamente, la estrella cuestionada de Cruise, aquí brillando con un esplendor hollywoodiense en el mejor sentido del término, ha dado al proyecto menor relevancia al lado de un, pongamos, Nolan o Spielberg, pero lo cierto es que se trata de una de las películas más enjundiosas de los últimos años, una de las pocas merecedoras de revisión y aplauso. Ahora me explico.
La premisa es sencilla: Ethan Hunt está en una prisión rusa y una vez liberado debe unirse a un nuevo equipo y capturar a un villano con chifladas intenciones nucleares. La sencillez no permite las idioteces ideológicas: el gobierno de Estados Unidos quiere culpar a Hunt y esquivar toda responsabilidad en todo momento, Rusia se muestra beligerante y dolida, y toda la acción transcurre protagonizada por un grupo al margen de espías sin recursos que debe luchar contra un mercenario iluminado. No hay patriotismo: solamente un inteligente juego con un montón de gente tratando de salvar el pellejo y llevando una dignidad desesperada a cuestas.
Parten todas las películas de Ethan Hunt con una desventaja: ninguna puede superar a la primera. Discrepo, claro, con mi compañero Mikel Zorilla. Brian DePalma firmó el blockbuster más oscuro que recuerdo en mucho tiempo: una historia de traición y amor desesperado, cuya conclusión era aceptar que los maestros eran viles traidores y que el amor no tardaría en desvelarse necrófilo e inevitablemente trágico (ayudaba también el rostro de Emanuelle Béart, por supuesto). DePalma no adaptó una serie, construyó una tragedia con tres set pieces brutales, un prólogo fascinante y un personaje herido: es un trabajo honroso que las secuelas no desmerezcan un buen comienzo (aunque la segunda es la entrega que menos me interesa, claro).
Todas las películas de esta franquicia feliz son, también, sus set pieces. Pensad en la escena del chicle, el sudor colgando de un hilo (parece una metáfora, pero es una literalidad magnífica) o ese tren de alta velocidad de la primera entrega. El baile de motos enloquecido en la segunda. Ese rascacielos de Shangai que debía saltarse con matemática improvisada en un cristal o esa persecución enloquecida en una autopista de la tercera parte. Esta cuarta lleva al extremo sus set pieces.: la escena de Dubai (prodigiosa, vertiginosa: la mejor escena de acción del año), la del ventilador magnético o una persecución inteligentísima, por su audacia visual desafiando los clichés, en una tormenta de arena hacen el resto.
Mi escena favorita está al final. Tom Cruise, cojo, persigue al villano, un villano de chichinabo e insignificante encarnado por Michael Nyqvist sin mayor histrionismo (se hace difícil superar a Philip Seymour Hofmann y su enloquecido verbo), con el movimiento enloquecido de los coches en el párking automático. En vez de explorar al superhéroe como avatar digital e invencible, se le deja sudar, sangrar y, por fin, cojear. Y no hay nada más inspirador que ver a Cruise dudando entre si saltar o no, huyendo de un hospital: es una sutileza crepuscular de la estrella con su personaje.
Pero la imaginación de la película no es solamente con las escenas de acción. También hay brillantes escenas de suspense demostrando que la imaginación de los guionistas va más allá de colocar a los personajes con un peligro infranqueable. La infiltración en el Kremlin, con la imaginería de ese gadget que genera una parte del pasillo, o, sobre todo, la deliciosa idea, digna de la serie protagonizada por Jennifer Garner, de concebir una habitación replicada y un intercambio de diamantes y maletín a dos bandas y con el gadget del scáner-ojo como maravilloso concepto para acelerar la tensión. ¡Y hay, por supuesto, un gran drama en la historia de Hunt y como llegó a la prisión rusa! El agente secreto y su soledad; ni siquiera al resolver ese conflicto Bird perderá ápice de esa melancolía, la del propio Cruise-estrella al sobrevivir otra aventura, con casi ya cincuenta años.
El reparto, además, está ameno, cómplice, feliz. Paula Patton cumple como heroína de acción abramsiana (de hecho, sus heridas emocionales son muy similar a las de Sydney Bristow), Jeremy Renner confirma su estrellato (su cara ruda contrasta con sus dotes expresivas) y Pegg es un perfecto alivio cómico, con sus camisetas de Action Comics que funcionan, como la vibrante banda sonora de Michael Giacchino, como un obvio puente entre el universo de Abrams y el de Brad Bird, talento y ya maestro de Pixar que aquí se toma un respiro más convencional pero se permite grandes secuencias, como la del ventilador magnético o ese coche atacado repentinamente por los rusos al que vemos caer desde dentro.
El otro hueco de la película, por cierto, es el de Julie (Michelle Monaghan), la esposa de Cruise introducida en la tercera entrega. Y es que si en aquella el sentimental y largo epílogo destrozaba una brillante clase magistral de cine, en esta el epílogo funciona con una emoción arrebatadora y triste. Hay quien ha detectado en su epílogo una versión dulce de sus conflictos. No estoy de acuerdo. Con economía de recursos, plano y contraplano, se nos explica algo sencillo: La aventura, claro, debe continuar. Pese al amor. Pese a todo. Es una pequeñez sentimental, pero define a Hunt sin aligerar su dinámica aventurera, precisamente ahondando en ella.
Una vez, Mr. Winters dijo: en algún lugar del mundo, hay una francesa descalza. En todo caso, viendo a Léa Seydoux, viéndola diez minutos y con rostro impávido, viéndola sentada y disparando, viéndola diciendo que quiere esos diamantes, no quedan ya analogías ni metáforas. Hay que verla. Por otra parte, la película encima es gozosa, trepidante y muy divertida, incluso emotiva. Yo la volvería a ver, pero ya sabéis, la vida está llena de huecos.