Es posible que pienses que las series que muestran desnudos frontales solo lo hacen por ser noticia, por provocar o por ofender. Incluso puede que creas que no está bien usar el cuerpo de los actores para vender. A ‘Minx’, la nueva serie de HBO Max, no le importan tus prejuicios, porque viene dispuesta a plantearte dudas sobre ellos a base de un cóctel casi perfecto de humor, erotismo, feminismo y, exacto, erotismo feminista.
Al terminar el primer episodio de ‘Minx’ habrás visto tantos penes como en el resto de series de HBO (sí, incluyendo ‘Euphoria’) juntas. Pero esta es una serie tan inteligente que no tiene intención de provocar, excitar o enfadar, sino de utilizar el atracón de genitales para hacer evolucionar a su protagonista. Bienvenidos a los años 70 en la industria de las revistas para adultos de Los Angeles. Bienvenidos a ‘Minx’.
El despertar del matriarcado
La primera vez que vemos a Joyce está haciendo lo imposible para publicar su revista, la antítesis de las publicaciones femeninas de la época, repleta de artículos que apelan a la revolución feminista. Su nombre, por supuesto, ‘El despertar del matriarcado’. Sin embargo, la única opción de publicarla pasa por Doug, un exitoso editor de revistas eróticas (que no pornográficas) para hombres que está dispuesto a intentar romper el mercado con una dedicada exclusivamente al público femenino.
“¿Qué tienen que ver las motos con el feminismo? ¿Las erecciones son congruentes con nuestra filosofía?”, se pregunta Joyce, haciendo de altavoz del siglo XXI. Sí, este 1972 no es realista ni intenta serlo. Es un realismo mágico, visto con la perspectiva que nos dan estos cincuenta años de distancia: unos años 70 que solo pueden existir en las series, pero que resulta tan creíble como agradable.
Por supuesto que la realidad se cuela entre las rendijas de cada episodio, por mucho que sus creadores digan que es algo tangencial: la página central de Burt Reynolds desnudo en ‘Cosmopolitan’ es el disparo de salida para la revista, con una concepción muy similar a la de ‘Playgirl’, cuyo primer número en enero de 1973 mostraba señores desnudos (sin penes al principio) junto a artículos serios, entrevistas a abogadas y activistas y tratando temas tabú en la modosa sociedad norteamericana de la época. Pero, como hizo ‘Reyes de la Noche’, a ‘Minx’ no le importan los hechos reales sino como trampolín para contar algo más.
A ‘Minx’ le falta sordidez y mala leche por su propio bien. Bottom Dollar Publications, el estudio donde se realizan revistas con títulos tan sutiles como ‘Peras gigantes’ o ‘Madres lactantes’, es un sitio sorprendentemente divertido y poco turbio, desprovisto de clichés y que acompaña al ambiente de la serie. Sí, hay machismo inherente a la época, injusticia y un punto de suciedad, pero no es un lugar artificialmente ensombrecido o que suponga un peligro real para ninguna de las protagonistas. El peligro, paradójicamente, está fuera de esas cuatro paredes.
De pornógrafo a feminista
‘Minx’ no solo es una serie interesante, divertida y, a su manera amable, transgresora: es un retrato de personajes en perpetua evolución que se encuentran en un momento clave de sus vidas. La creadora de la serie, Ellen Rapoport, que anteriormente solo había escrito mediocridades como ‘Clifford, el gran perro rojo’ o ‘Atrapa ese email’, ha aprovechado su primera gran oportunidad en la industria para contar una historia propia, la de un pornógrafo que aprende a ser feminista y una feminista que aprende a ser pornógrafa.
Habría sido tremendamente fácil mostrar a Doug, el pequeño magnate de las revistas eróticas, como un sátrapa machista, pero el guion decide tomar una curva y hacer algo muy inteligente: romper tus expectativas. Doug no es un canalla sin contemplaciones, sino un tipo con buen fondo cuya prioridad es proteger a los que le rodean en un mundo en el que muchos venderían su dignidad por unos dólares. El final del segundo episodio define por completo al personaje, destruyendo todos nuestros prejuicios y ayudando a crear una personalidad interesante repleta de matices y aristas. Doug dista mucho de ser perfecto, sobre todo desde la perspectiva de la actualidad, pero también de ser malvado o vender sus principios a cambio de dinero.
Doug es el encargado de quitar la venda de los ojos a Joyce, que pasa de ser una chica bien disfrazada de activista a convertirse en una activista disfrazada de sátira. Cuando la serie empieza, Joyce reconoce haber visto dos penes y medio, y en la oscuridad. “Todos son iguales”, añade. Un episodio después, está pensando cómo hacer anuncios de consoladores que sean feministas y empoderantes, con una nueva visión del sexo que antes ni siquiera vislumbraba. Joyce estaba jugando al feminismo antes de encontrarse con una variedad de preguntas y dudas que amplían sus horizontes.
No hay un personaje, principal o secundario, en ‘Minx’, que no cambie con la llegada de nuevas ideas: desde la sonriente y más plana Bambi, que descubre sus derechos y dudas de la mano de Joyce (y que se perfila como el personaje que nos robará el corazón a todos) hasta Tina, la secretaria de Bottom Dollar, que lima sus asperezas con Joyce cuando ve lo que es capaz de hacer. Sí, son virajes quizá demasiado repentinos, pero se agradece ver personalidades tan repletas de curiosidad en una década que tradicionalmente se nos ha pintado de manera mucho más arcaica y conservadora en el cine y la televisión.
¿Es un dildo feminista?
Y es que la serie no quiere quedarse en las esquinas del debate sobre el erotismo y su relación con el feminismo. Si en el primer episodio plantea los problemas morales de hacer una revista pornográfica feminista, en el segundo se lanza de lleno a tratar las propias contradicciones de Joyce, que se niega a publicitar juguetes sexuales en su revista, creyendo que a una revista erótica para mujeres le pegan más las joyas o el material de lujo.
Lo fácil para ‘Minx’ habría sido crear a Joyce como la voz de la razón que no es capaz de equivocarse, pero en su lugar la hace imperfecta, un personaje que no por tener un ideario moderno sabe cómo actuar en todo momento. Y es fascinante.
En lugar de coger cualquiera de las rutas fáciles que habrían convertido esta serie en un producto respetado, ‘Minx’ coge la calle del medio. Convierte el drama en comedia, lo sórdido en amable, los personajes duros en complejos, plantea dudas sobre un discurso a priori sencillo y trata a los espectadores como seres inteligentes que no solo consumen episodios, sino que son capaces de plantearse problemas morales después sin caer en conclusiones simplistas. Y todo ello en apenas media hora por capítulo.
Dicho de otra manera: ¿Os acordáis cuando salió ‘Hacks’ y nadie hizo ni caso a las buenas críticas hasta que arrasó en los Emmy? No cometáis el mismo error con ‘Minx’.
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