"Cariño...cuando arme un Cristo...te enterarás..." -Tom Reagan
No esperen de mí, ténganme un poco de conmiseración si no es mucha molestia, que escriba en el titular de esta entrada la traducción que algún distribuidor, siempre anónimo cuando muchos querríamos que fueran públicos y notorios (para poder ajusticiarles), hizo del estimulante 'Miller's Crossing', un lugar imaginario de las afueras de una ciudad corrupta que viene a ser 'el cruce del molinero', en el increíblemente estúpido, digno de novela rosa, 'Muerte entre las flores', que nada tiene que ver con las muertes brutales, alejadas de toda pseudo poesía, incrustadas, talladas a fuego, en esta obra imperecedera, bellísima, extraña, tumultuosa, creada por dos genios que hoy se han olvidado de quienes eran, y por eso son meras sombras de sí mismos.
Tampoco iba a llamarse 'Miller's Crossing', si no 'Bighead' (en alusión a la personalidad del personaje protagonista, un tipo pétreo, casi abyecto, funámbulo, de inteligencia superior), y que fue abandonado como otros muchos, porque los Coen (sin h intercalada, por favor) no daban con un título que fuera totalmente de su agrado. Al final, tampoco quedaron muy satisfechos con el que dejaron, pero sí con una película que es, con toda seguridad, la más bella de todas suyas, la más compleja y arriesgada, y que, a día de hoy, parece que los hermanos Coen no van a poder superar jamás, y menos aún con el declive imparable que está demostrando su cine en los últimos años.
Porque los hermanos Coen, tras dos películas sorprendentemente brillantes (una oscuridad, 'Sangre fácil', y una locura inolvidable, 'Raising Arizona'), firmaron cinco películas en los noventa, todas ellas formidables, desde la sorprendente 'El gran Lebowski', hasta la existencialista 'Barton Fink'; para luego perder personalidad e ingenio en la década siguiente, en la que ni siquiera la endeble 'No es país para viejos' consiguió levantar el vuelo, por mucho que ellos mismos dijeran que era su mejor película, cuando está muy por debajo de cualquiera de las cinco de la década previa. Pero ninguna de ellas tan verdaderamente única como 'Miller's Crossing', que bebe de las mejores fuentes: Jean Pierre-Melville y Dashiel Hammet.
Un argumento no tan enrevesado
Básicamente la trama es la siguiente: dos jefes mafiosos enfrentados por el control de la ciudad, uno irlandés (Leo) y otro italiano (Giovanni Caspar), con la excusa de los chanchullos del corredor de apuestas Bernie, cuya hermana sale con Leo. El lugarteniente del primero, Tom Reagan, engaña a su jefe acostándose con su amante, pero luego intentará solucionarle las cosas pasándose al bando contrario y arreglándoselas, con unas dotes para la estrategia que dejarían a Maquiavelo en pañales, para que se maten entre ellos. No es tan enrevesado si se le presta atención, si bien los numerosos giros imprevistos del guión, escrito con un ingenio que envidiaría Billy Wilder, hacen que sea imposible degustar sus abundantes y gozosos detalles de una sola vez.
Tras la timidez de su primera película, y la desvergüenza de la segunda, los Coen entraron en los 90 con el deseo de dejar huella, y se entregaron a ello con su película más serena, más equilibrada (sin por ello estar desposeída de fascinantes desequilibrios), más trágica. En el mismo año en que dos gigantes como Coppola y Scorsese daban a luz dos portentos como 'El padrino, parte III' y 'Goodfellas', respectivamente, los Coen pueden ponerse a su lado sin desmerecer en absoluto. Y eso es mucho decir. Y no desmerecen porque el tenebroso lirismo de esta película, que renueva de savia joven un género que parece inagotable por su capacidad de convocar talentos dispares, el Noir, está plagado de diálogos que podrían competir con los de 'Retorno al pasado' (Jacques Tourneur, 1947) y de personajes que podría haber tallado un Fritz Lang. Y las "femmes fatales del cine negro clásico", las Stanwyck, Turner, Bacall, tendrían que reencarnarse varias veces para alcanzar la turbiedad de Verna (inolvidable Marcia Gay Harden).
¿Qué es lo que quiere Tom Reagan?
Pero el personaje central, Tom Reagan, interpretado con genio por el gran actor irlandés Gabriel Byrne, es posiblemente el carácter más complejo y contradictorio de los Coen, un sujeto pétreo, cínico, estoico y amoral, sobre cuyos sentimientos (aunque sean solapados, o muchas veces indescifrables) gira toda la historia. La secuencia que prefiero de toda la película, aquélla en la que Verna acude a casa de Tom después de que Leo se enterase de que le ambos habían engañado, es muy esclarecedora al respecto. Las palabras que ambos amantes se dirigen son de complicidad pero punzantes a la vez, sinceras e insinceras a un tiempo, abren puertas, pero a misterios más irresolubles de su estado anímico. Pregunta Tom: ¿Y qué es lo que quiero?. La respuesta de Verna: "A mí...", no parece satisfacerle ni a él ni al espectador.
Quizá sea bueno para Tom que ni él mismo sepa lo que quiere. Pero qué poderosa imagen, que estremecedora verdad se desprende de esta escena (una escena que me ha afectado en muchos momentos de mi vida, y siempre por motivos diferentes), pues pocas veces hemos visto a un hombre tan solo, y por motivos indescifrables, que le ayudan seguramente a infiltrarse en el enemigo y, sin un atisbo de duda, ser capaz de plantar la semilla de la cizaña de una forma asombrosa, y poco tiene de importante que El Danés desbarate en parte sus planes, pues en la brutal escena en la casa de Caspar, los acontecimientos sólo pueden confluir en una dirección, casí...predestinada.
Es sabido que los Coen se encontraron con un desafío en la trama muy difícil de superar, que es el motivo por el que Tom no acaba asesinado en el bosque, dado que encuentran un cadáver que no debería estar allí. En el intervalo en el que encontraron la solución a ese enigma, los Coen escribieron 'Barton Fink', precisamente sobre los bloqueos de un escritor... Pero las casualidades, enormes, que ayudan a Tom en su misión, parecen más bien ayudas demiúrgicas con las que el Destino, o Dios, se complace en jugar con Tom, el cual cree que puede jugar, gracias a su intelecto privilegiado, a ser Dios. Porque puede que Tom no sepa lo que quiere, o que tenga el corazón muy pequeño (como asegura Verna), pero sí sabe muy bien lo que hace.
La historia de una amistad
Pero también esta es la historia de una amistad, la que une al entrañable matón Leo (interpretado por el antaño galán Albert Finney, que está impecable) con su hombre de confianza Tom Reagan. Una amistad que les ha llevado a controlar una ciudad (Nueva Orleans, aunque nunca se nombre) y ha hacer y deshacer a su antojo, hasta que llega la tormenta en la presencia del jugador Bernie y el jefe italiano Caspar, sin olvidarnos de la de Verna. Leo es una especie de Padrino, y Tom una clase de consejero, pero son mucho más. En sus réplicas y gestos da la sensación de que han pasado por mucho juntos, probablemente desde que eran unos chiquillos, y hay complicidad, aunque también ironía y distancia dialéctica entre ambos.
La palabra amigo, o sus variantes, aparece varias docenas de veces en los diálogos acerados de esta obra maestra, pero muchas veces de un modo cínico o hipócrita. En la relación entre estos dos caracteres nunca aparece, pero Tom lo hace todo por él, y se juega la vida hasta el final, sin esperar recompensa, sólo como algo personal, una redención auto impuesta de la que, como mucho, sólo va a obtener salvar la vida, perdiendo a Verna definitivamente, pero arreglándole las cosas a Leo. La forma que tienen los Coen de narrar esta peripecia, esta redención, está trufada de violencia, pero también de contención; de muertes en off, pero también gráficas; de lirismo, pero también de cruel vulgaridad.
Tom sueña con un bosque en el que su sombrero echa a volar. Inicialmente cree que el sueño se hace realidad en las puertas de la muerte, cuando el danés le lleva allí. Pero en la conclusión de la historia, con Leo marchándose para no volver a verle jamás, aún conservando el sombrero (el gesto de ponérselo es lo último que hace que veamos), es cuando se materializa su sueño/premonición, lo pierde todo por haberse redimido ante los ojos del amigo al que ha salvado. Sigue igual de solo, o más aún, pero ha hecho algo por Leo. Y en la última mirada que le dedica se concentra todo el talento inmenso de los Coen, un talento que parecen haber perdido irremisiblemente.
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