Dejando a un lado la saga de los infectados, sobre la que aún quedan dos entregas más, el cine de Jaume Balagueró nunca me ha parecido bueno. Sólo su ópera prima, 'Los sin nombre' (1999), contenía el suficiente interés, y una de las mejores atmósferas que se han creado en el cine español dentro del género de terror. Tanto 'Darkness' (2002) como 'Frágiles' (2005) —de la película sobre esa mierda de programa llamado Operación Triunfo prefiero no hablar— son películas fallidas por culpa de guiones de lo más risible a pesar de algunos aciertos en su puesta en escena. Con 'Mientras duermes' se ha dicho que Balagueró ha hecho una especie de remake de un film muy reciente, el espanto de 'La víctima perfecta' ('The Resident', Antti Jokinen, 2011), que parte de idéntica premisa. El propio director ha reconocido desconocer dicho film, y ciertamente me parece una comparación cogida por los pelos.
En ambas películas existe una inquilina y existe un acosador. Punto. Evidentemente en ambas existen situaciones parecidas, en las que en un momento dado el acosador entra en el apartamento de la pobre víctima y haga de las suyas, pero tanto en intenciones como resultados 'Mientras duermes' se aparta considerablemente del film de Jokinen. La gracia está en haber cambiado el punto de vista. Esta vez no estamos del lado de una pobre mujer, a la que un enfermo trata de hacerle las cosas que todos quisiéramos pero no nos atrevemos ni a decir. Esta vez estamos del lado del enfermo, sufriendo a su lado. Un cambio de perspectiva que revela a un Balagueró maduro y a un Luis Tosar inolvidable, algo que empieza a ser muy habitual en él.
En un edificio como microcosmos de todos los personajes que en él habitan, César (Tosar) ejerce funciones de portero, controlando en todo momento las vidas de los inquilinos, pero teniendo en el punto de mira de sus obsesiones a Clara —una Marta Etura tan maravillosa y morbosa como siempre, en perfecta armonía con su pareja en la vida real—, vecina a la que César acosará de forma anónima y terrible. Según palabras del propio César, él nació con la incapacidad de ser feliz, y su única razón de existencia es hacer la vida imposible a personas presumiblemente felices. Aunque 'Mientras duermes' juegue en varios momentos al suspense, y en los que la sombra de Hitchcock se presiente más que verse, en realidad es el retrato de un sociópata, de alguien que ha nacido sin una cualidad puramente humana, y satisface su falta haciendo sufrir a los demás.
Y es precisamente en el retrato de César donde la película gana enteros. Dejando a un lado el ejercicio de estilo que puede suponer un relato de suspense que no a todos gusta o divierte, Balagueró fija su cámara en César haciendo formar parte al espectador de todas sus acciones y pensamientos, logrando incluso que en ciertos momentos estemos de su parte —la secuencia de César atrapado en el apartamento de Clara, mientras ella retoza con su pareja, es toda una maravilla por el simple hecho de que nosotros estamos con César, deseando que no lo pillen—, algo que va mucho más allá de sentir fascinación por un personaje malvado, cosa que ocurre en thrillers varios de idéntica índole. Y es ahí donde el recuerdo del maestro del suspense se hace notar más que nunca, pues Balagueró dibuja su historia alrededor de una de las máximas de Hitchcock: una película vale lo que vale el malo.
El director se muestra mucho más sobrio que en sus anteriores trabajos, una sobriedad que le acerca al clasicismo, convirtiendo su cámara, cuya presencia no notamos —salvo en algún plano secuencia—, en una especie de ventana al mundo interior de César, ya que todo lo vemos siempre desde su perspectiva. Es tan poderoso el trabajo de Luis Tosar, es tan rico en matices su odioso personaje, que uno deja de lado los posibles errores de la cinta, alguno de ellos de una gravedad considerable. Por ejemplo, la policía encargada del caso de acoso a Clara es poco menos que idiota, ya no sólo por lo de la dirección IP desde la que se envían los mails, sino por las cartas. Éstas han sido escritas a mano por el propio César —en alguna secuencia vemos cómo lo hace—, ergo, no las escribió el hijo de la limpiadora, algo que sería muy fácil de comprobar. Dejo a un lado también esa carta final autoincriminatoria, con la que Clara podría meter a César en la cárcel para el resto de sus días.
En cualquier caso, eso es lo que menos parece preocuparle a Balagueró en su película. Y a un servidor también. No estamos ante una gran película —eso de que fue la mejor exhibida en Sitges me hace una gracia infinita—, pero sí ante un sólido trabajo, perfecto de ritmo y con un personaje que nos turba por su terrible verismo. César podría ser nuestro vecino, nuestro propio portero, o cualquier otra persona que vemos todos los días. He ahí el verdadero terror de la cinta. Escenas como la de César humillando a la pobre mujer de los perros, en la que se ve la verdadera maldad del portero, atemorizan más de lo imaginable. Terror cotidiano que le llaman, el que no proviene de un psychokiller sobrenatural, o de un fantasma en pena, no. En este caso proviene de la persona que tenemos al lado todos los días. Desconfiad de los que os rodean, Balagueró no ha podido dejarlo más claro.