Steven Spielberg se ganó con todo merecimiento el sobrenombre de Rey Midas de Hollywood gracias a sus películas. Son muchos los títulos dignos de elogio a lo largo de su dilatada filmografía, pero no son pocos los que guardan un especial cariño a sus incursiones en la fantasía, tanto ejerciendo únicamente como director como cuando avaló multitud de cintas que marcaron a toda una generación a través de la productora Amblin.
Sin embargo, todos evolucionamos y Spielberg no es una excepción, por lo que la idea de ver en ‘Mi amigo el gigante’ (‘The BFG’) un equivalente moderno a esas propuestas que nos cautivaron en su momento se antojaba como algo muy peligroso y que daba pie a grandes decepciones. Por desgracia, Spielberg no ha sabido estar a la altura con su nuevo trabajo, dando incluso la sensación de estar desganado y de no tener especial interés en lo que nos está contando.
No se percibe que sea un proyecto tan querido
‘Mi amigo el gigante’ es una película marcada por la inocencia y cuyo objetivo principal es alcanzar a ese niño que aún todos tenemos dentro. Eso es algo que Spielberg supo hacer muy bien en su momento y lo más probable es que lo hubiera clavado de haberlo hecho entonces, pero la tecnología necesaria para ello aún estaba en pañales y no le quedó otra que esperar hasta llegar el momento en que los efectos digitales pudieran poner en imágenes lo que él tenía pensado.
En ese aspecto es cierto que ‘Mi amigo el gigante’ luce intachable, sobre todo en lo referente al personaje interpretado por Mark Rylance, que adquiere más entidad que nunca en una creación de estas características a través de la técnica de captura por movimiento. Llama la atención lo bien que logran captar las emociones que transmite el propio actor y cómo su objetivo primordial es incidir en el lado más humano del relato en lugar de caer en el espectáculo hueco.
La cuestión es que a veces la línea que separa esto último de la capacidad de fascinar al público es bastante fina, por lo que imponiéndote esa limitación consigues que esos 140 millones de dólares que ha costado la película nunca lleguen a lucir del todo en pantalla, ya que incluso el propio hogar de los gigantes carece de grandes elementos diferenciadores más allá de su mera presencia. Puede parecer un detalle menor, pero hiere ese componente mágico que aquí resulta poco menos que obligado aprovechar.
El contrapunto para conseguirlo es la apuesta por la ternura que señalaba mi compañera Chus en su crítica, dando una importancia capital a la relación entre la debutante Ruby Barnhill y Rylance. De hecho, el corazón emocional de ‘Mi amigo el gigante’ depende en exclusiva de ellos, ya que el resto de personajes quedan reducidos a una mera categoría de simples complementos que puede resultar un tanto frustrante a poco que cualquier otra cosa te chirríe.
Por mi parte, creo que ambos cumplen con holgura su trabajo, aportando ella la inocencia infantil y él esa ternura necesaria para crear un cóctel que invite al espectador a dejarse llevar. ¿Qué es entonces lo que me impidió hacerlo? Principalmente la sensación de que el relato no fluye con armonía, deteniéndose demasiado en detalles innecesarios o redundantes, impidiendo así que surja esa magia necesaria para que ni siquiera queramos cuestionarnos nada más.
’Mi amigo el gigante’, una gran decepción
Ahí es evidente que algo ayuda el innegable tono infantil, pero es que Spielberg tampoco sabe revitalizar esa ligereza con escasa entidad del libreto de Melissa Mathison a partir de la novela original de Roald Dahl. No dudo que esa misma historia funcione mejor de forma escrita, pero aquí era necesario subyugarnos, darnos algo más, y de eso apenas hay pequeñas ráfagas por parte de una puesta en escena que intenta replicar lo ya mostrado en otros títulos, pero sin la energía y la confianza para que pueda surtir efecto.
De hecho, hay varios minutos durante su tramo central que me llevaron a prácticamente desconectar por completo de lo que sucedía, algo particularmente grave porque es cuando se aclara un poco más la mitología añadiendo detalles que serán esenciales a la hora de abordar la resolución. Decir que llegué a aburrirme ahí puede sonar exagerado -aunque la decepción fue incluso mayor que con 'Buscando a Dory' con problemas similares-, pero se parecía peligrosamente.
Sólo un notable cambio de tono, apostando por una comedia sencilla pero bastante efectiva, logró reintroducirme, pero poco después llegó un final demasiado ramplón que ejemplifica a la perfección esos problemas de vitalidad. Fue entonces cuando me quedó claro que Spielberg ha abordado la película tirando mano del piloto automático, lo cual aplana cualquier posibilidad de que la aventura nos cautive. Es cierto que su peor cara es mejor que la de muchos, pero aquí sabe a demasiado poco.
En definitiva, ‘Mi amigo el gigante’ no es una mala película y sus dos protagonistas cumplen bastante bien, pero todo lo demás parece hecho sin querer esforzarse demasiado, confiando en que la propia historia y la mera presencia de Spielberg tras las cámaras va a ser suficiente para elevar el resultado final. No es así y el resultado es magia de segunda y una de las peores películas de su director, incluso por debajo cierta cuarta entrega muy criticada en su momento.
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