Es habitual que los que nos dedicamos a escribir sobre cine hagamos continuamente metáforas gastronómicas. No nos culpéis, quedan estupendas en cualquier texto: este blockbuster es una hamburguesa que sacia pero no alimenta, esa trama salpimenta la cinta, aquella otra es puro caviar... Si nos ponemos gastro-poéticos, 'El menú' es, literal y metafóricamente, un delicioso viaje de sabores gourmet con alma de Big Mac.
Camarero, ¿qué hay para hoy?
Voy a intentar no desvelar nada de la trama más allá de los primeros minutos, porque lo mejor es ir a ver 'El menú' sin haber leído siquiera el argumento. Es una película tan malvada y diabólica en sus giros que saber siquiera su punto de partida puede arruinar una experiencia a la que es mejor enfrentarse como a una cata sorpresa de alta cocina: cuanto menos sepas de lo que vas a vivir, mejor para ti.
La película dirigida por Mark Mylod no es una comedia tronchante (ni lo pretende): es una travesura maligna que no solo pone los puntos sobre las íes tanto a los chefs estrella algo tiránicos que insisten en que cada plato tocado por ellos es arte como a los foodies deseosos de disfrutar de experiencias únicas con la comida pagando cantidades astronómicas por una cena, sino que es brillante radiografiando a la sociedad actual al completo.
La superficialidad absurda, el arte, la estafa, la engominada pretensión de ser el que más sabe siempre de todo en una habitación. 'El menú' empieza como un show culinario digno del Dabiz Muñoz más enloquecido y poco a poco introduce toques de una nueva tendencia en el cine con la que muchos respiramos tranquilos: la de -perdón por la expresión- comerse a los ricos. No literalmente, no os preocupéis. No hay spoilers aquí.
Tenemos pollo asao con ensalada
'El triángulo de la tristeza', 'Puñales por la espalda 2' y ahora esta 'El menú' forman un tríptico precioso sobre el estado anímico actual de la sociedad, tan harta de la gente con muchísimo dinero que han dejado de ser elementos aspiracionales y se han convertido en absolutamente parodiables. Si eres capaz de pagar miles de dólares por probar un menú, por bueno que este sea, mereces, como poco, ser parodiado. Y esta cinta hace mucho más que eso.
Utilizando a un fabuloso Ralph Fiennes como maestro de ceremonias y una Anya Taylor-Joy como comensal disidente, los platos van discurriendo, como un río más sucio cuanto más se adentra uno en su corriente, a modo de capítulos que van in crescendo hasta un final absolutamente apoteósico y que consigue complacer al público a lo grande. Pensad en un triple bis de vuestro grupo favorito en el que toquen vuestra canción favorita con el invitado de vuestra elección. Este nivel de epicidad.
'El menú' sabe que no tiene nada que perder en el ecosistema actual del cine: es una película de medio presupuesto, no atada a ninguna saga, que solo vive de su propia originalidad. Y en vez de tratar de llegar a la mayor cantidad de público tratando de pasar desapercibida y ofender lo menos posible, se lanza de cabeza a la audiencia con un cinturón bomba. Esta es la película que quiere ser y no tiene ningún miedo de demostrar que es única, diferente, refrescante, borboteante y destinada a, por encima de todo, entretener a un público adulto.
Buen menú, señor
Esta cinta es tan inteligente que casi desde el principio muestra su mano al completo: se guarda alguna carta menor en la manga, pero lo principal está ahí. No juega con nosotros ni trata de crear un truco basado en la ocultación de información. Aunque el guion desenrolla los misterios cuando llega la ocasión, el espectador avispado se dará cuenta de la base de cada uno de ellos desde mucho antes, jugando a ese juego que proponía Hitchcock en sus conversaciones con Truffaut: una escena es mucho más emocionante si sabemos que dos personas están charlando sobre una bomba de relojería que si esta explota sin saber de su existencia.
'El menú' insiste, una y otra vez, en que los espectadores tengamos todos los elementos para entender y asimilar el devenir de los personajes y de la historia, confiando en que la sucesión de acontecimientos será lo suficientemente interesante como para no necesitar de golpes de efecto. Bueno, casi: tras las presentaciones, el inicio de la trama principal se da con un giro fortuito y encomiable que obliga al público a plantearse la realidad (o irrealidad) de los hechos que está presenciando.
Una dirección fabulosa, unos actores en estado de gracia, un guion que no se deja nada en el tintero y un devenir apoteósico de los acontecimientos convierten a 'El menú' quizá no en una de las mejores películas del año, pero sí de las más divertidas, encomiables y entretenidas, casi sin un punto negativo que poder echarle en cara, dado que su propia obviedad ocasional forma parte de la propuesta. No os la perdáis. Y, por lo que más queráis, no echéis un vistazo a los ingredientes antes de que se apaguen las luces. Dejad que la sorpresa os guíe.
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