Como si fuese la única capaz de predecir la hecatombe, Justine, el día de su boda, se comporta de forma errática y falsa. Sonríe sin sentirse feliz, pensando que los rituales sociales le devolverán la cordura, y se ausenta en cuanto le es posible para afrontar las imágenes que la asolan. Hemos visto esas imágenes, sueños o premoniciones suyas, en el arranque del film, a modo de ralentís casi detenidos, que forman cuadros de aparente estatismo, como los vídeos de Bill Viola, que cuelgan de las paredes de las galerías de arte, cuales obras pictóricas. La luz irreal de un eclipse ilumina la Tierra cuando el planeta Melancolía se acerca irremediablemente para devorar el que habitamos. Tras la ceremonia matrimonial, el segundo capítulo, dedicado a Claire, la hermana mayor y teóricamente responsable, nos muestra el mundo cuando ya los terrícolas son conscientes de la posible colisión y unos tratan de negarla, mientras otros no son capaces de abstraerse a su influjo.
‘Melancolía’ (‘Melancholia’, 2011), el último film del danés Lars Von Trier, que se estrenó la semana pasada, cuenta con Kirsten Dunst en el papel de Justine y con Charlotte Gainsbourg en el de Claire. Charlotte Rampling y John Hurt interpretan a unos padres que, con su comportamiento, pueden explicar con creces las extravagancias de sus hijas. Alexander Skarsgård y Kiefer Sutherland se reparten los papeles de los maridos, uno de ellos humillado y ninguneado por su recién nombrada esposa; el otro, representante, durante la mayor parte del tiempo, del único ápice de cordura y de sensatez que existe en la familia. Stellan Skarsgård como jefe de Justine, y Udo Kier, como planificador de la boda, completan el reparto de una película que no supera las limitaciones geográficas del hotel de lujo donde habita la familia de Claire y donde se celebra el casamiento para mostrar, durante dos horas y cuarto, las reacciones de estas dos hermanas ante el ocaso de nuestra existencia.
Propósito
Me mostré muy a favor de ‘Anticristo’, a pesar de que el final me resultó excesivo incluso para lo que se había planteado hasta ese punto. Sin embargo, en ‘Melancolía’ no encuentro ni la misma capacidad para hacer daño ni la habilidad para fascinar y sorprender de otros de los instantes de este film previo. La atracción que ejerce la película que nos ocupa, similar a la que sufren las órbitas de los planetas, es innegable. Pero gran parte de su halo se genera antes de que se vea la película, que ya se afronta con enorme curiosidad, no necesariamente en positivo, pero sí con la idea de que se hallará algo diferente, hiriente y, por todo ello, grande, aunque fuese como propuesta ominosa y sofocante. Así, esa seducción del film es externa al producto que, una vez visto, no supone una experiencia tan intensa como prometía. Sí, la cinta produce una gran angustia, pero esta llega contagiada por el frenético movimiento de la cámara antes que por la capacidad de trasladar el sufrimiento de las protagonistas.
El interés del segundo episodio, que está sumamente dilatado y comprende numerosas repeticiones de conceptos ya marcados, se podría hallar en el intercambio de las tornas, es decir, de los papeles: los que parecían locos ahora son los cuerdos y quienes creían que lo comprendían todo, se equivocaban. Lo que iba a constituir un espectáculo de hermosura incomparable, supondrá nuestro final, como si se tratase de una metonimia de la propia película que, tratando de ser devastadora, no puede evitar resultar muy bella en ocasiones.
Más allá de eso, me cuesta encontrar en él un análisis del comportamiento humano ante el inminente fin del mundo tal como lo conocemos y no sé si es una de las intenciones de Von Trier el ofrecérmelo. Si lo fuese, se me antoja que ha elegido a seres demasiado alejados de la normalidad –no solo por sus desquiciadas conductas, sino sobre todo por su existencia aislada y plena de lujos, que los separa de casi cualquier ser humano–, de los que puede interesar ver sus reacciones, pero que nunca servirían como ejemplo o representación del resto de la humanidad. Si, por el contrario, la propuesta pasa por observar la locura de estas dos mujeres y el drama en el que viven o que provocan, entonces, me sobraría la colisión interplanetaria, pues preferiría quedarme con sus costumbres y las del resto de los personajes para analizarlos aún más en profundidad. La cotidianeidad en sí misma les proporcionaría suficientes razones para dar salida a estas paranoias sin necesidad de un final de ciencia ficción. Comprendo que no es tal el componente de ficción científica, sino una mera metáfora –de ahí el nombre del planeta, padecimiento que sufre el propio director–, pero sigo considerándolo innecesario, al menos, su choque, ya que la amenaza podría estar presente sin conducir al inexorable final que se conoce al inicio de la cinta –no destripo nada que Von Trier no desease que el público supiese al comienzo–.
Puntos de vista
Von Trier da protagonismo a cada una de las hermanas durante dos largos fragmentos de los tres que componen ‘Melancolía’. Sin embargo, aunque las sitúa en el epicentro de su narración, no adquiere sus puntos de vista, sino que permanece en el suyo, en el de ese observador omnisciente. Por ese motivo, estos dos capítulos están rodados con la misma cámara nerviosa, fotografía abstraída y banda sonora arrebatada. Aunque se coloque en una tercera persona muy cercana, el autor no llega a situarse en la primera.
Ambas actrices resultan irreprochables en sus respectivos papeles y, a pesar de ello y de lo universal de la situación planteada, no logro en ningún momento sentir hacia ellas ni identificación, ni empatía, ni el más mínimo atisbo de realidad. Dunst, de quien el director ha declarado que representa su Alter Ego, cambia de humor sin cesar y se comporta como una auténtica arpía. De saber algo más de su conexión con la estrella que se acerca, podríamos sentir sus reacciones como catárticas, pero ya que nada de esto está brindado en la película –sí fuera de ella, en el material promocional–, lo que produce es desconcierto. Gainsbourg es tan frágil, tan víctima, tan poco independiente, que su personaje es incapaz de despertar ni lástima ni comprensión. Al menos, a mí, y entiendo lo subjetivas que son estas afirmaciones.
Conclusión
En definitiva, diría que, sin negar que contiene algunos momentos o hallazgos, hay más de ‘Melancolía’ en lo que se ha hablado y difundido de ella que en el interior real de la película. El visionado se tiene que completar necesariamente con lecturas y escuchas –no porque sea críptica o exigente para ser comprendida, sino más bien por incompleta– y esta literatura la enriquece de tal manera que la eleva casi hasta el nivel de un film diferente. Por algún motivo cuando pienso ahora en ella, mi opinión es mucho más favorable de la que tenía mientras la veía, pero es a esta a la que obedezco a la hora de puntuarla. Larga en exceso, no cumple para mí con ninguno de los propósitos que creo poder adivinarle, a pesar de que entiendo los motivos por los que a otros espectadores sí les ha funcionado. Hipnótica por instantes y quizá necesaria para cualquiera que no desee sentirse fuera de conversaciones o debates, ‘Melancolía’ puede ser una película que convenga ver. No obstante, en mi opinión, queda lejos de la fuerza que tenían trabajos anteriores de Von Trier y se puede apreciar más como aglomerado de imágenes impactantes que como conjunto vivo. El director quería hacer algo extraño y que no fuese bonito y es posible que solo haya logrado la mitad de estos dos objetivos.
Otra crítica en Blogdecine | ‘Melancolía’, el apocalipsis interior, por Juan Luis Caviaro.
Mi puntuación: