A Lars Von Trier le debemos muchas mujeres sufriendo. Demasiadas. ¿Cuantas calamidades pueden aguantar sus heroínas? ¿Qué era lo próximo para una heroína von trieriana? La humillación, la enfermedad, la incomprensión, el aislamiento. Parece que con 'Anticristo' (Antichrist, 2009) se quitaba de encima esa fama con un canto, extraño y a la vez perfectamente comprensible y hermoso, a una naturaleza que era capaz de derribarlo todo, aunque fuera por la muy poco singular vía de la locura. A Lars Von Trier debemos también muchas boutades y declaraciones, ya para muchos algo indistinguible de su obra, tan llena de experimentos como de pasos en falso. Lo que ocurre es que con su anterior película empezó una etapa francamente inspirada. Muchos conjeturamos, con cierto, comprensible desdén por tan insólito movimiento, que esa dedicatoria final que cerraba su odisea terrorífica podía ofrecer una clave de su obra.
Pero Lars Von Trier no es un místico, aunque dedique sus mejores o más bellas imágenes a Andrei Tarkovski. Ambos comparten temas, qué duda cabe, pero los intereses y las agenas no podían estar en lugares más antagónicos. Las meditaciones filosóficas de Tarkovski son pausadas, no dan tregua a algo que pueda considerarse histérico, impactante, aunque sus películas estén dotadas de una belleza singular, tan atronadora como ese largo plano secuencia que desveló a tantos espectadores en 'Sacrificio' (Offret, 1986).
El argumento de esta película parece bastante sencillo: llegando tarde a su boda, Justine (Kirsten Dunst) se encuentra con el reproche de su adinerada hermana Claire (Charlotte Gainsbourg) a la postre la que ha pagado por toda la ceremonia. Casada con John (Kiefer Sutherland) y con un niño simpático, Claire trata de entender a su histérica hermana, depresiva, caprichosa, una publicista que parece desaprovechar todas sus oportunidades laborales.
Atras quedaban, decía, los tiempos de 'Dancer in the Dark' (id, 2000) o 'Dogville' (id, 2004), por poner dos ejemplos, contrastan con los de esta Justine, cuya arbitrario comportamiento es uno de los grandes hallazgos de un Von Trier que se resigna a que los personajes nos parezcan amables, simpáticos. Porque la película es arriesgada: a fin de cuentas se abre con un hermoso prólogo que explica la película mediante hermoso tableaux vivant, imágenes congeladas que nos contarán este apocalipsis en toda su insignificancia. Dicho entusiasmo compartido por mi compañero Juan Luis Caviaro y más escéptica ha sido Beatriz Maldivia.
La primera parte de la película juega con cortes deliberadamente cortos, como si Von Trier decidiera rodar una respuesta más o menos razonada a esa 'Celebración' (Festen, 1998) con la que Thomas Vinterberg asentó la otra pieza más o menos fundamental de ese Dogma 95 que tuvo mayor resonancia que hallazgos artísticos. La boda es también la mitad de Justine: sus caprichos, nuestro descubrimiento de dos padres a cada cual más estúpido, el ya enfermo Dexter (John Hurt) o la amargada Gaby (Charlotte Rampling, estupenda).
El plano final de la película es aterrador en estas circunstancias. Incluso la comprensión al niño se revela inútil. Ha dicho ya Kim Newman que este es el reverso del 'Árbol de la vida' (Tree of Life, 2011) y no podía estar más de acuerdo. Aunque para mí, la importancia de esta película de Von Trier no yace en que su mensaje nos dibuje un mundo misántropo, carnal, condenado frente a ese Dios salvador que encarna mártires en forma de vírgenes/amas de casa de suburbio tejano que presenta Malick. Para mí, la superioridad de esta película yace en que nos obliga a mirar y pensar zonas surbias y a encontrar su insólita, innegable belleza. Incluso tras el fin del mundo se nos hace muy complicado rebatir a Von Trier. Y ya conocéis la canción: