Una vacuna contra el tedio que se ha comido a 'Barbie' en taquilla, con un Jason Statham convirtiendo lo imposible en un día más en la oficina
En un verano en donde la taquilla ha repartido la atención en el fenómeno ‘Barbenheimer’, y la acumulación de blockbusters que llegan casi a las tres horas, desde ‘Indiana Jones y el Dial del Destino’ a ‘Misión Imposible 7’, la cartelera estaba famélica de diversión para ver después de una sesión de playa, sin necesidad de ponernos en monóculo para aprender cómo se hizo la bomba atómica o hacer paradas técnicas para asimilar la didáctica rosa de una película de muñecas. ‘Megalodón 2: la fosa’ puede parecer absurda, pero es justo lo que pedía agosto desesperadamente.
La secuela de ‘Megalodón’ que nadie había pedido es una entrega superior porque se postula como una triple sesión de cine de pipas de sábado tarde que no se conforma con ser otra más de tiburones, añadiendo monstruos, catástrofe, aventura submarina y un circo de acción imposible. Como una versión cara de una epopeya de Asylum con complejo de secuela de ‘Fast & furious’, deja claro su tono en su secuencia inicial, convirtiendo el 'Under Pressure' de ‘Aftersun’ en uno de los gags más cafres y macabros del año.
Aunque muestra todo el descaro carente en la primera parte, como aquella, su mayor pecado es plegarse a su calificación PG-13, traducida en una falta de sangre y matanza diluida en el tono indisoluble de su target primario: el público chino. Pese a que volvemos a estar atacados por trasnochados análisis geopolíticos que se llevan copiando y pegando desde hace cinco años, lo cierto es que a nadie debe extrañarle ya el empaque cuando el presupuesto está repartido entre Warner y la empresa asiática CMC, por lo que el prejuicio al cine asiático empieza a mostrar la patita entre tantos lamentos occidentales.
Grindhouse de doble sesión bajo el agua y en la playa
‘Megalodon 2: la fosa’ tiene parte de blockbuster Norteamericano al uso, pero en realidad es como una versión con vitaminas de las abundantes películas de monstruos gigantes que aparecen cada año en el mercado chino. Pero más allá de la operación, la película sabe en qué terreno juega, desde una premisa que repasa ‘Tiburón 3D’ y la lleva a una exploración submarina que habría firmado el Juan Piquer Simón de ‘La grieta’, convirtiéndose en una hora de escape del Poseidón y catástrofe submarina de los 70 con peleas típicas de menú de héroes de videoclub que nos hacen olvidar de los escualos gigantes con un ritmo de apisonadora.
Muchos echan en falta esa matanza, pero es que ya la novela no tiene la clásica estructura de película de tiburón asesino, y prefiere jugar a ser una 20.000 metros de viaje submarino con trajes como los de ‘Aliens’, en modo misión de ‘Voyage to the bottom of the sea’ (1964-68) con fauna y flora desconocida y peligrosa, al estilo de las viejas peripecias de Julio Verne o Burroughs. El director Ben Wheatley consigue comprimir la narración de al menos dos blockbusters diferentes en menos de dos horas sin que nada parezca apresurado.
En una época de estrenos que desafían vejigas, la concisión directa a la diversión resulta irresistible a pesar de su guion, bastante cochambroso, especialmente en sus chistes. Aunque muchos echarán de menos la marca del director británico, lo cierto es que es su película más disfrutable desde ‘Kill List’, y aunque sea un encargo vuelve una de sus señas de identidad, la mezcla de géneros totalmente distintos: si aquella era una mezcla folk horror y thriller criminal, en esta cruza ciencia ficción de acción y el kaiju acuático sin que rechine en absoluto.
Vacuna contra el tedio
Entre su colección de disparates y frases lapidarias de chichinabo, tiene helicópteros, lanchas, explosiones y villanos devorados por monstruos como en los thrillers con ladrones y escualos de Enzo G. Castellari, un ‘Cazador de tiburones’ que en vez de Franco Nero lanzándose sobre los animales desde una paravela tiene a Jason Statham como rejoneador de escualos gigantes. El actor lleva la expresión "jump the shark" de vuelta a sus orígenes con Fonzie y Ron Howard, haciendo ski acuático, solo que aquí tenemos lanchas motoras, tres megalodones, arpones explosivos y diversas referencias y citas directas a ‘Tiburón 2’.
Aunque no aspira a mucho más que las producciones de tiburones gigantes del canal SYFY, codificadas como una buddy movie noventera, su herencia de películas como ‘Produndidad 6’, ‘Deep Rising’ o ‘Virus’ —certificada por la presencia del imprescindible Cliff Curtis— sabe el público al que va dirigido. Los efectos de CGI varían de lo meramente pasable a criaturas que mejoran lo visto en ‘Jurassic world: Dominion’, pero el acabado pasa a un segundo plano cuando cada escena busca sistemáticamente regalarnos el más difícil todavía, obligarnos a dejar el encefalograma plano sin buscar nunca otra cosa que llevar lo inverosímil por bandera.
‘Megalodón 2: la fosa’ llega como un refresco justo en el momento de verano más necesitado de antídotos contra turras nucleares de tres horas, blockbusters aspiracionales y trombosis narrativas. No va a cambiar el género ni falta que hace, porque es exactamente el espectáculo idiota, macarra y trepidante que muestra su tráiler: un mojito de serie B con repelente de snobs que participa en la juerga sin coartadas en la que se ha convertido el género de tiburones. No vamos a ponerle pegas si la próxima sigue adaptando las novelas de Steve Alten como ‘Hell’s aquarium’.
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