Mia Hansen-Løve parece querer contagiarse del plácido ritmo de vida de la isla de Goa en la estructura de su nueva película, 'Maya'. Aunque tiene elementos en común con películas previas de su filmografía, sobre todo en lo que respecta a las motivaciones de su personaje principal y a la estructura de la historia que se nos cuenta, Hansen-Løve elimina un aspecto que definía a todas las anteriores: el cambio traumático, que aquí sucede en off.
Ese cambio es el que experimenta Gabriel (Roman Kolinka), reportero en Siria secuestrado cuatro meses por el ISIS. El film arranca con su liberación: para superar una experiencia al límite decide viajar a Goa, en la India, donde creció. Allí hay una casa semiabandonada que rehabilita y donde se instala, y también cerca vive su padrino, propietario de un hotel y padre de Maya (Aarshi Banerjee), una joven decidida e independiente con quien pronto inicia una sincera relación de amistad.
La vida de Gabriel transcurre sin apenas sobresaltos: se mueve por la zona en moto y se dedica a respirar la colorista cotidianeidad del país, que contrasta profundamente con la ajetreada y gris vida en París, que Hansen-Løve retrata en los primeros compases de la película sin disimular su antipatía. Frente a las conversaciones intelectuales y de doble filo de la civilizada Europa, la vida en Goa parece falsamente intrascendente, pero la directora hace un extraordinario trabajo reflejando el mudo carácter balsámico de un ritmo de vida diametralmente opuesto al de la capital.
Al final ese es el gran valor de la película, por encima de la tierna y sencilla, nada estridente historia de amor que poco a poco y sin avisar toma forma entre Gabriel y Maya: sin caer en la postal turística, Hansen-Løve explica cómo una persona marcada por una forma modernísima pero a la vez ancestral de violencia es capaz de sanar con un regreso a una vida sencilla. Y también gracias a una relación en la que se detecta una confianza y complicidad muy compleja de expresar con palabras, incluso para aquellos que la están viviendo.
'Maya': el trauma fuera de campo
Decíamos que 'Maya' parece haberse contagiado del sosiego que se respira en Goa, un escenario singular donde, además de los inevitables turistas occidentales, conviven una amalgama de culturas, credos y razas que, de algún modo, han encontrado la forma invisible de coexistir. Por eso, Hansen-Løve deja atrás la estructura de películas previas como 'Todo está perdonado', donde una joven se reencuentra con su padre, antiguo drogadicto; o 'El padre de mis hijos', un filme partido en dos por un suicidio.
Gabriel es, como tantos otros personajes de la directora (el propio Kolinka protagonizó 'Eden' y 'El porvenir'), alguien que está pasando por un proceso de cambio, pero puede que para que 'Maya' se empape de la atmósfera relajada de Goa, Hansen-Løve no nos lo muestra antes del secuestro. Quizás era un adicto al riesgo en su trabajo de reportero de guerra, no lo sabemos, lo que quizás lleva a un problema menor en el desarrollo del filme: su final indeterminado, que muestra una relación sin conclusión definida y un futuro que no se sabe qué les deparará pero que se percibe, más que como un legítimo final abierto, como una muestra de cierta desidia narrativa por parte de la directora.
Un problema menor, en cualquier caso, y que aunque sitúa a 'Maya' un escalón por debajo de cintas como 'El porvenir', no le resta mérito. Su atmósfera sosegada y los sentimientos que afloran y evolucionan casi sin necesidad de palabras son todo un hallazgo, y el mérito viene en buena parte de los actores: Kolinka y, sobre todo, Banerjee, sin experiencia como intérprete -tal y como deseaba la directora para su protagonista femenina-, pero que rezuma una naturalidad que envuelve la película y potencia su sencillo pero poderoso mensaje.