A estas alturas, Clint Eastwood es un icono del cine mundial, que nada tiene que demostrar a nadie, y al que le importa muy poco la recepción (crítica y económica) de sus trabajos como director. Cada nueva obra suya se espera con ansiedad y con ilusión por millones de cinéfilos de todo el mundo. No es para menos, después de treinta y una películas (de ficción) como director y más de medio centenar de créditos como actor, hablamos de una leyenda del cine a la que nadie ha regalado nada, que ha conquistado su lugar a base de talento, esfuerzo y coherencia, y es dueño de una obra que va a perdurar. Ahora bien, Eastwood no es, para quien esto firma, ni mucho menos el gran director vivo del cine norteamericano, ni siquiera uno de los cuatro o cinco más grandes vivos de esa cinematografía, y lleva varios títulos, con la notable excepción de ‘Gran Torino’ (id, 2008) bastante por debajo de lo que es capaz, quizá por fin convencido, después de que le insistieran mucho, de ser un director de cine clásico, algo que nunca fue. Su última realización, ‘Más allá de la vida’ (‘Hereafter’, 2010) puede significar, quizá, una de las menos interesantes de toda su filmografía, si se me apura la menos interesante. ¿La ha dirigido él?
Melodrama de enormes pretensiones y ambiciones, que asombra por su superficialidad y su extrema tibieza, para tratar temas en teoría de profunda gravedad e intensidad, falsamente humilde o contenida, porque debajo de su grises imágenes late un indisimulable anhelo de trascendencia, que desgraciadamente no se traduce ni en autoexigencia ni en resultados. Pero lo peor de todo es que ni siquiera parece una película dirigida por el maestro capaz de contar las historias más emocionantes con ascetismo y lucidez, más bien la de un director dubitativo e inseguro, al que nadie puede negarle, eso sí, su inmenso oficio en la dirección de actores y en la planificación y el montaje (pericia a la que ya nos tiene bastante acostumbrados), a los que se suman algunos de los efectos digitales más elaborados de toda su carrera. Pero como en la floja ‘Deuda de sangre’ (‘Blood Work’, 2002), o las insípidas ‘Banderas de nuestros padres’ (‘Flags of Our Fathers’, 2006), ‘El intercambio’ (‘Changeling’, 2008) o ‘Invictus’ (id, 2009), no basta con dominar la cámara y los actores para llegar y convencer. La última película de Eastwood es aún menos valiosa que este grupo de títulos. Un completo error.
Creo que el primer problema de ‘Más allá de la vida’ es un guión muy pobre, firmado por Peter Morgan, un guionista capaz de lo mejor y de lo peor. Una historia que se sostiene sobre pilares muy débiles, y que se cierra con precipitación y sin inteligencia. Tres historias más o menos paralelas: la de una periodista francesa que sobrevive de milagro al devastador tsunami del Océano Índico de 2004, la de un chaval que pierde en un trágico accidente a su hermano gemelo, y la de un médium que se niega a continuar ejerciendo el oficio porque le impide llevar una vida normal. Y comenzamos por todo lo alto, con las imágenes digitales (bastante bien hechas, la verdad) del tsunami y la enorme destrucción que provoca a su paso, y sabemos que tarde o temprano, las tres historias confluirán en una sola, aunque no sabemos cómo, porque una se desarrolla en París, otra en Londres y la tercera en San Francisco. El desarrollo de las tres historias paralelas es absolutamente anémico. Más que alimentarse unas en otras, sucede lo contrario: se molestan y se anulan. No es que perdamos el hilo, es que perdemos el interés y la concentración, y llegamos a una conclusión que nada aporta al espectador más que una bienintencionada, e indigna de Eastwood, visión de la existencia después de la muerte.
Disparen al músico
Pocas veces se ha podido anticipar con tanta certeza el final, no solamente de una historia, sino prácticamente de cada secuencia de la película antes de que acabe. Lo previsible de la propuesta se extiende a la puesta en escena de Eastwood. Si en el primer fotograma en que aparece el personaje de Bryce Dallas Howard (muy guapa pero insufrible gran parte de su aportación) sabemos ya cuál va a ser la dinámica con el médium de Matt Damon, en la secuencia del entierro del hermano sabemos casi antes de que empiece el movimiento que la cámara va a hacer una panorámica hasta el gorro del hermano muerto. Así de predecible es casi todo. Y no importaría demasiado si encontráramos un buen número de buenas secuencias, pero a mi modo de ver solamente hay dos, y no demasiado imponentes: las dos “lecturas” que el médium lleva a cabo a regañadientes a su compañera de cocina y al chaval que le persigue por medio Londres. El resto es un conjunto sin fuerza y sin interés, flojo y redundante. ¿Qué necesidad había de mostrar la “lectura” al socio de su hermano, si media hora más tarde, en un truco de guión bastante sonrojante, el hermano llama por teléfono y el personaje de Dallas Howard se entera de todo con detalle? El Eastwood más austero se habría ahorrado rodar la otra secuencia, y habría sabido centrarse en el drama de sus personajes con mayor energía.
Pero Eastwood parece mucho más preocupado en una demostración tendenciosa de la existencia de un más allá (con lo que estoy plenamente de acuerdo, pero que no me parece creíble aquí), que en dar vida y verdad a sus criaturas. De hecho, la vida parece erradicada de la pantalla. No por explicar verbalmente detalles biográficos de los personajes, estos se hacen más verosímiles y reales en una pantalla, y eso bien debería saberlo a quien en ‘Sin Perdón’ (‘Unforgiven’, 1992) le bastaba con situar un rifle Spencer a la espalda de un personaje para explicar un millón de cosas sobre él. Matt Damon, Cécile De France o el pequeño Frankie (o George) McLaren cumplen con sobrada profesionalidad, pero tienen muy poco para trabajar. En el caso de Damon, se trata de un carácter reservado y contenido, y tiene valor Eastwood proponiendo un registro tan anticomercial y sin divismos a una superestrella de su calibre, pero a veces parece que está en otra película, de lo ensimismado y opaco de su personaje. Ella ofrece algo más de luz, pero su personaje carece de coherencia cuando supuestamente ha vivido una experiencia radical que le cambia la vida para luego protestar porque pierde su fama o los carteles con su rostro por la calle.
Finalmente, el empleo absolutamente equivocado de la música (compuesta, una vez más, por el propio Eastwood) termina por echar a perder algunas secuencias o momentos que, estoy seguro, habrían funcionado muchísimo mejor sin ella. Su uso y abuso por parte del director, termina ahogando a los actores y tergiversando el tono inicial de la dirección. Se trata de una melodía muy elegante y serena, con algunas variaciones y otros temas muy cercanos, tanto en piano como en guitarra o violín. El problema es que con ella, el lirismo buscado se convierte en sentimentalismo, y la complejidad emocional de ciertos momentos se simplifica o se altera. Esto cuando no la utiliza directamente para manipular del modo más zafio al espectador. Creo que ya está fuera de lugar que cuando un personaje sufra o cuando se muestre dolor en pantalla, una música melancólica entre para reforzar esos sentimientos de dolor o desesperanza. No sólo es burdo, es estética y moralmente rechazable. Pareciera que Eastwood no confía en las posibilidades de su propia historia, algo que hasta ahora no le había visto hacer.
En definitiva, una completa decepción, que sin ser una película despreciable, sí es indigna de un talento como el de Eastwood. ¿Dónde está el sentido trágico, el vuelo emocional, la conmoción de ‘Mystic River’ (id, 2003), quizá su más grande película? ¿Dónde la escritura serena y dolorida de ‘Bird’ (id, 1988)? Esperemos que se recupere muy pronto de este bache el octogenario y gran hombre de cine capaz de filmar joyas como esas, y que aquí está edulcorado, irreconocible, olvidable.