“¿Me hablas a mí?”- Travis Bickle
Si unos pocos años antes, el (re)encuentro de Scorsese con Robert De Niro había significado un evento crucial en la vida de ambos artistas, no significó menos que en 1974, y de nuevo gracias a Brian De Palma, el realizador conociera al guionista Paul Schrader. La historia de Schrader, que con el tiempo se convertiría también en un importante director, es de sobra conocida: educado en estricto calvinismo, le fue imposible ver una película hasta los diecisiete años de edad. Pero una vez que se enamoró del medio, recuperó con creces el tiempo perdido, llegando a convertirse en un cinéfilo empedernido y en un escritor de y sobre cine de gran prestigio. Entre él y Scorsese surgió pronto una amistad derivada del respeto mutuo, de ciertos caracteres comunes, de una pasión fervorosa por el cine, que se traduciría en cuatro películas escritas por el primero y dirigidas por el segundo, la última de las cuales ha sido ‘Al límite’ (‘Bringing Out The Dead’, 1999).
Escritor de historias de rendención y violencia extremas, Schrader cuenta a menudo cómo concibió ‘Taxi Driver’. En un estado maníaco depresivo, provocado por sus problemas sentimentales con su ex-mujer y con otra relación reciente, Schrader se había lanzado a un vagabundeo casi suicida por las calles de Los Ángeles. Durante semanas no hizo otra cosa que beber, conducir y caminar, transitando por los barrios más sórdidos de la capital californiana y comiendo nada o casi nada. Finalmente hubo de ser hospitalizado, pues una úlcera le dejó fuera de combate. Fue la abrupta conclusión de una carrera hacia la muerte, que expiaría de su interior escribiendo la historia de Travis Bickle un año después. Según sus propias palabras, quería expresar “el síndrome absoluto de la soledad urbana”. Y escribió el guión con gran rapidez (como, por cierto, es habitual en él) porque sentía la imperiosa necesidad de hacerlo.
Se iniciaba así la creación de uno de los filmes más míticos de los años setenta, que en un principio iba a ser interpretado por Jeff Bridges, pero que una vez cayó en manos de Scorsese parecía inevitable que Robert De Niro, que acababa de alzarse con el Oscar al mejor actor de reparto por ‘El padrino, parte II’ (1974) encarnara al perturbado taxista neoyorquino. El rodaje tuvo lugar durante una brutal ola de calor en Nueva York, rodaje al que llegó De Niro dos semanas después de terminar ‘Novecento’ (Bernardo Bertolucci, 1976). El taxi que tantas secuencias conduce Travis fue casi desguazado para obtener algunas impresionantes tomas desde su interior. Cualquier cosa era posible para lograr hacer un filme que, Scorsese estaba seguro, iba a ser un hito en su carrera, como finalmente fue. Aunque también sabía que no tendría tanto éxito comercial como esperaban sus inversores.
Mucho más que una historia existencialista
Con ‘Memorias del subsuelo’, la obra maestra escrita por Fiódor Dostoyevski en 1864, y ‘Falso culpable’ (‘The Wrong Man’, Hitchcock, 1956) como referentes máximos literarios y fílmicos (aunque Scorsese y Schrader a menudo citan otras fuentes de inspiración diversas) esta película podría ser, fácilmente, uno de los retratos de sonambulismo más espeluznantes de la entera historia del cine, que ha conocido muchos títulos célebres sobre la eterna ciudad nocturna, pero muy pocos que alcancen a esta en oscurantismo, desesperanza y existencialismo. Un existencialismo feroz que envuelve la trágica y siniestra figura de Travis Bickle como un halo de malditismo, convirtiéndole en uno de los personajes scorsesianos más proverbiales, porque encarna como ningún otro la obsesión y la violencia tan propias del cineasta. No queremos seguirle, porque sabemos que todo acabará muy mal, pero no podemos despegar los ojos de la pantalla.
Scorsese filma con una puesta en escena alucinatoria, serena pero muy tensa, compasiva pero salvaje. Ayudado en labores de cámara por el operador Michael Chapman, que no en vano firmaría aquí, junto a la venidera ‘Toro salvaje’ (‘Raging Bull’, 1980) su mejor trabajo, Scorsese alcanza la perfección técnica absoluta en la planificación y el montaje, y la maestría total en el ritmo, el tono y el punto de vista de la historia. Nueva York como una ciudad inhóspita, gélida y llena de peligros, que a través del punto de vista (cada vez más demente) de Travis, se convierte en un infierno que él, ángel exterminador, debe purgar. Y aunque Scorsese comprende en parte a su protagonista, bajo ningún concepto comparte su visión del mundo. Es decir, nos invita a seguir a este taxista, pero nos deja bien claro que no se identifica con él, al contrario de lo que han querido ver algunos críticos. En ningún momento, salvo en los planos fantasmagóricos de las luces de la ciudad, obtenemos planos subjetivos, que imiten la mirada del personaje central. Terminamos sospechando que su extrema alteridad es la razón fundamental por la que el curioso impenitente de Scorsese nos narra esta historia.
De Niro en el papel de su vida
Ahora que su carrera ha llegado a un repentino, temprano y brutal ocaso, podemos echar un vistazo a su impresionante trayectoria y elegir algunos de sus mejores papeles. Entre ellos, con toda probabilidad, está el de Travis Bickle. El actor, fiel a su célebre estilo perfeccionista, pasó dos semanas conduciendo un taxi, e incluso entró en contacto con algunos veteranos de Vietnam para desarrollar algunos acentos y expresiones típicas de estos soldados. Para la película, llevaría a cabo una de sus más recordadas transformaciones físicas. Primero adelgazó diez kilos y luego los ganó en músculos. Finalmente, se rapó el pelo al estilo tomahawk. Era fundamental que De Niro se entregase de esta forma a su personaje, pues Travis considera su cuerpo como un arma de combate y como expresión de su propio cambio y sacrificio interior, al mismo tiempo.
A muchos sorprendió que no se llevase el Oscar, que fue a parar, póstumamente, a Peter Finch por ‘Network, un mundo implacable’ (‘Network’, Lumet, 1976). De Niro es, simplemente, Travis Bickle. Y lo que es más, se convierte en él sin esfuerzo aparente (aunque se adivina un trabajo y un talento detrás inmensos). Con su mismo cuerpo, con sus silencios y con sus inconexas frases de diálogo, percibimos de manera increíble cómo la demencia va apoderándose poco a poco de Travis, hasta empujarle a cometer actos de violencia extrema. El hecho de que sus víctimas sean pederastas o mafiosos apenas parece relevante. Con determinación suicida (como un samurai), el taxista se transforma en una máquina de matar, porque cree que es el único modo de preservar la inocencia que ve en Iris (una perfecta Jodie Foster de trece años de edad), una prostituta a la que decide salvar una vez se da cuenta de que su máximo anhelo sexual, la sensual y elegante Betsy (Cybill Sheperd), ha quedado fuera de su alcance.
Conclusión
Sin ninguna duda, la mejor película de Scorsese hasta ese momento, que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1976 con todos los merecimientos y por aclamación. En una escalada profesional y creativa que hacía olvidar sus complicados inicios, Scorsese se convertía, en ese año, en un director estrella, a la altura de sus más famosos compañeros de generación, prestigio que no le ha abandonado hasta el día de hoy. ‘Taxi Driver’ es una excepcional obra maestra por su extremo riesgo y coherencia estética, porque no busca soluciones fáciles a la violencia ni pretende engatusar al espectador con un salvajismo preciosista, y porque en su negrísimo cinismo se adivina una compasiva percepción del dolor de la soledad.
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