"¿Qué quieres de mí? ¡Solo soy un procesador de textos!" - Paul Hackett
Breve introducción: si a menudo nos encontramos con títulos españoles delirantes para sustituir el título original extranjero, el de la película número diez como director de Martin Scorsese puede ser un firme candidato a título más grotesco y estúpido de la historia del cine. Cambiar el estimulante 'After Hours' (también pensaron en titularla 'Lies' o 'A Night in Soho') por el soez y disparatado 'Jo, qué noche', es casi un insulto a la inteligencia. Así que espero que el lector comprenda por qué a partir de ahora, si he de volver a citar el título de esta película, será el título original, ya que el español simplemente me causa náuseas. Algún día encontraremos a esos individuos que se dedican a poner títulos en España, y quizá nos expliquen el por qué de algunas decisiones infames...mientras les dejamos colgados boca abajo de la azotea de un edificio de treinta plantas...y no digo de qué parte del cuerpo.
Tras esta introducción, que no me resistía a incluir, pasemos a hablar de un filme que es, al mismo tiempo, una verdadera rareza dentro de la filmografía de su director, y finalmente un filme terriblemente scorsesiano, si es que es posible conciliar ambas ideas. Lo cierto es que a finales de los ochenta, además de la situación ya comentada anteriormente en que se encontraba el cine de autor en el seno de Hollywood, no se puede decir que Scorsese tuviera las cosas fáciles. Había tallado a sangre y fuego una serie de películas de gran vuelo estético, pero aparte de 'Taxi Driver' (id, 1976), no había conocido ningún éxito en taquilla, más bien todo lo contrario. Pero Scorsese se mantuvo fiel a sí mismo, entre otras cosas porque es un verdadero gran artista ajeno al canto de sirena del cine industrial, y siguió adelante. El fracaso del proyecto inicial de 'La última tentación de Cristo' (que iba a ser su siguiente película, pero que aún tendría que esperar algunos años para hacerse realidad), desembocó en varios meses en dique seco que terminaron con la lectura del guión de Joseph Minion.
Uno de los aspectos del trabajo creativo de Scorsese que de alguna forma le hermana con sus anhelados maestros (Ford, Hawks...) es su consabida necesidad de retocar los guiones ajenos que le puedan proponer, o incluso los proyectos personales, hasta quedar satisfecho, pero sin sentir la necesidad imprescindible de figurar en los créditos. Así, sus créditos como guionista no son tan numerosos como los de realizador, aunque, salvo excepciones, los ha retocado todos, o directamente los ha transformado. El guión de Minion, titulado inicialmente 'Lies', no fue una excepción a esta norma. Scorsese admiró desde un principio la brillantez de los diálogos de Minion, pero necesitaba transformar una escritura demasiado literaria a una expresión más audiovisual. Con todo, y sin saber qué mérito del guión pertenece a quién, no hay duda de que se trata de un guión notable, tanto en la misma idea o concepto que lo origina, como en las múltiples ramificaciones que se desprenden de su peripecia narrativa, tanto psicológicas como emocionales.
Negrísimo Scorsese
Si con la muy poco conocida 'El rey de la comedia' ('The King of Comedy', 1982), Scorsese había indagado con sorna y mucha mala uva en los impulsos casi esquizofrénicos de un sujeto adicto a la fama, con bastante negrura, en 'After Hours' esa negrura se vuelve mucho más densa, y el humor mucho más salvaje. Desmoralizado después de que su proyecto sobre Cristo se viniera abajo, Scorsese se traslada, de forma muy sintomática, de Los Angeles a Nueva York. Ese regreso a su ciudad natal, a sus raíces, se traduce también en un regreso fílmico, pues 'After Hours' es un relato sobre una absurda y rocambolesca noche neoyorquina, en la que a un yuppie apocado y tímido le ocurren las mayores barrabasadas sin fin, y que quizá hubiera resultado menos interesante si no la hubiese filmado el director de 'Malas Calles' ('Mean Streets', 1973)
Los guiños cinéfilos a 'El proceso' ('The Trial', Orson Welles, 1962) son obvios y numerosos, y hasta la presencia del actor Griffin Dunne, quien había comprado los derechos del guión en un principio, nos recuerda un poco a la personalidad de Anthony Perkins (1932-1992). Algunos han querido ver alguna simbología o doble sentido al hecho de que Scorsese dirigiera esta frenética historia, pero es muy posible que se tratara de un simple divertimento, aunque muy abstracto por momentos, con el que el cineasta retrata una Nueva York casi de pesadilla, pero sin llevar a cabo ninguna crítica social ni nada por el estilo. Su dinámica cámara se pone al servicio de las situaciones más extrañas con el espíritu subversivo de un niño curioso y algo cruel, de un demiurgo caprichoso que sometiera a su atormentada criatura a una noche inolvidable. Que Paul Hackett pierda el dinero de vuelta de la manera más tonta posible, es el verdadero comienzo de una aventura a ratos desternillante y a ratos hasta surrealista.
Y en esta aventura se nota, y de qué manera, la rapidez e inmediatez del rodaje y lo exiguo del presupuesto, pero en el sentido en que se trata de uno de los filmes más enérgicos, más frescos, de su director. Los cuarenta días de rodaje fueron viables gracias a que Scorsese contó por primera vez con el sensacional director de fotografía Michael Ballhaus, que desde entonces sería un colaborador bastante habitual en sus películas, y que aportó su enorme experiencia y capacidad de trabajo para iluminar y crear la imagen de la película. Sobrino del mismísimo, y legendario, director Max Ophüls, Ballhaus debe gran parte de su fama y su prestigio a sus trabajos con el cineasta italoamericano, y aquí empezó a ganárselos. Director y operador se alían a la perfección a la hora de narrar las vicisitudes de este pobre desgraciado cuyo único objetivo, esa noche, era llevarse a la cama a la misteriosa Marcy (Rosanna Arquette), y que no imagina la cantidad de hechos extraños que va a experimentar. Creo que Dunne, un cómico algo limitado, está aquí bastante bien, aunque sin grandes alardes. Cumple en su rol de pringado acosado por una realidad que le supera a todas luces, y cuya única salida es correr y sobrevivir, mientras nosotros, espectadores, sufrimos con él y nos reímos de lo absurda que puede ser la vida.
Conclusión
Sin embargo es imposible, al menos para el autor de estas líneas, no considerar a 'After Hours', aún constatando su brillantez, una de las obras menores, como se suele decir, de la trayectoria de Scorsese. Carece de la pasión y el riesgo de proyectos posteriores y anteriores de este superdotado cineasta, que se llevó con ella el premio al mejor director en el Festival de Cannes. Este buen guión no es más que un juego de niños para él, al que se entrega con todo su desparpajo narrativo, pero que da la impresión que no le mueve ni le importa demasiado, en el fondo. Al menos con él salía de un parón profesional que empezaba a afectarle anímicamente, y sería el prólogo al inicio de una plenitud que empezaba a asomar por el horizonte. Puede que conocer al representante de Paul Newman tuviera buena culpa de ello.
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