Me parece una verdad como un templo que los viejos rockeros tienen que reciclarse, acorde con los tiempos, si no quieren quedar prematuramente desfasados. Pero sólo los grandes de verdad se reciclan sin perder su personalidad, o al menos no toda. Scorsese ya lo ha contado todo sobre la forma de vida de la mafia italiana en Nueva York y Las Vegas. Y no solamente los entresijos del poder, también el cotidiano día a día. Quizá tarde mucho, o nunca más vuelva a ese tema, porque sería reiterativo. Por eso tiene mucho coraje a la hora de llevar a cabo esta historia de irlandeses mentirosos, que de alguna forma entronca con ‘Gangs of New York’ desde un punto de vista anímico (aunque no formal), mientras el concepto italiano queda momentaneamente aparcado. Con un reparto de impresión, y un presupuesto enorme, Scorsese abandonaba Nueva York y se iba a Boston a filmar esta extraña y frenética historia de policías y criminales, tan violenta y salvaje como cabría de esperar, pero no tan gigantesca como otros de sus filmes.
El irlandés William Monahan, un guionista ahora convertido en director, llevó a cabo una adaptación bastante libre del éxito del cine de Hong Kong ‘Juego sucio (Infernal Affairs)’ (‘Mou gaan dou (Wu jian dao)’, Andrew Lau, Alan Mak, 2002), que es un filme bastante digno y bastante intenso, aunque ni mucho menos la maravilla que algunos decían, y mejoró muchísimo la trama y los personajes, de tal forma que Scorsese no tuvo ningún problema en alabar su trabajo y en ponerse manos a la obra con la nueva versión, aún sabiendo que quizá muchos de sus seguidores iban a sorprenderse por este proyecto, como así ocurrió. La habilidad de Scorsese en este trabajo es tan perfecta como siempre, y se adueña por completo de la historia y del ambiente irlandeses, filmando con una energía casi juvenil y arrolladora, pero en este ejercicio pierde algo de la singular personalidad que durante más de tres décadas había ido construyendo, como si comenzara de nuevo.
Sobre ratas y solitarios
Todo lo que proponía la película original, aquí está mucho mejor escrito, filmado e interpretado, y su idea de la dualidad y al mismo tiempo la identificación profunda entre policía y criminal, desarrollada mucho más allá, y con ramificaciones morales y psicológicas realmente notables. En ‘Infiltrados’ los policías y aquellos a quienes persiguen no se diferencian tanto. En realidad son prácticamente iguales. Sin embargo, Billy Costigan (DiCaprio) y Colin Sullivan (Damon) no pueden ser más divergentes en sus respectivas personalidades, a pesar de provenir del mismo barrio. La profesión y la ascendencia significan menos que la propia independencia y voluntad, sobre todo en el caso de Costigan, que al contrario que Sullivan no se ha dejado arrastrar por la corrupción y la pobreza, y ha sabido mantenerse digno en la miseria. Todo esto está muy bien contado, con la ayuda, una vez más, del operador Michael Ballhaus, que colaboraba por séptima vez con el realizador italoamericano, además de su montadora de siempre, Thelma Schoonmaker, y de la diseñadora de producción Kristi Zea, con quien no trabajaba desde ‘Uno de los nuestros’ (‘Goodfellas’, 1990).
El inicio no puede ser más impactante. Sobre unas imágenes documentales del Boston de los setenta, surge la voz inconfundible de Jack Nicholson en el papel de Frank Costello: “No quiero verme condicionado por mi entorno, quiero que mi entorno se vea condicionado por mí”. Le acompaña el inconfundible ‘Gimme Shelter’ de los Rolling Stones. De pronto, el Scorsese callejero aparece en toda su furia, pero desde una óptica opuesta a la de ‘Uno de los nuestros’, que era lógicamente italiana. El largo discurso de Costello es toda una declaración de intenciones, al mismo tiempo que establece el (resbaladizo) tono moral del relato. Desde ahí hasta los títulos de crédito iniciales (en los que escuchamos el tremendo tema que he puesto más arriba) varios minutos admirables de presentación de todos los personajes, al ritmo del tango de Howard Shore, que son los primeros de estos ciento cincuenta de un juego diabólico de engaños, dobles sentidos, espejismos y fragmentaciones de personalidad.
Sorprende un Mark Wahlberg realmente bueno, así como un Alec Baldwin que ha tardado demasiados años en demostrar lo bueno que es. Pero quizá ésta sea, además, la mejor interpretación de Leonardo DiCaprio en un filme de su gurú Scorsese. No solamente es el personaje más interesante de los cuatro que le ha regalado el cineasta, además el actor está mucho más sólido que en ‘Gangs of New York’ (id, 2002) y mucho más creíble que en ‘El aviador’ (‘The Aviator’, 2004). Su personaje, que es de una gran honestidad y altruismo (dentro de la traición a Costello, por supuesto), es también un atormentado y de una gran fragilidad emocional, y todo eso DiCaprio lo representa a la perfección, sosteniendo la intensidad en toda la película, como una nota sostenida más tiempo de lo humanamente posible. A su lado, Matt Damon, siempre un buen actor y alguna vez un gran actor, hace un trabajo excelente como el abyecto siervo de Costello, fingiendo ser policía.
Por supuesto lo más interesante, desde un punto de vista dramático, es que el falso policía que trabaja para la mafia termina sirviendo a la ley casi sin quererlo, y el falso criminal que trabaja para la policía de Boston ha de convertirse en un verdadero matón si quiere sobrevivir, con lo que ello conlleva de sentimiento de culpa. La brillantísima escena de la persecución callejera, con ese plano del espejo multiforme, es la contextualización final de la intensa dualidad e identificación planteada por Scorsese. Dual es también el tratamiento de Frank Costello frente al jefe Queenan (Martin Sheen), como dual es el personaje de la psiquiatra Madolyn (una atractiva y muy convincente Vera Farmiga), quien se sitúa entre ambos adversarios, Billy y Colin, con tortuosos sentimientos de atracción y amor. Nicholson, por cierto, se entrega a uno de sus divertimentos de exageración casi grotesca que por una vez no chirría, porque es tal cual el demente personaje de Frank Costello, y se agradece su bestialismo y su siniestro sentido del humor.
Nos encontramos, por tanto, ante un filme de innegables virtudes, que pese a su larga duración se pasa literalmente volando, y que pese a sus estrellas, posee una historia y un estilo muy sólidos. Pero aunque quizá sea un filme notable, a Scorsese se le debe (se le puede) pedir mucho más. Aunque moralmente se preocupa por sus criaturas, no termina de llegar todo lo lejos posible al respecto. Aunque su trama está muy elaborada, el final parece demasiado fácil y demasiado precipitado, como con prisas por terminar ya la función. Aunque su narrativa y su audacia formal están muy por encima de la mayoría de los realizadores de cine negro de gran envergadura, le falta algo de vida y algo de verdad a este historia. A grandes rasgos, ‘Infiltrados’ es una película demasiado fácil para el director de ‘La edad de la inocencia’ (‘The Age of Innocence’, 1993) o ‘Taxi Driver’ (id, 1976).
Conclusión y secuencia favorita
Que precisamente con este filme Scorsese por fin se alzara con el Oscar a mejor director, no deja de tener su ironía, y es que la academia californiana del cine siempre está muy por detrás de los artistas a los que premia, pero es lo que hay. Tercer Oscar, además, para Schoonmaker. Pero ese año ni siquiera nominaron a Alfonso Cuarón por ‘Hijos de los hombres’ (‘Children of Men’), con lo que esa edición quedó completamente desacreditada. Mi secuencia favorita de esta película es aquella en la que DiCaprio le rompe la cabeza a un individuo por mofarse de él al pedir zumo de arándanos, con lo que llama la atención del lugarteniente de Costello, iniciando un diálogo brillante y violentísimo, como casi todos los de la película.
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