Todos los directores tienen uno o varios proyectos que esperan poder hacer realidad en algún momento de sus carreras. Dicen que ‘The Tree of Life’, la película que Terrence Malick estrenará en mayo del año que viene, es uno de esos proyectos, y que ‘Gangs of New York’ (id, 2002) lo ha sido para Martin Scorsese durante casi veinticinco años. A mediados de los años setenta ya pensaba en llevar a la pantalla un gran fresco histórico que contara la peripecia de varias generaciones de inmigrantes llegados a América en las décadas centrales del siglo XIX, y más aún cuando le dieron a leer el ‘Gangs of New York’ escrito por Herbert Ashbury en 1928. Tal fue su deseo de querer hacer la película, que en 1979 apareció en Variety un anuncio que ya aludía al futuro rodaje de la película. Sin embargo, la vida creativa de Scorsese siguió otros derroteros. Pese a todo, nunca abandonó la idea de hacerla, y de vez en cuando encargaba a algún guionista amigo, o se ponía a escribir él mismo, algún borrador de la futura película.
Incluso pudo haberse hecho realidad a principios de los noventa, pero una serie de circunstancias que no vienen al caso, y que creo que aburrirían al lector, lo hicieron imposible. Sin embargo, a finales de la década, algunos años después de que Robert De Niro le aconsejase a su amigo director fijarse en una jovencísima promesa llamada Leonardo DiCaprio, con quien había trabajado en ‘Vida de este chico’ (‘This Boy’s Life’, Michael Caton-Jones, 1993), Scorsese vio la oportunidad de llevar a cabo su sueño, pues empezó a ver a DiCaprio como su vengador Amsterdam Vallon. Y, aún más importante, sabía que la fama de la joven estrella, propiciada sobre todo por el éxito de ‘Titanic’ (id, James Cameron, 1997), le ayudaría a que el proyecto no se viniese abajo nuevamente, como así fue. Por supuesto que DiCaprio, que admiraba a Scorsese hacía muchos tiempo, no podía dejar la oportunidad de trabajar con él. Y así empezó la gestación de una de las películas más extrañas y épicas de su director, que ahora puede que no lo parezca tanto, pero que en su momento fue un verdadero suicidio estético, un todo o nada, con el que el cineasta, que contaba con cincuenta y ocho años de edad, podía haber conocido el gran desastre de su carrera.
Finalizado el rodaje de ‘Al límite’ (‘Bringing Out the Dead’, 1999), comenzaron a cerrarse los últimos borradores del guión, en el que participaron varios guionistas y dialoguistas, como Jay Cocks, Steven Zaillian o Kenneth Lonergan, entre otros, más el propio Scorsese, no acreditado, que luchaban por narrar en menos de tres horas las luchas entre los autoproclamados nativistas y los inmigrantes, principalmente italianos e irlandeses, por la supremacía en la ciudad portuaria de Nueva York, a donde entre 1840 y 1860 llegaban miles de extranjeros al año desde Europa, esperando encontrar en ese continente una oportunidad en la vida. La lucha, sobre todo, tenía lugar en el mítico enclave de los Five Points, uno de los barrios más peligrosos del mundo por aquella época, un crisol de culturas, ambiciones y podredumbre, que poco o nada se parece al actual Manhattan, y del que Charles Dickens, que la visitó en 1842, salió casi espantado. Pero para Scorsese, esto es el principio de todo su trabajo. Todas sus historias de gangsters y seres marginales, que habitan casi siempre en la ciudad que tanto ama, encuentran su origen en los Five Points neoyorquinos, y se entregó con pasión a una tarea tan titánica como otorgar equilibrio y convicción a un material tan complejo.
El rodaje tuvo lugar durante buena parte del año 2000, en los míticos estudios de Roma Cinecittà, lugar en el que se recreó a la perfección el Nueva York de mediados del 1800, bajo la dirección experta del gran Dante Ferretti. No sólo los Five Points, también el puerto cercano, y muchos importantes interiores, como el Satan’s Circus, que es de una grandiosidad luctuosa. Scorsese proclamaba, y quizá tenga razón, que es la última vez que en una película se verán unos decorados reales de semejante envergadura y detallismo, ahora que los entornos digitales se hacen más y más habituales. Y tras los iniciales roces con el divo DiCaprio, todo fue como la seda, y el cineasta filmó material para cerca de cinco horas de película. El estreno previsto habría tenido lugar a finales de 2001, pero, según la versión oficial (y algo de sentido sí tiene), después del atentado a las Torres Gemelas, querían retrasar un poco el evento. La película vio la luz, finalmente, y entre rumores de una gran presión de Harvey Weinstein (dueño de Miramax), para hacer la película algo más corta, en diciembre de 2002. Scorsese siempre ha defendido que cortó la película como quiso y que esta es su versión final.
El Carnicero y el huérfano
En los primeros veinte o treinta minutos de la película quedan ya claras unas cuantas cosas que, salvo pequeños detalles, se van a mantener hasta el final de los ciento sesenta y ocho que dura el filme: que pocas veces se ha visto en una película una reconstrucción más absorbente y fascinante como aquí, que el reparto adolece de varios desequilibrios, que el rumoreado tijeretazo de unos veinte minutos por parte de Weinstein puede ser un hecho factible y algo perjudicial para el conjunto del relato, y que hay secuencias en las que Scorsese propone una puesta en escena sencillamente magistral, sin fallarle las fuerzas por tratarse de una enorme superproducción de más de cien millones de dólares de presupuesto y cientos de extras. La línea argumental de la película es bastante sencilla: en una cruenta batalla entre los nativistas y los vecinos a los que no les dejan ni respirar ni casi vivir en el barrio, el bestial William Cutting, al que apodan El Carnicero (en parte también porque se dedica a eso, un oficio muy importante en aquel momento y lugar) asesina a “Priest Vallon”, padre de Amsterdam, delante de sus ojos, lo que provocará sus deseos de venganza una vez cumplida la mayoría de edad. A partir de esta historia de venganza, Scorsese deduce un fastuoso filme, con varias docenas de personajes, arrasado por una furia y un anhelo de trascendencia que a punto están de arruinarla en cada secuencia, algo que misteriosamente no llega a ocurrir nunca.
William Cutting, El Carnicero, es otra creación memorable del coloso Daniel Day-Lewis, que aceptó el papel después de que Robert De Niro se negara a filmar fuera de Nueva York, y de que se cayeran otros nombres como Willem Dafoe. Hacía tiempo que trabajaba como aprendiz de zapatero en Florencia, y la insistencia de Scorsese pudo con sus reticencias. Qué diferente de su Newland Archer de ‘La edad de la inocencia’ (‘The Age of Innocence’, Martin Scorsese, 1993). Su rostro, casi una máscara de enorme mostacho, ojo de cristal, y pelo grasiento, es la película, sencillamente. A su lado, DiCaprio, que se deja la piel, no soporta ninguna comparación. La rubia estrella, que haría tres películas consecutivas más con el director, se muestra demasiado irregular, y el desequilibrio es bastante grande. Mucho más natural y mucho más fresca se muestra una sorprendente Cameron Díaz, con mucha menor presencia en pantalla que él. Pero el reparto está trufado de grandes nombres como Jim Broadbent, Brendan Gleeson, John C. Reilly, Liam Neeson...
La película avanza muy bien en su primera hora, con una perfecta presentación de todos los personajes, y con una admirable mezcla de lo épico y lo grotesco. Tenemos la sensación de asistir a un capítulo esencial de la historia americana, contado con audacia (como poner dos secuencias en paralelo, una de día y otra de noche, algo que yo no recuerdo haber visto jamás), con ingenio (como ese largo plano en el que los inmigrantes recién llegados de los barcos son alistados casi a la fuerza en la guerra de secesión norteamericana), con ironía (el incendio de la casa, la llegada de los bomberos…), con un pasmoso salvajismo (las batallas inicial y final). Sin embargo pierde algo de ritmo en la segunda hora, en la que se adivina que varias subtramas no están convenientemente resueltas, y ya en la tercera se adivina algo de precipitación y algo de confusión en el complejo trenzado final, que quizá hubiera necesitado de esos minutos tan polémicos que dicen fueron arrancados sin contemplaciones por Weinstein. Quizá sea cierto, por mucho que diga Scorsese, y la película podría haber sido aún más grande, y en lugar de desfallecer en algunos momentos, haber conocido una mayor estabilidad tonal y del punto de vista del director.
Pero a pesar de todo eso, a pesar de que quizá podíamos haber conocido un filme más grande, ‘Gangs of New York’ se erige como una película verdaderamente única, apasionante, que se pasa en un verdadero suspiro, que horroriza y también eleva, una de las rarezas más grandes de la filmografía de este enorme director de cine, de la que apetecen ver las cinco horas que podría haber durado. Porque, ¿quién puede decirle a un artista lo que debe ser su trabajo? El espectador puede sentirse un vecino más de los Five Points, y percibe la mugre, el barro y la sangre, como si impregnaran su propio cuerpo. Y en la trastienda de la memoria de esta ciudad mítica, queda ese monstruo de voz rugiente, que golpea con un cuchillo su ojo de cristal, y que se proclama el rey de la ciudad, verdadero compendio y resumen de las atrocidades que han tenido lugar para que ahora esa ciudad sea la más importante y famosa del mundo. Las Torres Gemelas aparecen en la última imagen, a pesar de que ya habían sido destruidas, como augurio final de que todavía queda mucha historia que contar acerca de esa urbe.
Conclusión y escena favorita
Gran película de Scorsese, que no arroja un consenso entre los cinéfilos, pero que creo que contiene numerosas y muy meritorias virtudes, que hacen olvidar sus pocos defectos. Fue un éxito de taquilla que tranquilizó el futuro profesional del director, y tuvo diez nominaciones al Oscar, de las que no materializó ni una sola. Mi secuencia favorita es esa en la que William Cutting descubre a Amsterdam en la cama con su antigua amante, Jenny, que continúa dormida durante la conversación. Amsterdam cree que le ha fallado a su nuevo mentor (al que planea asesinar, claro), pero en lugar de eso obtiene un discurso antológico por parte de El Carnicero, abrazado a una bandera de Estados Unidos como si fuera una manta protectora de todo mal. Merece, y mucho, la pena, acercarse a las turbadoras imágenes de esta notable película.
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