"Siempre tengo pesadillas, pero ahora los fantasmas no esperan a que me vaya a dormir" -Frank Pierce
Concluida la que en mi opinión es la trilogía de plenitud de Scorsese, conformada por 'La edad de la inocencia' ('The Age of Innocence', 1993), 'Casino' (id, 1995) y 'Kundun' (id, 1997), el director acometió el primer intento de llevar a la pantalla un proyecto que le ha rondado por la cabeza desde entonces y que nunca termina de fraguar. Se trata de 'Dino', sobre el famoso crooner Dean Martin, que a priori era un material bastante adecuado a su idiosincrasia temática, pues sería retratar el ambiente y la vida de este famoso artista italoamericano. Tom Hanks haría de Dean Martin y Jim Carrey de Jerry Lewis, pero todo quedó aparcado cuando a Scorsese le llegó la adaptación que Paul Schrader había hecho de la novela homónima de Joe Connelly, y decidió aparcar aquel proyecto para centrarse en este regreo, al menos artístico, a la Nueva York contemporánea, una ciudad que desde 'Uno de los nuestros' ('Goodfellas', 1990) se había mantenido alejada de su cine.
Iba a ser inevitable, y esto bien lo sabían Scorsese y Schrader, que 'Al límite' (grosero y zafio título para el estimulante 'Bringing Out The Dead' de la novela original) fuera comparada con la proverbial 'Taxi Driver' (id, 1976). Pero la nueva película, aunque en efecto guarda algunos paralelismos con aquella obra maestra, iba a ser más un complemento que un remake o una nueva versión actualizada. En realidad, iba a convertirse en un apasionante díptico, tan esquizofrénico como luctuoso, acerca de las calles de una ciudad en cuyas esquinas asoma siempre la locura, la desesperación y la muerte. Pero a diferencia de Travis Bickle, que reaccionaba con ira y violencia, Frank Pierce va a oponer a todo eso una gran compasión y dignidad, por mucho que eso suponga un enorme sacrificio emocional de su parte. Aunque esto parezca un trabajo menor en la filmografía de Scorsese, no lo es en absoluto. En realidad pocas veces se ha mostrado tan piadoso y fraternal.
El mártir insomne
El relato sigue unas pocas jornadas del paramédico Pierce, interpretado con poderosa solvencia por el a menudo flojo actor Nicolas Cage (sobrino de Coppola, de carrera como poco irregular), quien hace demasiado tiempo que no salva a nadie de morir, y eso le está transtornando hasta niveles insoportables. El rostro de una de sus últimas pacientes le persigue allá donde va, y es incapaz de dormir o comer. Cada vez más desmoronado, le seguiremos en varias jornadas alucinantes acompañado de tres personajes distintos, a cual más surrealista: el Larry de John Goodman, el Marcus de Ving Rhames y el Tom de Tom Sizemore, los cuales contribuirán todavía más, sobre todo los dos últimos, a su paranoia, su desesperanza y el desapego a su propia estabilidad mental. En ese contexto, no sabremos muchas veces si reir o llorar ante el rosario de desgracias, de despojos humanos, drogas, tinieblas urbanas, chorros de sangre, tarados peligrosos y un largo etcétera, que es un frenético crisol sin apenas resquicio para la paz y la sonrisa, y que concluirá con un plano casi espiritual.
Pocas veces la cámara de Scorsese, por no decir nunca, se ha mostrado tan tempestuosa y nerviosa, llegando a fragmentar cada secuencia como un neurótico nocturno, gracias a un percutante y feroz montaje de Thelma Schoonmaker, y a una fotografía espléndida de Robert Richardson, que repite con el director después de 'Casino'. Este trío de genios se lanza a una identificación profunda con la miseria anímica y el desgarrador drama interior de su personaje protagonista, un ser patético y al borde del colapso físico y total absoluto, que necesita salvar a un paciente más antes de retirarse de su profesión de paramédico, que debe ser una de las más estresantes del mundo, y más aún en Nueva York. A tal efecto, coloca sobre sus hombros, como buen mártir Scorsesiano, todo el dolor y la desgracia de la ciudad, y puede verse en los ojos sonámbulos de Cage ese peso y ese dolor de manera admirable, sin fisuras y sin concesiones, y así no es de extrañar su estrepitoso fracaso en taquilla. Pero el éxito es llegar a hacer una película como esta.
Es asombroso, al menos para quien esto firma, que a pesar de la colección casi interminable de truculencias y salvajadas (que no se limitan a las calles, o a personajes como el que interpreta un irreconocible Marc Anthony, pues también algunos miembros del hospital están como para encerrarles en un sanatorio mental) que no cesan de desfilar por la pantalla durante todo el metraje, Scorsese jamás pierde la compostura o la elegancia, y que a pesar de que no es una película, en principio, de la envergadura de 'Casino' o 'La edad de la inocencia', el cineasta se lo toma muy en serio y se deja la piel. No tiene miedo de buscar una libertad narrativa absoluta, en un derroche de energía que se diría, casi, una irreverencia adolescente, visual y sonora. Una vez más le importa bien poco la ortodoxia, y el prestigio, y lo que se podría esperar de él, y se dedica en cuerpo y alma, por mucho que desequilibre su película, a un festín impresionista con el único objetivo de mostrarnos el alma torturada de su carácter principal.
Y Pierce encontrará en la presencia apaciguadora y sedante de Mary Burke (la maravillosa, no siempre reconocida como tal, Patricia Arquette) la única salida, en forma de impredecible redención, a tres jornadas de locura. La actriz es perfecta, con su sonrisa y su dulzura para representar el descanso, sobre todo espiritual, que necesita a gritos el pobre Pierce. Por una vez en el cine de Scorsese, la mujer representa menos la causa de los desvelos de sus personajes masculinos y más una razón apaciguadora para seguir viviendo. La sutil luz que Richardson coloca detrás de ella en las escenas en que aparece, más la del plano final, confirma la soterrada divinidad o bondad de este personaje, y queda perfecta para un relato tan abstracto, en el que todos los colores y los diseños de Dante Ferretti están planteados desde un punto de vista psicológico, y nada está dejado al azar.
Conclusión
Película incontestablemente mayor de su realizador, construida completamente a espaldas de la taquilla y de lo que se podría esperar de él, y por ello posee mucho más mérito. En su construcción se dan la mano lo trágico con lo cínico, lo fraternal con lo infernal, sin la menor fisura, y en su frenesí y en su salvajismo radican, sin embargo, un profundo interés por el sufrimiento humano, y un gran conocimiento de que el dolor es multiforme y casi infinito. Una pequeña gran película, el perfecto aperitivo scorsesiano antes de la locura de los Five Points reconstruidos en Cinecittà, locura de la que hablaremos en la próxima entrega.
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