“Las drogas son maravillosas porque te abren la mente. Te hacen comprobar que la verdad no existe, que todo es relativo. La droga te da otra visión, otra dimensión. Te hace ver que nada es lo que parece…¡que nada es! La única realidad es tu realidad y será lo que tú seas capaz de ver”-Dante (Eusebio Poncela)
En ‘Martín (Hache)’ hay varios discursos como éste (que además, no he incluido en su totalidad), en los que los personajes (los cuatro importantes) hablan sin ambages, sin complejos, de sus sentimientos o ideas más profundos, con una verborrea incontenible, pura literatura convertida en diálogos lacerantes y rebosantes de vida. Adolfo Aristaráin, en su noveno largometraje, llega más lejos que nunca en su formalización de la palabra y el rostro como vertebradores de su cine, del cine que a él le interesa hacer.
El realizador de las inolvidables ‘Un lugar en el mundo’ o ‘Lugares comunes’, indagó además, en esta ocasión, en la dificultad de la comunicación entre padres e hijos, y también entre amantes y amigos, en el carácter destructivo y dependiente del amor, en la necesidad de aprender a hacer uso de la soledad, en la naturaleza ambivalente de las drogas. Una serie de temas mayores tratados con inusitada complejidad e inteligencia, pues Aristaráin sabe que con el cine se puede hablar de temas importantes sin caer en el adoctrinamiento o, precisamente, los lugares comunes.
El director, en un acto de generosidad extraño dado los tiempos que corren, entrega la creación final de la película a tres actores superdotados, auténticos genios de su oficio, como lo son Federico Luppi, Eusebio Poncela y Cecilia Roth, un trío de colosos insuperable que da lugar a uno de los cruces de rostros, réplicas, contrarréplicas, actitudes, comportamientos, gestos y miradas más exactos, ricos y emocionantes que se recuerdan. Y a su lado un Juan Diego Botto de 22 años que, aunque con evidente inferioridad de recursos frente a estos colegas inmensos, es capaz de salir vivo en la comparación, lo que es indicio de gran instinto interpretativo y de coraje.
Los cuatro son personajes tan reales, tan vivos, que dan miedo. Entre ellos forman un tejido emocional que parece fácil de lograr, pero cuya dificultad es extrema. Luppi es un director de cine amargado y retirado, Poncela un actor de carácter promiscuo y drogadicto, Roth una montadora de cine y televisión cocainómana y romántica, y Botto es el hijo del primero, un muchacho sin rumbo, o precisamente por ello libre y sin ataduras. Seguimos a estos magníficos personajes a través de sus dudas y sus pasiones y sentimos que no hay el menor fingimiento ni ficción. Al contrario, que están tan vivos, o aún más, que nosotros mismos.
¿Puede una película en la que los diálogos son tantos y tan abundantes ser tan cinematográfica como otras en las que prima lo visual? Puede, ‘Martin (Hache)’ es buena prueba de ello. Personalmente, creo que en el cine ha de primar lo visual, porque es un medio eminentemente visual y sonoro. Sin embargo, con este filme olvido mis necesidades estéticas y me entrego a él por entero, ya que aquí son los actores los que sustituyen una a menudo búsqueda retórica de lo visual por sus rostros y cuerpos. No hay en la cámara de Aristaráin el menor divismo o formalización aparente de la cámara y los planos.
Todo es frontal, seco, directo, la cámara a la altura de la mirada del actor, escasos movimientos de travelling, ninguno de grúa. ¿Es, por ello, un filme estático o teatral? De ningún modo. Al contrario: es eléctrico y dinámico, de alguna extraña manera. La forma está encerrada en el trabajo interpretativo y de diálogos escritos por Aristaráin y su habitual Kathy Saavedra. Y así, nos introducimos con total naturalidad en la difícil relación de un padre que hace años que no ve a su hijo, que quiere tenerlo cerca, pero que está tan amargado y habituado a la soledad que sabe que terminarán mal.
Esta relación, a su vez, altera y expone las carencias de la que mantiene con su amante, Roth, una mujer que ha perdido el sentido de la realidad consigo misma y con ese padre primerizo. Y radicaliza y potencia la que mantiene con su amigo actor, un hombre profundamente amoral pero increíblemente leal al mismo tiempo, interpretado por un Poncela en estado de gracia, verdadero motor de la película, con las mejores frases además, cuyo Dante es una de las más preciosas creaciones de los años 90.
La secuencia, irrepetible, en la que Dante decide cortar la obra de teatro y comienza a hablar con el público asistente, exponiéndoles su hipocresía y su bajeza moral, no tiene precedentes de ninguna clase en el cine de ninguna nacionalidad. Es puro cine subversivo, pura poesía convertida en mazazo de verdad. Sólo Poncela podía lograr algo tan sincero. A su lado, Luppi, con un papel mucho menos agradecido, sigue demostrando por qué es uno de los grandes actores sudamericanos, y Roth borda su frágil y dificilísimo papel, y por cierto que pocas veces ha estado tan sexy y luminosa. Al final nos quedamos con los hombres, que se reconocen a sí mismos, dos amigos muy diferentes entre sí, pero que se soportan.
Muchos espectadores sentirán tedio, cuando no rechazo, ante un cine tan verbal, tan lleno de ideas y verdades. ‘Martín (Hache)’ espera de los otros, los que no tienen miedo a las palabras y al vacío, que no se olviden de sus imágenes. Yo no pienso hacerlo.