Los traumas que acechan a una joven fugada de una peligrosa secta, mientras busca el calor de su hermana, la acechan al tiempo que comienza a obsesionarse con que su pasado no la ha dejado atrás y podría ser víctima de una renovada persecución. La mezcla entre sus delirios y sus recuerdos la impide seguir adelante.
La primera y muy celebrada película de Sean Durkin es un muestrario cuasi emblemático de una generación de cineastas, forjados y ausipiciados por el festival de Sundance, que si bien tienen al menos unas cuantas dotes que ofrecer, parecen todavía menos capaces que sus compañeros comerciales de lidiar con asuntos dramáticos.
La narrativa de trauma se organiza de un modo lineal aunque basado en dos recurrencias temáticas que a la postre son también narrativas: las posibilidades de progresión y regresión que se dan en una mente fracturada por los malos recuerdos. El cineasta Durkin permite que el ambiguo y extraño villano, el peligroso líder de una secta, esté encarnado por el habitualmente impresionante - es, sin dificultad, lo mejor - John Hawkes.
Talento sin relato
El caso de DUrkin es el de un talento sin relato. En los primeros veinte minutos, acaso los mejores, queda claro su delicado gusto por las composiciones expresivas y talentosas.: en cada plano, sugiere la mirada de la protagonista, encarnada por una solvente Elizabeth Olsen. Por ejemplo, cuando la protagonista mira a su antagonista, sintiéndose atraída, lo sabemos por el encuadre - y nunca por otros recursos más fáciles.
Pero es incapaz de organizar dramáticamente el relato hacia algo interesante o de contar algo que no sea una versión algo aligerada de tremendismo de un telefilm; pero allí donde baja los decibelios de melodrama, no lo compensa con personajes que no resulten ramplones.
Las insinuaciones finales - el relato de una niña pija extraviada en una secta vagamente inspirada por los Manson y con atisbos de comunidad independiente y alternativa agradable - son todavía más decepcionantes, y la pereza increíble en los diálogos, pretendidamente ambiguos pero inútiles para dibujar cualquier rasgo humano delatan a un creador sin proyecto.
El exquisito trabajo lumínico de Jody Lee Lipes merece un reconocimiento, por su hábil filtro de luces naturales y tonalidades contrastadas, pero toda la imaginación de la puesta en escena no tiene una mente con suficiente imaginación dramática.
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