En los tiempos que corren, enfrentarse a la emisión de un informativo televisivo significa, en muchas ocasiones, enfrentarse al exceso más dantesco. Un bombardeo de escenas pesadillescas que recogen la miseria, la muerte y las más diversas atrocidades, grabados sin pudor alguno y transmitidos sin filtro ni previo aviso a unos receptores cuya primera reacción, como es obvio, es la consternación.
No obstante, este abatimiento no tarda en transformarse en insensibilidad; un entumecimiento de las capacidades empáticas que bien podría interpretarse como una suerte de mecanismo de autodefensa activado ante la saturación de estímulos negativos que termina jugando a la contra de la voluntad informativa y concienciadora que se presuponen del periodismo.
Este es el principal mal que adolece 'Marea humana', el último trabajo del artista, activista y cineasta chino Ai Weiwei, quien recorre más de una veintena de países y cuarenta campos de refugiados con el fin de explorar la crisis migratoria mundial; y lo hace en una producción documental cuya ambición es tan sólo igualada por el ego de su director y el —ineficaz— abuso a la hora de utilizar el horror como herramienta moralizante.
Sería injusto negar que 'Marea humana' —especialmente su primera mitad— cumple con creces su necesaria misión de remover conciencias y dar luz a un conflicto que, con el paso del tiempo, ha visto disminuido su espacio en medios de comunicación. El método de Weiwei para conseguirlo no es, ni mucho menos, agradable para el espectador, sembrando el filme de pasajes desoladores frente a los que es complicado aguantar la mirada con firmeza e integridad.
No obstante, la principal arma del realizador natural de Beijing termina tornándose en su contra cuando este opta por dilatar el metraje del largometraje, filmado durante dos años, hasta unas excesivas y arrítmicas dos horas y media de duración. De este modo, lo que podríamos denominar como agotamiento emocional no tarda en hacer acto de presencia, transformando todas las lágrimas contenidas y rabia acumulada en un soporífero y repetitivo calvario que invita a la desconexión y a plantearnos qué será lo siguiente que circulará en pantalla buscando desesperadamente impactar al patio de butacas.
Todas estas decisiones pueden ser reprochables desde un punto de vista narrativo y estructural; pero lo que defenestra por completo la, a priori, buena intención de 'Marea humana', atiende a razones morales, y es el desmedido ego que Ai Weiwei exhibe durante gran parte del metraje de la película. Cada una de sus apariciones entre la miseria y el desamparo que pueblan los campos de refugiados, recogidas en modo selfie, teléfono móvil en mano, no dejan de recordar a esas instantáneas tomadas por turistas en el monumento a las víctimas del holocausto en Berlín, tirando por tierra gran parte de su sacrificio volcado en el documental.
'Marea humana' es una pieza tan imperfecta como indispensable. Una cinta dura y pedagógica a partes iguales que se ve duramente afectada por los excesos de su máximo responsable, que termina convirtiendo su relato en una especie de espectáculo dantesco pseudo-pornográfico y en una plataforma de de exhibición personal. Pero, por otro lado, todo esfuerzo es poco para dar visibilidad a una catástrofe que, lejos de remitir, va a continuar agravándose con el paso de los años.
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