Toda la vida nos han enseñado dos cosas sobre la mentira: que tiene las patas muy cortas y que, siguiendo con la metáfora de las piernas, se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Sin embargo, día a día vemos cómo el engaño llena las televisiones, las redes sociales, la política, las conversaciones. Si alguien dice lo que quieres escuchar, aunque sea una locura, para ti no estará mintiendo: solo planteando una duda razonable. Mantener viva una falsedad en 2024 no solo es fácil, sino que es el día a día de cientos de miles de personas.
El enroque de imaginaciones y habladurías es tan increíble que incluso hay gente que ha acabado convenciéndose a sí misma de que sus propios embustes son reales, por descabellados que estos sean. Todo el mundo se acusa entre sí de mentir, y de comerse fake news. Tiene sentido: son agradables remansos donde nos ratifican lo que ya sospechábamos, haya datos fehacientes al respecto o no. Y en este panorama llega 'Marco' dispuesta a dar luz sobre la engañifa perfecta... y cómo tiene patas, al contrario de lo que siempre nos dijeron, muy largas.
Prisionero de la mentira
Lo nuevo de Aitor Arregi y Jon Garaño ('Handia', 'La trinchera infinita', 'Loreak') cuenta una anécdota, un pie de página de la historia tan divertido de ver como, francamente, repetitivo. El chisme es absolutamente increíble (y no lo voy a contar aquí, aunque esté en la propia sinopsis, porque es mejor ir a ciegas), pero una vez se desvela, a la película no le queda nada que contar salvo seguir dando vueltas sobre el mismo y dejando caer al personaje en el precipicio al que él mismo se ha asomado.
Por suerte, más allá del planteamiento, 'Marco' disfruta indagando en la vida de su personaje principal, un hombre que vive por y para la mentira que él mismo se ha creado, que se le ha hecho grande, que le ha comido. Sin la vida falsa con la que se ha envuelto, Enric Marco no es nadie. Su existencia carece de sentido. Ha luchado con uñas y dientes para defender los derechos de aquellos que sí sufrieron lo que él finge, se ha convertido en alguien importante, se mueve en las más grandes esferas, es respetado y querido. ¿Cómo va a echarlo por tierra por el simple hecho de... no haberlo vivido?
Como análisis pormenorizado de la miseria y el ego de una persona, y hasta dónde pueden llegar los límites de dejarse arrastrar por un grupo cuando encontramos aquel en el que sentirnos acogidos, la película acierta de pleno. Marco (interpretado por Eduard Fernández, que sería justo ganador del Goya) ha hecho muchas bondades, sí, pero siempre buscando el beneficio personal, el masaje al autoestima, el sentirse importante. Es una bomba de relojería andante a punto de explotar que ha logrado mantener apagada durante décadas. Pero basta indagar un poco para que la cuenta atrás vuelva a iniciarse... y haga volar su credibilidad en mil pedazos.
No hay nazis que valgan
Eso sí, 'Marco' tiene serios problemas con su segundo acto. Cuando la curiosidad no da más de sí, la película empieza a embarrarse, como un amigo que te cuenta la misma anécdota tres veces seguidas. Y no es que esté en contra de que la historia no avance si eso sirve para delinear mejor a sus personajes y otorgarles profundidad y sentido -que es el intento de Arregui y Garaño-, pero tampoco la evolución de Enric Marco durante este tramo es tan notoria. Él, al igual que el propio argumento, entra en un bucle en el que el debate vuelve a plantearse una y otra vez con distintos matices y personas, aunque creciendo, poco a poco, en intensidad.
Esta sensación de estancamiento se podría haber paliado con un montaje que le diera más ritmo -aunque, todo sea dicho, jamás llega a aburrir-. Parece como si los directores hubieran aprendido a querer tanto a este canalla que les diera pena dejarle ir, y por eso alargan la trama, quedándose más con él y sus embustes, regates y trucos para conseguir salirse con la suya. Porque aunque la película viva en el famoso "dato mata relato", los años de impunidad de Marco encandilando a la gente con sus historias de la historia demuestran lo contrario: que siempre preferiremos escuchar una buena historia antes que saber si es cierta o no.
Para que triunfe una película como esta, que vive y muere en su protagonista (los secundarios son solo comparsas a su alrededor), hay que elegir de manera precisa al actor que lo interpreta. Y en este caso, si 'Marco' acaba alzándose victoriosa es gracias al gran Eduard Fernández, que es capaz de captar todos los matices, las huidas hacia adelante, el patetismo, la realidad y la desesperación de un personaje que podría haber caído en el ridículo pero al que consigue darle alma, sentido y profundidad. Enric Marco es un mentiroso, sí, pero tiene sus motivos para serlo.
Y es que Enric Marco, tal y como nos lo presentan en la película, no existe. Tiene familia, amigos y una vida, pero todo está supeditado a una falsedad en la que ha edificado toda su existencia. Y cuando las bases se caen, la vida de cartón piedra se derrumba, causando heridos, destrozos emocionales, decepciones, soledad y tristeza. 'Marco' sabe incidir en el drama dentro de la anécdota de manera eficiente, pero nunca termina de deslumbrar después de plantar la semilla de la sorpresa inicial. Una oportunidad fallida.
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