No sé vosotros, pero yo había perdido la fe en volver a ver a John Woo en estado más o menos puro. Hace casi dos décadas de su última peli destacable, 'Mission: Impossible II' (2000), y esa es una opinión que muchos discutirán y preferirán remontarse algo más atrás en el tiempo, a 'Cara a cara', de 1997. Y aunque 'Blanco humano' es una de las mejores películas de acción de los noventa, también habrá fans que consideren 'Hard-Boiled' su última obra maestra genuina. En 1992.
Volvemos al presente: después de dos películas de duración absolutamente monstruosa y resultados artísticos discretos ('Acantilado rojo' y 'The Crossing'), Woo parecía estancado creativamente -y también en lo comercial, ya que la segunda fue un descalabro en taquilla considerable-. Aunque se podía pensar que el director iría abriéndose paso con nuevos encargos y películas resueltas con cierta soltura nada hacía predecir un retorno a las formas y modos del John Woo clásico como 'Manhunt'.
Esa afirmación hay que cogerla con pinzas, por supuesto: el Woo que ha vuelto no es el del estilo recargado, pero conciso de 'A better tomorrow' o 'The Killer', sino el Woo autoconsciente de sus tics y sus sellos de su autor, y capaz de embutirlos todos en una película. El resultado es deliciosamente anacrónico, pero se salda muy positivamente: intérpretes orientales (ambientación en Japón, diálogos en japonés, chino y -con un acento escalofriante- inglés), estética recargadísima e influida por Hollywood (¡el de los noventa!) y batiburrillo de elementos de toda su carrera.
Y al decir toda queremos decir toda, empezando por el argumento: un abogado (Hanyu Zhang) es falsamente acusado de un asesinato y tendrá que huir del policía asignado al caso (Masaharu Fukuyama). En su intento de demostrar su inocencia se encontrará con un sinnúmero de personas, de asesinas a sueldo a viudas desconsoladas, relacionados todos con una trama de fabricación de drogas y experimentación con seres humanos en la que él mismo se vio implicado en el pasado.
Ahí están los dos personajes en lados opuestos de la ley condenados a colaborar ('Hard-Boiled') y las relaciones fraternales (aquí entre mujeres, un cambio muy agradecido) entre asesinos a sueldo ('The Killer'). Más extrañas son las referencias al abuso de los sintecho ('Blanco humano') o los experimentos científicos tronados ('Cara a cara'), pero en general toda la primera mitad de la película es una imitación de atmósferas y personajes de la primera mitad de su carrera.
Un delicioso anacronismo
El arranque de la película, una matanza en un salón de te tradicional, hace temer lo peor: rodado de forma atropellada, con un uso tosco de los subrayados a golpe de CGI que parece obra de un mal imitador de Woo o del propio Woo en los tiempos de la horrible 'Paycheck'. De hecho, hay cierto estilo satisfactorio en lo que no es la acción: unos desfasadísimos planos congelados al más puro estilo Woo y unos diálogos que hacen referencia a la grandeza del cine clásico (un guiño a la película 'Manhunt' protagonizada por Ken Takakura, y basada en la misma novela que ésta).
Pero pronto vuelve el Woo que planifica las escenas de acción como literalmente nadie más en el mundo: delimitando los espacios con bellísimos travellings laterales a ras de suelo, a lo que ahora suma planos aéreos aprovechando la tecnología dron. Y un auténtico festival de acción desnortada: coreografías imposibles, desfasadas persecuciones automovilísticas (una extraordinaria en coches y otra, deliciosamente pasada de moda, con motos acuáticas) donde brilla un Woo que no ha perdido la capacidad para coreografiar acción intrincadísima pero muy clara, con ralentís que subrayan los gestos de dolor y concentración, y movimientos de cámara que acompañan con delicadeza a los personajes.
Los aficionados al cine de acción más convencional, sin duda, no tolerarán los excesos de un Woo que se autoplagia como pocos con escenas como las del asalto con motos que mezcla elementos de 'Blanco humano' y de 'A Better Tomorrow II' (¡katanas!). O el drama de intensidad culebronera entre secuencias de acción que, reconozcámoslo, si no te gusta eso, es que nunca te gustó John Woo en realidad. Por supuesto, al Woo de hoy hay que tomárselo con una pizca de humor: es la única forma de tolerar el giro final en los acontecimientos.
Pero lo cierto es que Woo está en su salsa: los elementos habituales del director, como las palomas o los reflejos, se retoman como abrazo de reencuentro con los fans, pero aún hoy encontrándoles nuevos matices. El empleo de las palomas recuerda a la siempre infravalorada 'Mission Impossible: II', pero aquí Woo se supera dándoles un papel activo en las coreografías; y los reflejos y objetos como parte de los combates tienen también un papel en el último mexican stand-off de la película, potenciando la espectacularidad de la ejecución final.
Asumámoslo: nunca vamos a volver a ver al Woo seco y demoledor de 'Una bala en la cabeza', pero éste, pirotécnico y autoconsciente, es igual de valioso. Sus lecciones han sido imitadas y plagiadas por multitud de realizadores con mucho menos talento, pero con un presupuesto mucho más ajustado, Woo los pone en su sitio. Nadie monta las escenas de acción como él, nadie mueve la cámara como él. El maestro ha vuelto.
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