Después de sufrir lo indecible para que su primera película, la ya de culto 'La cabaña en el bosque', viera la luz tras un proceso de distribución conflictivo, el fan del género esperaba con ganas el nuevo trabajo de Drew Goddard. Siete años después, y con muchas más facilidades para llegar a todas las pantallas del mundo, llega 'Malos tiempos en El Royale'.
Sobre la línea que divide los estados de Nevada y California se sitúa El Royale, un hotel que ofrece lo mejor de los dos mundos y que ha vivido días mejores. La decadencia, el despertar del sueño pacifista, la guerra de Vietnam y el final del mundo tal y cómo se conocía ha hecho mella en un mundo condenado al cambio y en los escasos clientes que se dejan caer. Un puñado de esos clientes, con tantos secretos enterrados como su propio país, llegará para ocupar sus habitaciones en busca de algo más que descanso vacacional.
El hotel de los líos
Con un guión escrito en solitario por Drew Goddard (no olvidemos que su debut venía con la inestimable ayuda de un Joss Whedon en mejor forma que hoy día), 'Malos tiempos en El Royale' arranca con una de las secuencias más hermosas del año. Y es que otra cosa no, pero de belleza va sobrada. Goddard demuestra tener un gusto exquisito en la puesta en escena y en cuidar a sus personajes. Por desgracia, eso es todo lo positivo que ofrece la película.
Más preocupado en ambientar y crear una atmósfera llena de sospechas, Goddard se olvida de un detalle importante: hay que contar algo, no es suficiente con "deconstruir" un género. O un país. Cualquiera puede intentar hacer una tortilla de patata, destrozarla al intentar voltearla y ofrecer una "deconstrucción" de uno de nuestros rasgos más característicos. Con cebolla.
Si echamos la vista atrás, a mediados de los 90 post-Tarantino, nos faltan dedos para contar las películas que jugaban a ser noir moderno pero retro, amargo pero cachondo, donde uno de los principales atractivos consistía en aniquilar a los personajes en el orden menos esperado. Y en esa capa de superficialidad se encuentra cómoda la nueva película de Goddard, una suite de lujo con hilo musical de primera y las mejores ofertas de ocio que pueda ofrecer... un lugar al que nunca iría nadie.
Sonido Motown
El año pasado, Kathryn Bigelow ya se aproximó a ese sonido con su estupenda y cargadísima 'Detroit', una experiencia sensorial que transpiraba cine y tensión y donde la música tenía tanta importancia como cualquiera de sus personajes principales. La música de El Royale pertenece a ese estilo, pero más allá de la estupenda secuencia de apertura, con un ritmo que recuerda a 'Baby Driver' (otra película que se perdía en su simpleza), podríamos decir que lo que suenan son éxitos para rellenar espacios.
A pesar de que uno de los personajes de la trama pertenece a ese mundo soul, sus ambiciones y valores serán devorados por un hotel que se caracteriza por eso. Tanto dentro como fuera de la propia película.
Y, hablando de personajes, el remate final a la vacuidad de la historia, la guinda de la nadería torpe, la coloca Chris Hemsworth, un tipo que durante años se ha labrado una carrera ejemplar huyendo de lo sencillo y que aquí, sin nadie que pueda frenar el descarrilamiento, patina de la forma más ruidosa posible intentando reírse de ello. Como digo, la culpa no es exclusiva del actor, encargado del papel más, digamos, clave del asunto. Si es que en realidad hay algo así en esta historia.
Si es complicado sostener una trama que busca sorprender durante más de dos horas, más aún resulta sostener una que lo busca desesperadamente, aunque el espectador no se pregunte en ningún momento qué demonios pasa ahí, porque se ve rápidamente que a la película no le interesa responder a ninguna cuestión. Es lógico que sobre disponibilidad en el Royale: hay hoteles mucho mejores donde hospedarse.
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