En 1978, el temible Enzo G. Castellari realizó ‘Aquel maldito tren blindado’ (‘Quel maledetto treno blindato’), cuyo título internacional fue ‘Inglorious Bastards’, y que muy convenientemente ha sido editada hace poco en nuestro país. Dice el propio Tarantino que dicha película le inspiró para realizar su ‘Malditos bastardos’ (‘Inglorious Basterds’), en otra demostración de su cinefilia —cinefagia, dirán algunos—, encontrando y revitalizando títulos poco conocidos por la audiencia media. Lo cierto es que el film de Castellari, que tuve oportunidad de ver hace poco, aprovechando la ocasión, es un producto de serie B —siendo generosos— mal montado, y peor dirigido e interpretado. Un subproducto que alcanza niveles bochornosos, que narra la imposible misión de un grupo de desertores que por culpa de los caprichos del destino, se ven envueltos en una odisea que podría redimirles de sus pecados.
Un humor zafio, aún teniendo algún instante conseguido, y casi molesto, eran las principales virtudes de una película en la que podía entreverse fácilmente algunas cualidades que harían las delicias de Tarantino en una de sus operaciones de reciclaje. Si uno intenta comparar ambas películas, encontrará que sus coincidencias son cero, esto es, ninguna. Únicamente, ambas pertenecen al género del cine bélico, y eso por la manía que tenemos de querer etiquetarlo todo, porque hasta ese punto sería discutible. El caso es que un servidor esperaba que Mr. Tarantino se pasase toda su película rindiendo una especie de homenaje al film citado, y de paso a otros títulos mucho más famosos, pero para mi sorpresa, el director de ‘Pulp Fiction’ va mucho más allá.
No es ‘Malditos bastardos’ una película bélica al uso sin más. Su más que simple trama se resume diciendo que se trata de una historia de buenos muy buenos y malos muy malos, y de cómo los buenos tiene que volverse más bestias que los malos para acabar con estos últimos. El bien y el mal enfrentados una vez más bajo la apariencia de puro entretenimiento con algunas de las mejores secuencias del año. Y es que Quentin Tarantino, como buen cinéfilo que es, es un completo adorador de momentos, de instantes, de escenas para el recuerdo. En muchas de las conversaciones cinéfilas que tengo con amigos y enemigos, a todos nos gusta recordar determinados instantes del cine que permanece en nuestras retinas, y en algunos casos, en nuestros corazones. La escena de la despedida en ‘Casablanca’ (Michael Curtiz, 1943), la muerte de Lillian Gish en ‘Duelo al sol’ (‘Duel in the Sun’, King Vidor’, 1946), el final de ‘Dejad paso al mañana’ (‘Make Way for Tomorrow’, Leo McCarey, 1937), por poner sólo tres ejemplos bien claros, son momentos que cualquier cinéfilo —con todo lo que esta palabra significa de verdad— no puede olvidar, se quedan grabados con letras de fuego en la memoria de aquellos que amamos el cine.
Tarantino construye así su cine, a base de querer hacer grandes momentos, aunque sea sin unirlos con coherencia. ‘Malditos bastardos’ ofrece el espectador toda una sucesión de grandes instantes, uno tras otro, en los que Tarantino hace gala de una envidiable capacidad para crear una determinada atmósfera, de innegable intensidad. Pero también cae en el error de ofrecerlo todo en un nada equilibrado conjunto, que adolece de la necesaria progresión dramática. Curiosamente, esto no estropea la película, pues sus momentos/segmentos son tan intensos, tan espectaculares, tan enfurecidos, que se valen por sí mismos. Es el juego que Tarantino propone, y como en todo juego, el espectador es muy libre de entrar o no. Sí, para sorpresa de medio mundo, yo entré. Y reconozco habérmelo pasado pipa, como un enano. No me pregunten el porqué en ésta sí y en otras no —‘Pulp Fiction’ la he visto siete veces y cada vez me ha parecido peor—, tal vez ésa sea la magia indescriptible del cine, el misterio que nunca hay que resolver a cerca de este maravilloso arte.
Un prólogo que es puro western, con homenaje incluido a un famoso director de westerns, nos mete de lleno en la psicología del verdadero alma mater de la película: un personaje llamado Hans Landa, coronel nazi caza judíos, interpretado de manera magistral por Christoph Waltz. Un villano de tal envergadura que Tarantino hace suya una de las máximas de don Alfred Hitchcock: una película vale lo que vale el malo de la misma. Si no fuera por la arrolladora personalidad de Landa, personaje al que se ama y odia al mismo tiempo, estoy completamente seguro de que ‘Malditos bastardos’ sería otra cosa completamente distinta. Waltz, en una de esas composiciones que merecen una nominación al Oscar, pone toda la carne en el asador y se come literalmente a todos los demás compañeros de reparto. Él abre el film, y más tarde es toda una delicia comprobar cómo se merienda sin compasión a actores tan solventes como Brad Pitt o Diane Kruger, quienes se entregan a su roles con diversión y desenfado, lo mismo que Tarantino hace con su historia, a la cual parece maltratar adrede.
Waltz es el verdadero sustento de una película que pierde demasiado fuelle cuando cambia de capítulo, o segmento, o bloque, o como queráis llamarlo. Tarantino se muestra incapaz —como siempre— de darle una coherencia a todo el conjunto, y sin embargo, se revela como un excelente director a la hora de componer un determinado plano, o secuencia. Sirva como ejemplo, la que para mí es la mejor secuencia del film, la de la taberna, donde una vez más el director rinde tributo a Hitchcock, y lleva el suspense hasta límites poco vistos en el cine reciente. Un uso extraordinario del alargamiento del tiempo, bañado con diálogos vivaces y divertidos, explota en un clímax inolvidable que pone de relieve las intenciones de su autor: sangre y destrucción. Si de algo hace gala ‘Malditos bastardos’ es de ser, sin disimulo alguno, toda una orgía de violencia sin concesiones, de brutalidad sin límites, en la que incluso Tarantino apuesta fuerte al cambiar el curso de una guerra cuyo final sabemos que no fue ése.
‘Malditos bastardos’ es también la película más cinéfila de su director, aquella en la que su amor por el séptimo arte queda más claro, ya no sólo por su referencias formales a directores como Sergio Leone —buena parte del cine de Tarantino bebe de la obra del director de ‘La muerte tenía un precio’— o Hitchcock, sino también por directas alusiones al cine de Leni Riefenstahl, Henri-Georges Cluzot —en la marquesina de un cine puede verse el título de ‘El cuervo’—, Chaplin, y también por situar el que se supone el momento álgido del film, en un cine repleto de gente, y que es utilizado por Tarantino como elemento catártico. Eso sí, la frase final del film, pronunciada por Brad Pitt, suena a cachondeo de más, una ¿broma? que no todos recibiremos e interpretaremos de igual manera. ‘Malditos bastardos’ no es una obra maestra, pero sí un sano entretenimiento como hace tiempo no veía, y de mano de un director del que no me lo esperaba. Sorpresa doble.
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